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P. Julio Elizaga: Un discípulo “atípico” 

By 24/09/2015octubre 2nd, 2015No Comments

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Entrevista publicada en el Quincenario “Entre Todos” Nº 361 y 362

El próximo domingo 27 de setiembre, después de más de medio siglo al frente de la Parroquia de Belén, que él mismo fundó, el padre Julio César Elizaga se despedirá en la eucaristía de su comunidad en su condición de párroco, servicio en el que será sucedido por el padre Eliomar Carrara, cuya vocación sacerdotal nació, por otra parte, en esta misma comunidad.

El P. Elizaga cumple en estos días 52 años como párroco de Cristo Salvador de Belén. Son varias las aristas que destacan en su inquieto ministerio: además de abrir camino como pionero en el diálogo ecuménico e interreligioso —ya en una época anterior a la celebración del Concilio Vaticano II—, es experto en el estudio de las sectas y las nuevas religiones, por lo que se desempeñó como consultor de la Santa Sede, y fue el primer sacerdote uruguayo en conocer y experimentar la renovación carismática que estaba naciendo en la Iglesia.

Autor de varios libros, exorcista, ha sido un gran comunicador que durante décadas se mostró siempre disponible a los medios de comunicación. Hombre con muchos dones y una entrega apostólica incansable, además de diversos ministerios laicales, formó en su parroquia… ¡más de cien pequeñas comunidades!, y despertó numerosas vocaciones tanto al sacerdocio como a la vida consagrada.

Nació el 15 de mayo de 1929, y fue el tercero de cuatro hermanos. Creció en torno a la Parroquia del Reducto y estudió en el Colegio de los Hermanos del Sagrado Corazón. Entró al Seminario Interdiocesano en 1950 y fue ordenado sacerdote el 22 de abril de 1958 por Mons. Luis Baccino en la catedral de San José. Luego de ser vicario en las parroquias de la Sagrada Familia de La Teja y Stella Maris de Carrasco, fue nombrado Cura Párroco en 1963 por el cardenal Antonio María Barbieri, con el fin, además, de fundar la Parroquia de Cristo Salvador de Belén, en Malvín Norte, de la cual ha sido su pastor desde entonces.

«Entre Todos» lo entrevistó en su despacho parroquial. Llama la atención el aspecto juvenil del padre Elizaga, sus ojos vivaces cuyos destellos anuncian las anécdotas divertidas y recreadas —probadas con mil públicos y en mil escenarios— con que va salpicando su conversación vertiginosa y provocando la risa, su memoria precisa que va rescatando los nombres en el momento justo… Es un gran narrador oral, que va dando voces a los distintos personajes que hace intervenir en sus relatos, adoptando incluso sus gestos corporales, introduciendo diálogos chispeantes entre ellos, dejando permear en la modulación de los fraseos y cadencias del relato, el ambiente vital de la anécdota, y trayendo al tiempo presente el asombro y la novedad que provocó en su momento un acontecimiento perdido en el pasado. Su timbre de voz acerado y diáfano, y el ritmo urgente de sus palabras, imperan en una entrevista que se fue como un suspiro…

—Han pasado 52 años desde que llegó a este lugar…

—Desde mi nombramiento todo fue muy atípico, todo, todo, desde los primeros días. Yo había llegado de trabajar un año en una parroquia de Francia, y el cardenal Barbieri me dice: «te estaba esperando, porque allí en Malvín norte tengo la capilla de Belén y la quiero transformar en parroquia. Pero tiene un inconveniente: no hay casa parroquial. Yo había pensado en ti, ¿qué te parece?» Entonces lo pensé un poco y le dije: «monseñor, estoy dispuesto, pero no sé si podré salir adelante.» Y así, a los 4 o 5 días, tomo posesión. Yo mismo le puse el nombre —porque se llamaba Capilla de Belén—, Parroquia de Cristo Salvador de Belén. Además yo mismo le fijé los límites. Anduvimos dando vueltas en una vespa para que la parroquia quedara más o menos centrada, para lo cual tuvimos que integrar un pedazo de la parroquia de Lourdes, otro pedazo a la parroquia de la Cruz, y un pedazo a la parroquia de Stella Maris de Carrasco. Y claro, tuve que ir a hablar con los párrocos: le sacaremos este pedazo, se va a hacer una nueva parroquia, que sí, que no, que esto y que lo otro… y armamos entonces la parroquia.

