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Palabras de agradecimiento del Cardenal Daniel Sturla en el acto de bienvenida

By 20/03/2015marzo 27th, 2015No Comments

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Señoras  y Señores del Gobierno  (saludará a cada uno de los presentes)

Señores embajadores

Señores representantes de la colectividad Judía

Señores representantes de las diversas iglesias cristianas y de otras denominaciones religiosas.

Señor Nuncio Apostólico en el Uruguay

Queridos Hermanos Obispos

Queridos amigos y hermanos:

¡En toda ocasión den gracias! Repite muchas veces San Pablo en sus cartas, y los antiguos salmos de Israel nos enseñan la acción de gracias como uno de los elementos claves de la vida humana.

Por eso agradezco de corazón la presencia de autoridades civiles y religiosas, del pueblo de Dios, de todos y cada uno de ustedes en este acto que precede a la celebración de la Santa Misa. Mi gracias en especial a mi Obispo Auxiliar y hermano Mons. Milton, al Señor Nuncio Apostólico, al Profesor Mario Cayota y a mi amigo Felipe Paullier por sus palabras.

Estamos celebrando aquí, en el corazón de la Ciudad Vieja de Montevideo, en esta Plaza Constitución, que nos gusta llamar con su antiguo nombre de Plaza Matriz. Aquí está la Iglesia madre de las Iglesias de Montevideo y del Uruguay entero. A su sombra podemos sentir todo lo que significa este monumento de fe y de ciudadanía, testigo con el Cabildo, de tantos acontecimientos de nuestra historia.

Todo este acto está cargado de gratitud. Un gracias al Papa Francisco que, al crearme cardenal ha hecho un don que ciertamente me trasciende y que nos crea un nuevo vínculo de afecto y de comunión con la Iglesia de Roma y con el Papa. Es un regalo para el Uruguay entero y de un modo especial para nuestra Iglesia uruguaya.

Me gusta decir que somos una Iglesia pobre y austera. No tenemos muchos recursos, ni somos un “lobby” poderoso, incluso muchas veces en nuestra historia se ha “ninguneado” nuestro aporte, pero no hemos cejado en nuestras responsabilidades con nuestro país y nuestra gente.

Al mismo tiempo somos una Iglesia libre. No tenemos ataduras y hemos aprendido a ser parte de esta sociedad plural donde decimos con sencillez nuestra palabra. Entendemos la laicidad como sana pluralidad en el respeto mutuo, en el aporte de todos para construir una sociedad más justa, más libre, más humana. El diálogo y el acercamiento entre creyentes y no creyentes, entre las distintas comunidades cristianas, y las diversas religiones, es un bien para nuestro país que siempre estamos llamados a acrecentar.

Miramos con alegría los pasos adelante que se han dado, desde el retorno de la democracia, para que la colaboración entre el estado y la sociedad civil, incluidas las comunidades religiosas, dé frutos en el servicio a nuestra gente en especial a los que más necesitan. Cuando esto se da en la educación de nuestros chicos de contexto crítico, es para alegría de todos y bien de la patria.

Como Iglesia Católica, no soñamos con antiguas preferencias ni tenemos pretensiones de hegemonía, pero sí tenemos clara conciencia de lo que hemos sido y somos: parteros de la patria naciente, educadores de nuestros próceres, forjadores con otros de la sociedad en que vivimos, participantes activos en los más diversos ámbitos de la realidad nacional: desde la ciencia y la educación, a la asistencia de los más débiles y la promoción de los pobres; promotores del arte y la poesía, constructores de justicia y de paz.

El espíritu de diálogo nos exige a todos al mismo tiempo ser claros en presentar nuestra identidad más profunda. Somos la Iglesia Católica. Existimos para evangelizar: es decir para anunciar el amor infinito de Dios revelado en su Hijo Jesucristo. No somos dueños de la verdad: queremos servirla. No somos custodios de un depósito cerrado: ofrecemos a todos los que quieran el anuncio salvador. No somos un club de perfectos con acceso restringido, sino un pueblo en marcha con sus virtudes y defectos. Creemos con pasión en la belleza de la vida, que es don de Dios, aún en las vicisitudes tantas veces dramáticas en que se desarrolla nuestra irrepetible existencia en este mundo. Levantamos nuestros ojos, y la esperanza firme en el Cielo que anhelamos, hace aún más fuerte nuestro compromiso con la historia.

Hemos escuchado la lectura evangélica de las bienaventuranzas, corazón del anuncio de Jesús de Nazaret. Es nuestro anhelo más profundo que podamos vivir en nuestra patria la alegría de esta felicidad prometida a los pobres, los mansos, los limpios de corazón, los misericordiosos, los que trabajan por la paz, los que tiene hambre y sed de justicia… No nos olvidamos de nuestros hermanos que son perseguidos en diversas partes del mundo a causa de su fe y de su compromiso con la justicia. Este rojo púrpura de cardenal hace referencia al color de la sangre, signo de la vida que muchos entregan hoy por Cristo o por fidelidad a su conciencia y que, en el trabajo de cada día, espero también yo entregarla para servir con alegría al Señor en su Iglesia.-

¡Que Dios bendiga a nuestra patria! ¡Que Dios los bendiga a todos!

 

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