“Vivir es apostar. Ganar o perder. Hay muchas maneras de “perder”. Elegir es preferir, por tanto hacer “cenizas” quemando las naves”, afirma el Obispo de Salto, Mons. Pablo Galimberti, al tiempo que insta a tomar conciencia de “los pequeños grandes momentos de nuestra existencia cotidiana”,.
El punto de partida de la columna de esta semana del Obispo en el Diario “Cambio” es la Obra “De destierros y Moradas”. del jesuita y poeta argentino Osvaldo Pol, que acaba de fallecer.
Compañero de Bergoglio
Mons. Pablo Galimberti
Osvaldo Pol integraba la misma comunidad donde residió dos años (1990-92) su compañero Jorge Mario Bergoglio. Según rumores, “desterrado”. Jesuita y poeta, el Padre Pol acaba de fallecer en Córdoba a los 81 años.
Lo conocí al comienzo de mi formación eclesiástica en Montevideo, en el seminario dirigido por los jesuitas.
La cercanía entre Osvaldo Pol y el poeta salteño Leonardo Garet sirvió de puente para recibir noticias y también el libro “De Destierros y Moradas” que vino acompañado de una afectuosa dedicatoria, evocando el tiempo compartido.
Esta recopilación poética tiene un prólogo de Jorge Mario Bergoglio, en ese momento (1981), Rector del Colegio Máximo (San Miguel, Buenos Aires) donde ambos cursaron sus estudios de filosofía y teología.
¿Por qué un poeta, capaz de “despegar” de los problemas cotidianos, habla de “destierros”? Responde Bergoglio: “la palabra poética tiene moradas de carne en el corazón del hombre y –a la vez- siente la pesantez de unas alas que todavía no han remontado su vuelo. Trabajoso dilema éste que expresa poéticamente Santa Teresa: “¡Qué duros estos destierros!”
Osvaldo Pol ha sabido escuchar los vaivenes del corazón. El sencillo gesto o decisión van escribiendo el libro de la vida. Un vaso de agua tendrá recompensa en el cielo, según el Evangelio. Decía Santa Teresa: “También entre los pucheros anda Dios”. Lo que hoy acaricio mañana serán cenizas. Abrazos y despedidas.
“Serán cenizas, cifras del olvido, estos versos que escribo enamorado. Pero algo quedará: lo acariciado no perderá ya nunca su sentido. Hay nombres que me nombran lo perdido y hay idiomas que ignoro haber hablado. Pero hay cofres que guardo en mi costado con el niño y la infancia que he vivido”.
Vivir es apostar. Ganar o perder. Hay muchas maneras de “perder”. Elegir es preferir, por tanto hacer “cenizas” quemando las naves.
En medio de una cultura propensa a postergar. El miedo o inseguridad paralizan. “Decidir” viene de un verbo latino que significa “cortar”.
La ruta de Osvaldo Pol sortea zonas “perdidas” o “ignoradas”:
“Hay nombres que me nombran lo perdido y hay idiomas que ignoro haber hablado”.
Pero reconoce que existe un lugar de vivencias. Simultáneamente “hay cofres”, que atesoran joyas que el poeta no duda que existen. Son rostros, instantes fugaces o afectos que urge custodiar como entrañable tesoro.
El poeta registra este tesoro en la edad “feliz” de la infancia y la niñez. Pero son vivencias que desbordan los límites del almanaque. Pertenecen a la zona de vivencias espontáneas que la excesiva racionalidad u otras urgencias desvían la atención. En esa dirección apunta la parábola evangélica del tesoro escondido en la tierra. Y que por lo tanto, como dice un poeta, “hay que buscar en lo escondido”.
A ese manantial cuyas vetas jamás se agotan, apunta el P. Pol: “Pero siempre podré iniciar un canto regresando a mi risa o a mi llanto. Y amar mil veces más lo que hube amado.”
Estupenda confianza es secreta fuente que nos acompaña. Cuando en la vida adulta avanzamos, envejecemos y los golpes nos vuelven desconfiados. O cuando los rumores de la calle nos dificultan sintonizar y nos volvemos sordos o distraídos a las voces capaces de “despertarnos” del sopor cotidiano. Y nos llena la agenda una rutina que nos ocupa pero a veces aleja de los pequeños grandes momentos de nuestra existencia cotidiana.
Columna publicada en el Diario «Cambio» del viernes 21 de octubre de 2016