En ese entonces yo vivía en Stella Maris, porque había estado un año de encargado allí, además de haber sido teniente. Yo llego acá, y el primer día, en la misa, hubo 25 personas. No había nadie de la curia que me presentara. Nunca me presentaron ni nada. Me presenté como cura párroco y comencé a trabajar. Todo ese año 63 lo seguí atendiendo desde Stella Maris. Venía en la mañana, y en la tarde regresaba a Stella Maris. Ya para el 64, el padre Freire me dijo: «Elizaga, ¿Por qué no te venís aquí a Lourdes, que estás más cerca para todo?» Y bueno, vine a Lourdes y comencé a atender desde allí.

Y por supuesto que me tuve que poner a trabajar porque no había un solo peso con 25 personas. Y como no había sido parroquia la gente no estaba acostumbrada. Entonces envié a un grupo de muchachos de Carrasco y de Lourdes, casa por casa a decir: la capilla se ha transformado en parroquia, hay un sacerdote estable, por lo tanto ahora hay misas, hay casamientos, hay bautismos, hay funerales, hay catequesis para los niños. Y esto se difundió.

—¿Y quién atendía la capilla anteriormente a su llegada?

—La atendía la parroquia de Lourdes. Había únicamente una misa los domingos a las cinco de la tarde.

—Y el barrio era muy distinto a su aspecto actual…

—Ah, por supuesto que sí, nada que ver a como es ahora. Había mucha parte de campo, muchas calles cerradas, nada de luz en las calles. Tuve que comenzar a sortear todas esas dificultades. Me dediqué a comprar el terreno de al lado, toda una odisea. Primeramente hice rifas —las hice toda mi vida en la parroquia—, hice “kermesses” y bailes, hasta bailes de cumbia oficiales para todo el barrio. Venía gente de  todo el barrio a bailar, mirá lo que te digo. Compré el terreno de al lado.

En eso recibo la visita de Mons. Corso, que era el administrador apostólico de Montevideo, sucesor de Barbieri. Lo recibí en el templo. Entonces me dice: «veo la muchachada que tenés, veo la gente, hablé con ella, está muy contento contigo, pero te digo una cosa, estás viviendo anticanónicamente, estás durmiendo fuera de tu parroquia; así que Elizaga te digo una cosa —él me quería mucho, porque había sido mi profesor de derecho canónico, yo me iba a pasar las vacaciones con él a Rincón del Cerro—, te advierto una cosa: o te haces una casa parroquial o clausuro esta parroquia.» Eso me empujó.

Comencé a dar clases de sociología en el Colegio Nuestra Señora de Lourdes, y en el preparatorio del La Mennais, cultura religiosa. Y seguía dando clases en el British, desde la época de Stella Maris. Entonces con la ayuda de unos vecinos me hice una piecita, pegada a la parroquia que era, digamos, dormitorio, escritorio, y lavatorio. Una sola piecita, todavía quedan los restos de lo que era. El baño estaba en la sacristía. Así que para ir al baño tenía que pasar salir de mi piecita, cruzar por delante del altar mayor, delante del santísimo, bañarme y luego pasar para el otro lado. Pero ya estaba viviendo aquí.

Comencé con las primeras comuniones. Era muy distinta a la mentalidad de ahora. Me acuerdo que me fui a las viviendas de INVE viejo que se recién se estaban terminando. Entonces allí, me puse una mesa, estaba de sotana, y hacía correr la voz de avisar a todos que me encontraba allí para que anotaran a los niños para la primera comunión. Y venían las madres desesperadas a anotar a sus hijos. Yo me había traído un armonio y la pila de agua bendita de Stella Maris, que es, hasta ahora, la pila bautismal de esta parroquia. Los traje desde un principio: el día que tomé posesión de la parroquia, comenzaba la segunda sesión del Concilio Ecuménico… antes de «Lo que el viento se llevó».

Usted estaba en Roma cuando falleció Juan XXIII, nos decía hace un rato. ¿Qué recuerdos tiene? ¿Estuvo en la plaza?

