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«Viejos y Jóvenes…Sumando sueños»: Reflexión de Mons. Pablo Galimberti

By 17/05/2019No Comments

 

galimbertipablo

Me obsequiaron una postal. Proviene del estudio iconográfico del Monasterio de Bosé, Italia. Un monje joven, encorvado, carga a babucha a un monje anciano. Igual que un padre llevando su hijo pequeño. En una esquina en griego: la buena amistad.

Al dorso el Papa Francisco comenta: el joven “lleva adelante los sueños de un anciano… Un joven que es capaz de cargar con los sueños de los ancianos y que los lleva adelante para hacerlos fructificar”. Los “viejos” guardan en sus alforjas sueños e intuiciones que pueden abrir caminos. Lo he palpado en las frecuentes visitas a la abadía benedictina de Praglia.

El apóstol Pablo recomienda tratar bien a los jóvenes. “No irriten a sus hijos, para que no se desanimen”. Lo propio de los jóvenes es atreverse a más, querer comerse el mundo, aceptar propuestas desafiantes y desear aportar sueños para construir algo mejor.

Sin embargo, dice el Papa Francisco, la Biblia invita a un profundo respeto hacia los ancianos. Ellos acumulan un tesoro de experiencias, han probado éxitos y fracasos, alegrías y grandes angustias, ilusiones y desencantos. Y en el silencio de su corazón guardan historias que nos pueden ayudar a no equivocarnos ni engañarnos persiguiendo espejismos.

La persona sabia, dice Jesús, es capaz de sacar de sus reservas lo nuevo y lo viejo. Hay jóvenes llenos de sueños pero que a la hora de concretarlos no aciertan. Pero también cuánto bien hacen los jóvenes a los viejos esclerotizados en el pasado. Los jóvenes, afirma el Papa, pueden ayudar a las comunidades envejecidas a renovarse, a no convertirse en gueto, a ser más pobres, a estar cerca de los últimos y descartados y a luchar por la justicia.

Quienes ya no somos jóvenes, dice el Papa, necesitamos ocasiones para tener cerca la voz y el estímulo de ellos. Nos hace falta crear más espacios donde resuene la voz de los jóvenes.

La imagen sugerida por la postal podría entenderse también como una urgente necesidad de contar con el apoyo de la figura de un buen padre a nuestras espaldas. Lástima que muchas veces sean como presencias emocionalmente ausentes. “Si lo que los mortales desean pudiera hacerse realidad, lo primero que quisiera sería el retorno del padre”: es Telémaco, el hijo de Ulises en la Odisea, que testimonia la angustia de un hijo sin padre.

Hoy esas voces son legiones. Cómo anima sentir al comenzar la jornada o una etapa nueva  la cercanía de un padre. Real o bien evocada por una foto o al tararear fragmentos de una canción favorita… Soplando las velas, alentando con un “falta poco …”, susurrando como brisa en nuestros silencios. Cercanía, no alejados en el bunker de la oficina. Se necesitan padres valientes, intrépidos, corajudos, sin miedo de cumplir su oficio.

Esta figura parece hoy vaporosa o ausente. Con el divorcio fácil, el aborto sin informar al padre, obligado a guardar silencio sobre decisiones de los hijos, pero colaborando con el dinero.

Señal de un buen padre es la “herida”, el estímulo incómodo y reiterativo. El padre enseña que la vida no es sólo satisfacer deseos y divertirse. Su cercanía sopla “en nuestras espaldas”. Y a veces parece limitar las infinitas opciones de la etapa juvenil. Pero pasados los años cuánto agradecemos y añoramos aquel rostro, manos y miradas. Así el adolescente aprende a renunciar y crecer, como en la fábula “Hans de hierro” de los Hermanos Grimm.

Columna de Mons. Pablo Galimberti, publicada en el Diario «Cambio» de Salto