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Mons. Bodeant insta a creer en que las personas pueden cambiar

By 24/03/2016abril 2nd, 2016No Comments

Misa Mons. Romero

«En el Uruguay de hoy …necesitamos creer en el hombre” y en “que las personas pueden cambiar”, subrayó el Obispo de Melo, Mons. Heriberto Bodeant, en la Misa que presidió en Río Branco a pedido de la Embajada de El Salvador, en la víspera de la conmemoración de los 36 años de la muerte de Mons. Oscar Arnulfo Romero.

El Obispo instó a “creer que aquellos que no ven en otro hombre a su hermano, aún pueden abrir los ojos” y en que  “aún aquellos que han hecho sufrir a otros, pueden despertar, darse cuenta, arrepentirse y encontrar en Jesús un camino de sanación».

En su homilía Mons. Bodeant  planteó ¿cómo se puede perdonar alguien que ha sufrido violencia criminal, en carne propia o en un ser querido? ¿Cómo se puede perdonar quien ha recibido grandes heridas de personas a las que ha amado mucho, de la propia familia, de los propios amigos…? “Mons. Romero, siguiendo a Jesús, nos dice que el perdón es posible. Que el perdón no nos hace débiles, sino que nos hace fuertes”, puntualizó y acotó: “¡Qué grande es poder perdonar y sacar de nuestro corazón todo rencor!”.

 

CONMEMORACION EN LA CAPILLA BEATO OSCAR ROMERO- MARTIRES LATINOAMERICANOS 

El año pasado, con motivo de la beatificación de Mons. Romero, asesinado el 24 de marzo de 1980, se agregó su nombre a la Capilla «Mártires Latinoamericanos» de la ciudad de Río Branco. Habiendo tomado conocimiento de esta nominación, la embajada de El Salvador solicitó a la Diócesis de Melo realizar su homenaje anual a Mons. Romero en esa localidad.

La embajadora del país centroamericano, Idalia Menjívar y otros dos funcionarios de la representación diplomática junto al Obispo Diocesano, Mons. Heriberto Bodeant, organizaron el homenaje que incluyó una Misa en la víspera de la muerte del Beato en el templo de la Inmaculada Concepción y una exposición de fotografías aportadas por la Embajada de El Salvador.

Este jueves 24  compartieron un almuerzo comunitario en la Capilla San José Obrero, presenciaron la emisión de un documental sobre la vida del Beato Mons. Romero y a las 16 horas participaron en la Misa de Jueves Santo en la capilla «Beato Óscar Romero – Mártires Latinoamericanos” con la presencia de varios integrantes de la representación diplomática de El Salvador .

Homenaje a Mons. Óscar Romero en Río Branco.