¡Claro, sí, sí, sí, sí! Y más aún: ¡lo filmé! Y lo tengo filmado. Si habré estado cerca, que lo filmé a dos o tres metros. Pero todo por casualidad. Claro… cometí actos de audacia. Me di cuenta, en un determinado momento, que unos sacerdotes que andaban con roquete blanco especial [= vestidura con mangas anchas que se lleva sobre la sotana] eran los que disponían qué hacer y qué no, delante de los cardenales y todo. Estando en Roma, me habían hecho un roquete blanco exactamente igual. Me lo puse y discretamente daba indicaciones —«a ver, ¡pasen por aquí!»— y hacía gestos de mando propios de quien está a cargo, y ninguno de los guardias suizos me paraba. Y yo caminaba delante de los cardenales… Y yo pensaba, ahí está Montini —el futuro papa Pablo VI—, ahí el cardenal Lercaro, y el cardenal Agustín Bea, de ecumenismo, que me interesa… Como yo andaba mandando… ¿no?, todos pensaban que yo era parte del comité, y como era una cosa internacional, no todos se conocían entre sí.

De este modo pude estar en la plaza, en el momento en que el papa murió, el 3 de junio de 1963. Estaba con el hermano Rogelio, creo, de la Sagrada Familia, en la plaza, y yo había llegado conmigo una radio transistor, que era una novedad. Sucedió algo entonces, cuando toda la gente rezaba y lloraba, en la Plaza de San Pedro, escucho en la radio que suenan las campanas y dicen: «in questo momento il Papa e morto». Entonces digo: ¡se murió el Papa, se murió! «¡Calmate, que estamos rezando el rosario!» ¡Se acaba de morir, lo acabo de oír en la radio! Y bueno, fue un alboroto tremendo. Fueron tres días de exequias. Caminábamos por la Via Conciliazione, llegábamos hasta donde se hallaba el cuerpo del Papa expuesto, y volvíamos por los costados. ¡No te podías quedar quieto! Te empujaban los de atrás. Era una fila imponente, ¡tres días pasando la gente así!, mirá lo que te digo.

El útlimo día, ingenuamente, tratamos de llegar. La plaza estaba bastante llena. Imposible, no te dejaban pasar. Estaba la guardia, con los camiones, puestos, la policía…  Toda la Via Conciliazione llena. Entonces, ¿qué hicimos? Comenzamos a hacer un poco de presión. Yo estaba de sotana. Los policías se sostenían hombro con hombro, y decían «¡no empujen, no empujen!». Pero de pronto, la valla cedió, y unos cincuenta entramos, así que pude meterme en la plaza. Yo andaba con la filmadora. Entré al Seminario con la filmadora, por eso tengo filmado gran parte del seminario. Bueno, Juan XXIII fue un papa que veneramos.  Yo lo había saludado ya. Había ido con Paul Dabezies, me parece, y el P. Ricardo Fernández. Llegamos allí, y entonces justo sentimos las sirenas, y pasaba el Papa que iba a una parroquia allí de barrio, a visitar un domingo de tarde. Fuimos y nos pusimos en el altar. Entró el Papa, y lógicamente, era tal el bochinche, que se puso el dedo en la boca y decía: «hagan silencio y si no me voy, silencio o si no me voy». Un encanto de persona. Y ahí lo pudimos saludar porque estábamos en el altar.

—¿Permaneció en Roma para presenciar la elección de Pablo VI?

Sí. Y después me fui al norte. Estuve en Turín para ver lo de la sábana santa. Yo estaba en París, y me volví a París.

—¿Qué estaba haciendo en París?

—En París estuve un año entero trabajando en una experiencia pastoral. Yo fui a tener una experiencia pastoral buena. Fui al Instituto Católico de París. Ahí estaba sor Renée, una monja uruguaya que estaba atendiendo ahí. Me preguntó: ¿qué es lo que tú pensás hacer? Le digo: a ver si como «agregado» puedo vivir en Saint Séverin para tener una buena experiencia litúrgica. Me responde: padre, esto no se estila en Francia, no le pase por la cabeza… Me desanimó, yo dije «¿qué hago?, si no ¿adónde voy?». Entonces sucede que fui a ver el párroco. Me presenté: mire, padre, yo soy un sacerdote sudamericano, de Montevideo, Uruguay, yo quisiera, si fuera posible, tener una experiencia pastoral muy buena, y esta es la parroquia más conocida….

