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Mons. Galimberti recomienda apelar a la memoria afectiva para redescubir el “eterno milagro de la Nochebuena”

By 18/12/2015diciembre 23rd, 2015No Comments

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En los días previos a la Navidad, el Obispo de Salto, Mons. Pablo Galimberti recomienda, en tiempos en que la mente se encuentra dispersa, a descansar el corazón y detener el flujo de pensamientos mediante la evocación de una página o una escena evangélica dado que “tiene un enorme efecto espiritual, psicológico y terapéutico”.

El Pastor invita a “ubicarnos en este presente histórico, donde cada uno esté viviendo: sano o enfermo, en libertad o en un centro de rehabilitación, cerca o lejos de los seres queridos, en fin, en situaciones muy diversas a las de aquella época”. “El mensaje, los personajes, los gestos de aquel momento, pueden ser también para mí, hoy, una buena noticia, una invitación a salir de la rutina gris, del sabor aburrido de mi vida personal o familiar. Para instalar aquella escena como buena noticia en el hoy de nuestra vida¨, asegura Mons. Galimberti en su columna semanal en el Diario “Cambio”.

El Obispo recuerda que “Ignacio de Loyola propone aproximarse a las escenas evangélicas con la ‘ingenuidad’ de aquellos primeros protagonistas. Y de esta manera experimentar una fusión entre el ayer y el hoy. Este es el camino de la memoria afectiva, que va conectando el ayer y el hoy en una experiencia que cada protagonista vive desde su particular situación”.

“Al leer una escena donde los magos venidos de oriente se acercan al pesebre, yo también puedo intervenir, recrear, admirar, suplicar, hacer mi propia ofrenda. E incluso, como llega a sugerir Ignacio de Loyola, animarnos a ´entrar en la escena`, haciéndome `esclavito indigno´”, puntualiza el Obispo de Salto.

MEMORIA NAVIDEÑA

Mons. Pablo Galimberti

En cierta ocasión, en enero, me encontraba en el centro de Italia, localidad de Rieti, y con un monje benedictino amigo, Giuseppe Tamburrino fuimos hasta la localidad de Greccio.

Mientras sentía el viento frío y gotas de nieve salpicaban mi cara, trataba de imaginar a Francisco de Asís, abrigado con harapos, sacando fuerzas de sus pulmones y un gozo inmenso de su corazón identificado con el de Jesús pobre, cantando el evangelio y permitiendo palpitar con el eterno milagro de la Nochebuena.

Entre aquella navidad del 1223 y el presente el puente es muy largo, pero el núcleo histórico latía allí como en cualquier lugar donde alguien se deja sorprender y envolver por el misterio. Tanto amor era capaz de contagiar calor en cualquier corazón que se ponga a la escucha.

Me detuve en un pequeño oratorio; sobre un enorme atril había grandes pergaminos con salmos musicalizados según el canto gregoriano, donde varias miradas pudieran seguir la melodía. A cada paso por estrechos pasadizos con recovecos intentaba absorber algo de esa atmósfera, de aquella fe y alegría que ayer como hoy necesito.

Se cuenta que Francisco construyó una casita de paja a modo de portal, puso un pesebre en su interior, trajo un buey y un asno, y llamó a un pequeño grupo del lugar a ser parte de la escena. La escenificación sirve para reunir a vecinos y difundir en el frío invierno la consoladora noticia: “hoy nos ha  nacido un Salvador”. Tal como aconteció cuando los pastores de la región fueron avisados del nacimiento del Niño Dios.

En la Navidad se proclama o canta el Evangelio del Nacimiento. A veces se realizan pesebres vivientes, donde los niños se concentran y lo viven mimetizados con el personaje que les toca evocar.

La evocación de una página o escena evangélica tiene un enorme efecto espiritual, psicológico y terapéutico. La mente, dispersa entre tantas preocupaciones, reposa sobre una imagen, un punto donde descansar el corazón y detener el flujo de pensamientos.

Terapeutas modernos como el francés Robert Désoille, iniciador del ensueño dirigido y su discípula Nicole Fabre, a quien tuve el gusto de visitar en su casa de París, junto al Padre Ernesto Popelka, han seguido desarrollando esta línea. Nuestro interés era conocer de cerca esa escuela psicológica que había mostrado gran interés en los Ejercicios Espirituales de San Ignacio de Loyola, escritos en pleno siglo XVI.

Ignacio de Loyola propone aproximarse a las escenas evangélicas con la “ingenuidad” de aquellos primeros protagonistas. Y de esta manera experimentar una fusión entre el ayer y el hoy. Este es el camino de la memoria afectiva, que va conectando el ayer y el hoy en una experiencia que cada protagonista vive desde su particular situación.

Es un ejemplo de cómo el ayer y el hoy se fusionan y entrelazan. Y al leer una escena donde los magos venidos de oriente se acercan al pesebre, yo también puedo intervenir, recrear, admirar, suplicar, hacer mi propia ofrenda. E incluso, como llega a sugerir Ignacio de Loyola, animarnos a “entrar en la escena”, haciéndome “esclavito indigno”.

Es uno de los caminos para actualizar el Evangelio. Abrir una página como la del nacimiento de Jesús en Belén no es sólo recorrer un camino de 21 siglos, desde el hoy hacia el ayer. Podemos ubicarnos en este presente histórico, donde cada uno esté viviendo. Sano o enfermo, en libertad o en un centro de rehabilitación, cerca o lejos de los seres queridos, en fin, en situaciones muy diversas a las de aquella época.

Pero el mensaje, los personajes, los gestos de aquel momento, pueden ser también para mí, hoy, una buena noticia, una invitación a salir de la rutina gris, del sabor aburrido de mi vida personal o familiar. Para instalar aquella escena como buena noticia en el hoy de nuestra vida.

Eso es lo que quiero transmitirles en estos días previos a la “nochebuena”. Si no es noticia realmente buena, hoy, para mí, para nosotros, será como esos saludos o brindis navideños que intercambiamos en la fugacidad de un instante. Pero todo seguirá igual. Desde ya feliz Nochebuena.

Columna publicada en el Diario «Cambio» del 18 de diciembre de 2015