Hace algunos días me invitó un amigo a participar en una reunión de padres de la escuelita de fútbol para niños. Empezó tímidamente hace algún tiempo y junto a su esposa e hijos le dedican las tardes después de sus jornadas docentes en dos liceos.
Almorzando un domingo en su casa registré algunas pautas que acompañan los movimientos y prácticas durante las tardes en la canchita, sede de sus actividades. A veces invita a los padres a mezclarse junto con los hijos. Cuando le pregunté cómo acompañaban los padres, matizó. A veces se le acerca un padre y en voz baja, mirando al hijo le susurra: “fijáte, ponélo como 9, ¡tiene el arco entre las dos cejas!” Otro, el primer día que llevó a su hijo le dijo: “¿Mi hijo? ¡Espectacular! le pega con los dos pies!” Y era un gurí de 5 años!
El criterio de rendimiento manejado en esta escuelita es el integrador. No el competitivo riguroso, cuyo resultado es la clasificación de los participantes ganadores otorgándoles algún tipo de reconocimiento (trofeo, título o premio económico). Este criterio exigiría poner siempre en el equipo a los mejores y sentar en el banco de los suplentes a los pataduras. Haciéndolos entrar, como premio consuelo, los últimos cinco minutos de un partido fácil.
En esta escuelita se da preferencia al criterio integrador o recreativo, con metas de superación, no siempre contabilizadas por los balones que llegan al fondo de las redes adversarias. Les sorprenderá que en algunos juegos tomen parte niñas o chicos con alguna discapacidad.
Un día nos sentamos a conversar sobre los sueños de esta escuelita, a la que un día concurrí para bendecir las manos, sueños y a todos sus colaboradores. Y que como buena semilla crece con el apoyo de las familias.
La semana pasada entré un rato a una reunión con padres y madres. Para envidia de cualquier maestra de primaria, comprobé la concurrencia compacta que seguía con interés la presentación de una nueva etapa de la escuelita de fútbol, que se mudará a otro espacio, donde los padres podrán hacer caminatas en un sendero perimetral mientras acompañan a sus hijos.
En esta ocasión, se presentó el programa de una excursión a Montevideo. Además del partido amistoso con el equipo que los visitó en Salto, se informó que la gira deportiva incluye la visita al Estadio Centenario y a las sedes de Peñarol y Nacional. De uno de ellos ya tenían confirmación pero faltaba el otro.
Allí me enteré de algo curioso; se hablaba de visitas por separado. Los hinchas de Nacional ingresarán al Parque Central y los de Peñarol irán a conocer Los Aromos.
Ese era el plan previsto. Hasta que una madre levanta la mano y plantea con serenidad: ¿no sería bueno que todos visiten las dos sedes, de acuerdo a la educación que queremos dar a nuestros hijos, que incluye la “tolerancia” como valor en sus vidas?
Miré bien a esa madre para que no se me borrara el rostro de esta mujer tan sensata. Pero mi amigo moderador dijo: tengan en cuenta que si a la cancha de Peñarol entran con la camiseta de Nacional, o viceversa, eso podría causar problemas. No terminaba de entender.
Yo estaba de pie, al fondo, porque no había más sillas. Hasta que al lado mío un padre, con ironía y tono burlón, mostró la hilacha: yo no entraría a la sede de… Los hijos repiten lo que hay en la cabeza de algunos padres.
Allí está la fuente de los prejuicios de los hijos, víctimas de gotas diarias que inoculan los mayores.
Razón tiene mi amigo, promotor de la escuelita junto a su esposa. Me lo dijo después bien clarito: pensá cómo reaccionaría un padre al escuchar en tal sede la mención de la gloriosa goleada del….. Ese aire de fanatismo está, me lo repitió; basta entrar a la página web de cualquiera de esos clubes. Hay gente que vive de eso y difícilmente cambiará su cabeza.
Con los más chiquitos espero sea posible enseñar otra manera de ver y practicar el deporte. Porque el fanatismo, al parecer, es directamente proporcional a la edad.
Que mi amigo no se desanime, su escuelita tiene mucha tarea por delante.