Y me dice: a mí me asombra la audacia de los sudamericanos. Yo cuando viajo, por ejemplo, a Alemania, voy a un hotel, pero no se me ocurre ir a pedir a una parroquia. Usted viene a pedir a una parroquia con una tranquilidad imponente. No se estila aquí y ya le digo que no. «Pero, ¡qué pena! Yo me quería formar acá, porque para mí lo importante que era…». Mire —me dice al final—, yo lo voy a consultar con mis coadjutores (tenía cinco), no creo, si quiere llame el martes, pero, ya le digo que no.

—¿Y entonces qué hizo?

Me fui desanimado. Sor Renée me dijo: ¿qué te dije?, ¿no te dije que acá no te iban a aceptar? Llamé el martes y me dijo: «vous avez de bagage?» [= ¿tiene equipaje?] Le dije: sí. «Entonces, véngase con sus maletas para acá». Y bueno, el domingo, me presentó el párroco: «tenemos un nuevo sacerdote agregado». Me dieron un confesionario especial que decía: «Confesiones en francés, en italiano, en portugués y en español. Père Elizagá.» Yo celebraba la misa, pero no me dejaban predicar. Entonces se estilaba que uno celebraba y otro predicaba. Pero sí tenía que recitar el rosario para toda la gente el sábado de tarde, confesar y toda esa serie de cosas. Y me tocó preparar las primeras comuniones.

¡Lo que era la «communion solennelle». Llevábamos a los chicos tres días de retiro a otro lado. Claro, era más grande que aquí, porque era la comunión solemne. No era la primera comunión, que era más desapercibida. La «comnunion solennelle» era más o menos a los 12 o 13 años. Iban todos de alba los chicos, de alba con una crucecita de madera… tengo las fotografías allí. El sábado por la tarde —fijate qué hermosa la ceremonia—, el sábado por la tarde se les hacía la entrega del hábito blanco que iban a usar al otro día, todo explicado y cantado, una cosa maravillosa. Después, se les colocaba la cruz, y finalmente, se hablaba del evangelio, ¡cantado todo! Y se cantaba: «recibe el evangelio según san Mateo». Y todo el mundo cantaba: «gloria a ti, Señor». Y así se seguía con el resto de los evangelios. El domingo por la mañana era la gran celebración de la «communion solennelle».

 —¿Cuánto tiempo estuvo en Europa entonces?

Un año. Fue en el tiempo previo antes de llegar a Belén.

–  Usted había ido a Norteamérica años antes, ¿no es así?

En el 58. A los 4 meses de ordenado me fui para Estados Unidos y Canadá, donde estuve prácticamente cerca de un año, mientras estaba en La Teja. Pero fui por otros motivos. Fui a solicitar dinero para levantar obras parroquiales. Me hice una prédica que me aprendí bien de memoria. Y lo conseguí… un predio para la parroquia de La Teja. En mi vida sacerdotal… conseguí siete predios. De ese viaje volvía a La Teja. Luego fui a Carrasco, a Stella Maris, y después, a Malvín, desde donde comencé a atender la capilla aquí, que luego, como les conté, me tocó levantar como parroquia.

—Esta parroquia comenzó siendo una humilde capilla de Malvín, en un barrio con problemas de luz, con calles cerradas…, etc., ¿cuándo se convirtió Belén en una parroquia con una fuerte convocatoria?

Bueno… primero hice poner la luz en la calle, abrir calles…

—Era una especie de intendente de Malvín norte más o menos.

(Se ríe). Bueno, algo así, una especie de intendente de Malvín norte, porque… levanté la Comisión de fomento, que funcionaba aquí en la parroquia…, porque no tenía otro sitio. Ahora, el primer gran acontecimiento fue lo que la gente llamó «la misa beat», en el 67. Aquí venía mucho el famoso líder blanco… que ya falleció…

—¿Wilson Ferreira? 