Homilía de Mons. Heriberto Bodeant

Mañana, 24 de marzo, se cumplen 36 años de la muerte de Mons. Óscar Arnulfo Romero, arzobispo de San Salvador, asesinado mientras celebraba la Eucaristía en la capilla del hospital de La Divina Providencia en la capital salvadoreña. Una bala dio en el corazón del pastor, en el momento preciso en que se dirigía al altar para presentar las ofrendas del pan y del vino. Es así que lo quedó ante el altar fue la ofrenda de su propia vida. En enero del año pasado tuve la Gracia de poder rezar ante la tumba de Mons. Romero, en la cripta de la Catedral, y en el lugar de su martirio. En febrero, el Papa Francisco aprobó el reconocimiento de Mons. Romero como Mártir de la Iglesia. El 23 de mayo se celebró en San Salvador la beatificación. Ese mismo día, aquí, en Río Branco, se agregó “Beato Óscar Romero” al nombre de la capilla “Mártires Latinoamericanos”. Hoy y mañana recordamos la figura del obispo mártir, motivados de manera especial por un pedido de la embajada de El Salvador, que cada año le rinde homenaje de diferentes formas. Está aquí presente la Sra. Embajadora Idalia Menjívar y otros miembros de la representación diplomática. Agradecemos mucho su presencia que nos acerca más al hermano pueblo salvadoreño y nos ayuda a conocer y comprender más a Mons. Romero.   El 14 de marzo de 1977, tres años antes de su muerte, Mons. Romero había presidido en la catedral el funeral del P. Rutilio Grande, asesinado junto con dos campesinos cuando se dirigía al lugar donde iba a celebrar la Misa. En aquellos días, El Salvador estaba sumergido en un clima de conflictos políticos y sociales con fuerte violencia y represión, preámbulo de la guerra civil que estallaría tres años después. En ese marco, y frente al desgarrador acontecimiento de la muerte del P. Rutilio, Mons. Romero dice en su homilía. “El amor verdadero es el que trae a Rutilio Grande en su muerte, con dos campesinos de la mano. Así ama la Iglesia; muere con ellos y con ellos se presenta a la trascendencia del cielo. Los ama, y es significativo que mientras el Padre Grande caminaba para su pueblo, a llevar el mensaje de la misa y de la salvación, allí fue donde cayó acribillado. Un sacerdote con sus campesinos, camino a su pueblo para identificarse con ellos, para vivir con ellos, no una inspiración revolucionaria, sino una inspiración de amor (…) Precisamente porque es amor lo que nos inspira (…) queremos decirles, hermanos criminales, que los amamos y que le pedimos a Dios el arrepentimiento para sus corazones, porque la Iglesia no es capaz de odiar, no tiene enemigos. Solamente son enemigos, los que se le quieren declarar; pero ella los ama y muere como Cristo: «Perdónalos, Padre, porque no saben lo que hacen».” “… quizá por eso Dios escogió [al Padre Rutilio] para este martirio, porque los que le conocimos (…) saben que jamás de sus labios salió un llamado a la violencia, al odio, a la venganza. Murió amando, y sin duda que cuando sintió los primeros impactos que le traían la muerte, pudo decir como Cristo: «Perdónalos, Padre; no saben, no han comprendido mi mensaje de amor».” Leyendo estas palabras de Monseñor Romero, pienso en todas las veces que sentimos que nos cuesta perdonar el mal que nos han hecho. ¿Cómo puede perdonar alguien que ha sufrido violencia criminal, en carne propia o en un ser querido? ¿Cómo puede perdonar quien ha recibido grandes heridas de personas a las que ha amado mucho, de la propia familia, de los propios amigos… Mons. Romero, siguiendo a Jesús, nos dice que el perdón es posible. Que el perdón no nos hace débiles, sino que nos hace fuertes ¡Qué grande es poder perdonar y sacar de nuestro corazón todo rencor! Por otra parte, a veces nos cuesta perdonar cosas pequeñas, banales, sobre todo cuando pensamos que el mundo gira alrededor de nosotros y que todos nos deben atención… Nos hace bien mirar la vida de un hombre que sufre viendo a su pueblo enfrentado, desgarrado por el egoísmo, la injusticia y la violencia, dispuesto a dar la vida por la reconciliación de los salvadoreños. Todos los días Mons. Romero hacía memoria de la muerte y resurrección de Jesús celebrando la Eucaristía. Con San Pablo, podía decir, en cada Eucaristía, “constantemente estamos siendo entregados a la muerte por causa de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo mortal. Así que en nosotros obra la muerte, pero en ustedes, la vida” (2 Co 4,11-12).   Bebía permanentemente en la fuente del Evangelio… Cuando yo pensaba cómo hablar de Mons. Romero en este Año de la Misericordia, me dije “él debe haber predicado alguna vez sobre la parábola del hijo pródigo”. Desde luego, así fue. El 16 de marzo de 1980, el penúltimo domingo en que celebró Misa en la catedral, Mons. Romero hizo su homilía sobre lo que él llamó “la parábola de la reconciliación cristiana”. Después de narrar de nuevo, pero dándole un poco de color, el contenido de la parábola, Mons. Romero decía: “Cuánta falta nos hace aquí en El Salvador meditar un poquito esta parábola del hijo pródigo. Como parece irreconciliable la denuncia de la izquierda contra la derecha y el odio de la derecha contra la izquierda; y el que está en el medio dice: «La violencia venga de donde viniera, duro con los dos». Y así vivimos en grupos, polarizados, y quizá ni los del mismo grupo, se aman porque no puede haber amor donde se parcializa tanto, hasta odiar al otro. ¡Necesitamos romper estos diques, necesitamos sentir que hay un padre que nos ama a todos y a todos nos está esperando. Necesitamos aprender a rezar el Padre Nuestro y decirle: «Perdónanos, así como nosotros perdonamos».” “Ya no puede haber reconciliación más que adhiriéndose a Cristo. (…) Cristo no es cualquier cosa, queridos hermanos. Cristo es la presencia de la reconciliación de Dios. Dichoso el hombre que encuentra a Cristo porque ha encontrado al Dios que perdona. Dios en Cristo, vive cerquita de nosotros. Cristo nos ha dado una pauta: «Tuve hambre y me diste de comer». Donde haya un hambriento allí está Cristo muy cerca. «Tuve sed y me diste de beber». Cuando alguien llega a tu casa pidiéndote agua es Cristo si tú miras con fe. En el enfermo que está deseando una visita, Cristo te dice: «estuve enfermo y me viniste a visitar». O en la cárcel. Cuántos se avergüenzan hoy de dar su testimonio a favor del inocente. (…) Si viéramos que es Cristo el hombre necesitado, el hombre torturado, el hombre prisionero, el asesinado; y en cada figura de hombre, botadas tan indignamente por nuestros caminos, descubriéramos a ese Cristo botado, medalla de oro que recogeríamos con ternura y la besaríamos y no nos avergonzaríamos de él. Cuánto falta para despertar en los hombres de hoy, sobre todo en aquellos que torturan y matan y que prefieren sus capitales al hombre, de tener en cuenta que de nada sirven todos los millones de la tierra, nada valen por encima del hombre. El hombre es Cristo y en el hombre visto con fe y tratado con fe, miramos a Cristo al Señor.” Nada vale por encima del hombre. Y para Mons. Romero, vale el empresario y vale el obrero. Vale el campesino sin tierra y explotado y valen las pocas familias dueñas de los grandes cafetales y algodonales. Vale el hombre torturado, el hombre asesinado y tirado a una zanja, y vale también el “hermano criminal” que asesina.    Uno se pregunta cómo es posible. Parece ingenuo, pero no lo es. Nadie puede ser ingenuo cuando una semana sí y otra también está rezando por las víctimas de la violencia. Él mira al hombre desde Cristo, y desde Cristo crucificado, que ha entregado su vida por todos. Él mira al hombre desde la convicción de que la conversión de cada persona y de la sociedad son posibles. No niega la necesidad de la justicia humana, pero nos recuerda que Dios “no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva”.   En el Uruguay de hoy, que ni de lejos vive el irrespirable clima de El Salvador de aquellos años, necesitamos creer en el hombre. Creer que las personas pueden cambiar. Creer que aún aquellos que han hecho sufrir a otros, pueden despertar, darse cuenta, arrepentirse y encontrar en Jesús un camino de sanación. Creer que aquellos que no ven en otro hombre a su hermano, aún pueden abrir los ojos.   En este Año de la Misericordia le pedimos al Señor que el testimonio de Mons. Romero, testimonio sellado con su propia sangre, empiece por mover nuestros propios corazones para que “que el amor venza al odio, la venganza deje paso a la indulgencia, y la discordia se convierta en amor mutuo”  . Así sea.

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