528 días
Columna del Obispo de Salto, Mons. Pablo Galimberti
Son los días y las noches registrados por un padre, una madre y una novia que cuidan a Nacho, que está semiparalizado, no habla, mueve la cabeza, rechina los dientes y mira con ojos grandes sin dar señales claras de que reconoce, al menos a quien entra en la habitación por primera vez.
Parecía una intervención de rutina, una operación de vesícula programada para fin de año en el Sanatorio de Paysandú. Nacho cursaba sus estudios universitarios y eligió la pausa de fin de año para la intervención.
Todo empezó bien y la operación dentro del quirófano, según avisaron a los padres, anduvo muy bien. Pero se complicó en las horas posteriores cuando empezaba a despertar de la anestesia; hizo un espasmo del que no se lo pudo sacar y quedó con un severo daño cerebral a raíz de la falta de respiración. Me hizo acordar de lo que escuché decir a una anestesista con mucho oficio: ¡esto a una mujer es difícil que le pase! (Yo añadiría: salvo las que quieren votar a favor del aborto).
Estos casos pueden evolucionar en tres direcciones: una recuperación, el estado vegetativo o la muerte.
La mejor técnica no puede esquivar riesgos. En cualquier actividad un comienzo fácil puede complicarse y un imprevisto puede malograr lo que empezó bien. La rutina y la cabeza en otra cosa malogran la mejor tarea de un artista. El arte (médico, docente, sacerdote, chef de cocina…) requiere la totalidad de la persona, decían los alquimistas (“ars totum requirit hominem”).
Casos similares como el del hermano de Diego Aguirre se han hecho públicos. Pero en este escenario doloroso quiero fijarme en los padres y la novia de Nacho que lo cuidan en forma permanente. Lo miman, le sonríen, cuidan que no se lastime cuando aprieta sus dientes, masajean los pies agarrotados, le ponen y sacan la férula.
En la amplia habitación había dos grandes globos, uno con los colores del equipo celeste. Tratan de transmitirle las emociones, expectativas y noticias del entorno, como si Nacho pudiera descifrar el lenguaje. Sin duda que el primer lenguaje es el rostro y los gestos, cuando lo tocan, ponen una cuchara de silicona entre los dientes superiores e inferiores para evitar que se astillen, lo peinan, le escriben mensajes en la ventana.
Esa ventana ha visto en estos 528 días desfilar todos los ruidos y escenas cotidianas de la vida sanducera: fríos y calores, auroras y crepúsculos, noches y días, lluvias y llantos, gritos y silencios, niños y mayores. Y lo más hermoso: siempre que Nacho abre sus ojos allí está su madre, padre, novia o alguien muy cercano que los suple de a ratos.
Salí del Sanatorio con la cara de Nacho a quien acababa de conocer, grabada en mi cabeza. Y pensé en la permanencia de un amor grande y fuerte que los cristianos sabemos que siempre está, aunque uno pueda vivir ausente y desconectado.
En las noches negras o en los días luminosos, esos padres son reflejo de un Rostro que siempre acompaña. Despierta nuestra libertad, espera una sonrisa, una respuesta, aunque demoremos en responder.
No olvido la frase escrita por su novia, pegada en la ventana de la habitación, con letras grandes de computadora: “Dios sigue susurrando: lo mejor aún está por venir..!”
Intentando explicar lo que es esa extraña felicidad, escuché una vez contar al monje argentino Mamerto Menapace la siguiente anécdota: un sábado por la noche un amigo invita a otro: vamos a bailar y divertirnos! Y el otro le dice: esta noche tengo que cuidar a mi padre que está delicado, internado en el hospital. Al día siguiente vuelven a encontrarse: ¿cómo pasaste? Muy divertido, dijo el primero. El otro dijo: ¡yo estoy feliz de haber podido acompañar a mi padre a quien tanto le debo!
También se puede ser feliz en horas de penumbra donde no hay bullicio pero un hijo, un padre, una madre o una novia, saben que ese es su lugar, que allí tienen que estar.
Imagino que algo de eso es la fuerza que experimentan los padres y la novia de Nacho desde el primer día de este largo camino donde hay noches donde sólo un amor grande puede adivinar las luces del amanecer.
Columna publicada en Diario “Cambio” del 15 de junio de 2012