Wilson Ferreira, era gran amigo mío, y vino ese día. Le dije: Wilson, va a ver la misa lo que va a ser desde el próximo domingo. «Padre, ¿qué va a hacer?» «Va a ver usted, los instrumentos… cómo vamos a tocar.» Incorporé la batería, ¿no?, y guitarras eléctricas, además del órgano. Claro, fue una explosión.  El diario comunista «El Popular», junto a una foto: «Ahora en la parroquia la misa es beat». Y le pusieron ese término. De tal manera que al inaugurarse la exposición de artes visuales, e invitaron al coro y orquesta de Belén a amenizar el evento con los cánticos religiosos. Toda la gente comentaba, y la prensa se hizo eco de todo esto. Y en el 70 recibí el bautismo con el Espíritu Santo, que fue una gran experiencia… que dio inicio a la renovación carismática en la parroquia. Ambas cosas entonces, influyeron en el crecimiento grande de la parroquia: la música carismática por una parte, y la renovación carismática por otra.

En la renovación carismática surge un tercer elemento. En el mismo 70 sucede una cosa. Entro en contacto con el pastor argentino Juan Carlos Ortiz, que era el gran impulsor de la renovación entre los evangélicos. Y el pastor Ortiz estaba presente cuando yo recibí esa experiencia. Yo me estaba preparando personalmente, pero lo recibí en una reunión ecuménica. Recuerdo que el pastor norteamericano allí presente, súper intendente de las Asambleas de Dios, me dijo: «Padre: de no haberlo visto con estos ojos yo jamás podría aceptar que esto pudiera darse en un sacerdote apostólico romano, pero usted me ha tirado abajo toda mi teología». Fue una entrada grande en el terreno ecuménico. Los pastores de Uruguay… prácticamente todos me conocen. Si habré recorrido las iglesias evangélicas del interior, y después en el exterior, y llegué a predicar en la Catedral de Cristal en Los Ángeles. Y lo tengo filmado, no vayan a pensar que «este inventa cosas», eh (y se ríe).

—¿Y en qué consistió el tercer elemento al que hacía referencia?

Ah, sí, bueno, que ahí aprendí lo del discipulado: somos discípulos. Saqué un primer folleto en imprenta, de muchos que siguieron después: «Somos discípulos de Cristo». Antes que nada, no somos cristianos domingueros, somos discípulos de Cristo. Si decimos: Jesús dice que «tenemos que ser santos como él es santo»… La gente piensa: bueno, será así, o no será así… Pero si lo lee en la biblia, tal libro, en tal capítulo, en tal versículo… Cuando la gente lo veía, lo subrayaba, aprendía lo subrayado bien de memoria, y leámoslo en primera persona singular: «yo debo ser perfecto como el Padre celestial es perfecto». Así que estas no son cosas mías, esto lo manda el Señor. Subrayábamos en las reuniones la biblia con lápices de color, marcábamos aquí, marcábamos allá… y así penetraba la Palabra. Hice muchos cursos bíblicos acá, para toda la gente. Bueno, entonces, estas serían las tres razones por las cuales la parroquia alcanzó un desarrollo importante.

Otra cosa. Ya al principio dividí la parroquia en ocho o nueve zonas. Entonces, por ejemplo, me acuerdo… la comunidad de Felipe Cardozo. Conseguimos una casa, la de Alvarito Olarte, y allí llegó a haber incluso ochenta, noventa personas. Hacíamos los hombres, las mujeres, los jóvenes, los niños, ¡todos se reunían a la misma hora allí! Era una reunión muy especial. Yo iba, claro.

—¿Eso era en una casa de familia?

En una casa de familia, en la casa de Coppola, en la calle Tres Cerros. Y así fuimos haciendo en cada zona.

—¿Tenían casas en las distintas zonas?

—Sí.

—¿Qué hacían?

