En su columna semanal en el Diario «Cambio», el Obispo de Salto, Mons. Pablo Galimberti, se refiere a las acusaciones contra el Papa Francisco difundidas por el arzobispo Carlo María Viganó.
«Viganó acusa al Papa de haber dilatado una medida disciplinar contra el cardenal americano. Pero la pregunta es por qué Viganó calló este asunto durante cinco largos años, sin abrir la boca hasta ahora. Sobre él mismo recae la misma responsabilidad y su testimonio no parece ser desinteresado», señala el Obispo.
«El perfil del Papa Francisco agrada y a la vez molesta. Según desde dónde se lo mire. Lo cierto es que para muchos ha sido una bocanada de aire nuevo y purificado. Tratemos de escuchar la voz del Espíritu en estas turbulencias eclesiales y sociales», expresa Mons. Galimberti.
En defensa de FRANCISCO
El arzobispo Carlo María Viganò, que ocupó cargos de mucha responsabilidad como nuncio en los Estados Unidos, días pasados publicó una carta de diez páginas al Papa Francisco. Lo acusa de no haber tomado a tiempo medidas contra un Cardenal americano acusado de abusos.
En la carta ataca a numerosos colaboradores del presente y pasado de los últimos tres Papas. Afirma que sobre estos asuntos había informado oportunamente al Papa Francisco.
Desde que este prelado había regresado de Estados Unidos en el 2016, Francisco le hizo saber que era mejor para él regresar a su diócesis italiana de origen. Esto no agradó a Viganó, que buscando motivos para quedarse en Roma, inventó la excusa de tener que cuidar a un hermano gravemente enfermo. Viganó fue acumulando rencor y resentimientos y ahora apunta hacia el Papa.
Respecto al camino que ha seguido, se ha equivocado por completo. No insistió procurando una audiencia privada para discutir el caso McCarrick (arzobispo acusado a quien el Papa “degradó” de su condición de cardenal). Y en lugar de los caminos silenciosos del diálogo franco, mirándose a la cara, ha hecho explotar una bomba, que aunque fechada el 22 de agosto, otra mano seguramente prefirió hacerla estallar justo en ocasión de la visita de Francisco a Irlanda.
Viganó acusa al Papa de haber dilatado una medida disciplinar contra el cardenal americano. Pero la pregunta es por qué Viganó calló este asunto durante cinco largos años, sin abrir la boca hasta ahora. Sobre él mismo recae la misma responsabilidad y su testimonio no parece ser desinteresado.
Francisco es paciente. Se informa y corrobora las fuentes. Coteja testimonios y luego actúa sin que le tiemble el pulso.
Aunque la noticia sorprende, no seamos fariseos. El Evangelio narra la petición de Santiago y Juan, apóstoles, que causó indignación en el grupo: “Maestro, queremos que nos concedas lo que te vamos a pedir: sentarnos uno a tu derecha y otro a tu izquierda cuando estés en tu gloria” (Marcos 10,37).
Francisco continúa sorprendiendo a muchos, especialmente en el Vaticano: visitando inmigrantes, las cárceles, desayunando con mendigos y prefiriendo a pastores con olor a oveja.
Muchos periodistas se han sorprendido ante lo ocurrido. En lugar de esgrimir argumentos deja a los cronistas el juicio, en un acto de confianza, contando con la madurez profesional de cada uno, porque “ustedes tienen la capacidad periodística suficiente para sacar las conclusiones”.
La periodista Stefania Falasca, de Avvenire, califica ayer la carta como mezcla de medias verdades. “Una viciada técnica conocida en la comunicación, llamada desinformación, que es más grave respecto incluso a la calumnia y la difamación, porque propone sólo una parte de la verdad persiguiendo un fin”. La desinformación se construye precisamente sobre medias verdades. Un clásico mecanismo dirigido a impedir la respuesta.
La frutilla de la torta llegó al final de todo este affaire. En una conversación con la la agencia Ap, un periodista de un blog anti-Bergoglio, poseído por una euforia de protagonismo, confesó que fue él quien preparó el montaje de la carta.
El perfil del Papa Francisco agrada y a la vez molesta. Según desde dónde se lo mire. Lo cierto es que para muchos ha sido una bocanada de aire nuevo y purificado. Tratemos de escuchar la voz del Espíritu en estas turbulencias eclesiales y sociales.
Columna publicada en el Diario «Cambio»