Oración, lectura de la Palabra, pero todos con la biblia en la mano, eh. Ahí sí. Usábamos la versión popular del Nuevo Testamento, «Dios habla hoy». Se decía: los católicos de tal zona se reúnen aquí a tal hora… Y yo iba. Había que ir de sotana… y no sé cuánta cosa. La gente le daba una importancia mayor. Se lo digo sinceramente. Hasta los ateos: «allá esta el padre», decía la gente. Los sábados de tarde se reunían los distintos grupos en el barrio con sus catequistas. A las 2 de la tarde yo tocaba la campana. Los catequistas decían: ¿la sintieron?, ¿quién falta?, ¡nos vamos aprontando! A las 2 y cuarto, segundo campanazo. Y entonces se ponían todos los grupos en marcha. Y a las 2 y media tú veías que por esta calle venían los catequistas con los niños, y por la otra lo mismo… Y los recibíamos acá, y se formaban. Y yo les decía: «vamos a entrar en silencio al templo; recuerden que si está Jesús no debemos hablar. A ver, uno de ustedes, ¡Fulano!, abra la puerta y vea si están las lamparitas rojas encendidas o no». Entraba el niño en punta de pie, se asomaba, y me decía: «están rojas, están prendidas…». «¿Qué significa?». «Que está Jesús presente», respondían. «Entonces entramos en punta de pie sin hacer ruido». Y todos ahí marchaban en silencio. Como teníamos el órgano, ensayábamos los cánticos. Y luego se iban a catequesis.

—¿Cuánta gente llegó a haber en la parroquia?

¡115 comunidades eclesiales, 115 comunidades de base!

—¿Cuántas personas integraban cada comunidad?

Un mínimo de diez o doce personas.

—¿Y en misa?

¡Muchísima! Era tanta la gente que venía… Teníamos que poner pantalla gigante afuera para transmitirla.

—Usted es conocido también por su acción en la lucha contra Satanás, como exorcista… 

Ah, bueno, bueno, no, no, no, esto vino como consecuencia de la renovación carismática. La renovación acentúa la conciencia en la acción de Satanás. Antes nunca había conocido a nadie que hubiera hecho un exorcismo ni nada por el estilo. En determinado momento estábamos con el pastor Ortiz en una casa del barrio y trajeron a un muchacho con el pelo sobre los ojos, oramos por él, le impusimos las manos, y el muchacho se desacataba. Y veíamos entonces cómo le bajaba como una bola grande de aire que le bajaba y le subía, y cuando llegaba al cuello le producía una enorme papada. ¿Qué es esto? Y el pastor me decía: volvamos a rezar, padre. Y rezábamos: «¡Espíritu del mal, te lo ordeno en el nombre de Cristo, por la sangre de Cristo, sal ya, te lo ordeno ya, sal ya, etc.!» Y el muchacho quedó liberado, y suspiró con gran alivio. ¿Qué te pasa?, le pregunté. «Parece que hubiera tenido un corsé puesto y que se me haya ido.» Lo llevé hasta la casa y aparte conversé un poco con la madre, mientras el chico se fue a bañar. «Mire, señora, su hijo —yo lo conocía poco— está en cosas raras». Ella me dijo: «mire, yo algo pienso, padre, por los dibujos que él hace». ¿Qué dibujos? Me mostró una carpeta con burros dibujados pero con halos de santos. Entonces hablé con él: tú te metiste en el mal, quiero saber… Y me contó: «yo siempre le pedía cosas a Dios y nunca me las concedía. Y un día me acuerdo que yo estaba sentado ahí, cerca de la estufa y deje: “Espíritu del mal —o Satanás, no me acuerdo cómo fue que dijo—, si existes yo te entrego mi vida la vida a ti». Eso me lo contó él. A mí me sonaba rarísimo, ¡en Uruguay, que pasara eso! Y luego me pasó eso con otro, y otro y otro…

—Me pasó lo mismo, hace unos años. Una persona me dijo que había hecho un pacto con Satanás. Igual que usted, quedé sumamente sorpendido: ¿es así, es frecuente esto?

¡Y claro! Pero si acá existe oficialmente la iglesia satánica del Uruguay, ¡oficialmente! Buscala por internet. Además de la iglesia satánica mundial. En Estados Unidos los sacerdotes de Satanás van de clergeman negro, de traje negro, así, igual que nosotros, pero llevan una cadenita que lleva una estrella. Es la única diferencia. Son sacerdotes de la «Church of Satanas». Bueno, yo no me quería meter en esto, pero se me presentó un caso. Entonces se lo planteé a Mons. Parteli. Y él me autorizó. Y ahí comencé, porque ya tenía autorización del arzobispo. Llegó un momento que me enloquecían, de tanta gente que venía a verme.

—¿Entonces usted fue el exorcista oficial de la Iglesia de Montevideo?

Sí. Claro que sí.