Skip to main content
Noticeu

Mons. Orlando Romero: “Nuestra Iglesia necesita urgentemente testigos de Jesús …que se parezcan más a El”

By 23/12/2014diciembre 30th, 2014No Comments

romero-150x225

“Nuestra Iglesia necesita urgentemente ´testigos´ de Jesús, creyentes que se parezcan más a él, cristianos que, con su manera de ser y de vivir, faciliten el camino para creer en Cristo”, plantea el Obispo emèrito de Canelones, Mons. Orlando Romero en su reflexión para la Navidad 2014.

“Necesitamos testigos que hablen de Dios como hablaba El, que comuniquen su mensaje de compasión como lo hacía El, que contagien confianza en el Padre como El”, puntualiza el Obispo.
Mons. Romero explica que “el testigo de la luz no habla mucho pero es una voz que atrae y despierta interés. No culpabiliza a nadie. No condena. Abre siempre caminos”.

El Obispo emérito de Canelones sostiene, en su reflexión, que “en nuestras comunidades estamos necesitados de estos testigos que despierten el deseo de Jesús y hagan creíble su mensaje. Comunidades que con su experiencia personal, su espíritu y su palabra, faciliten el encuentro con él. Seguidores que lo rescaten del olvido en la oración y en el silencio, en la celebración festiva de los Sacramentos, en la superación del egoísmo, en la vida fiel y obediente a su voluntad, pero Dios se nos puede ofrecer cuando quiere y como quiere, incluso en lo más cotidiano de la vida: en el ser indefenso y débil que necesita de nuestra acogida”.

Mons. Romero recuerda que Jesús “está en las lágrimas de un niño o en la soledad de un anciano”. “En el rostro de cualquier hermano podemos descubrir la presencia de ese Dios que ha querido encarnarse en lo humano, haciéndose igual en todo a nosotros, menos en el pecado. ¡Alegrémonos!”, exhortó el Obispo.

 

Mensaje de Navidad

Ordenando mis viejas carpetas encontré una anécdota que me inspira compartir con ustedes este mensaje sobre lo que me sugiere el Acontecimiento de la Encarnación de Jesús.
“Se cuenta que, en cierta ocasión, llegó un misionero a un pueblo indígena. Los habitantes del pueblo recibieron al misionero con grandes atenciones y se dispusieron a escucharle.
Vengo a anunciarles que Dios, el Padre de todos, quiere y desea que vivamos como hermanos, sirviéndonos y ayudándonos unos a otros.
-¿Aceptan a ese Dios, que los ama a todos como a sus verdaderos hijos?
-Calló el misionero y los indígenas permanecían en silencio.
-¿Lo aceptan o no? Insistió desconcertado el misionero.
Al rato, se alzó serena la voz del cacique diciendo:
-Quédate a vivir con nosotros unos días y si en verdad vives lo que quieres enseñarnos, entonces volveremos a escucharte”.

Ante la reacción del cacique me viene a la memoria la afirmación del Beato Pablo VI de que “el hombre de hoy escucha más a gusto a los que dan testimonio que a los que enseñan, o si escuchan a los que enseñan es porque dan testimonio”. Cuando el Apóstol Juan atestigua que “el Verbo de Dios se hizo carne, y habitó entre nosotros, nosotros hemos visto su gloria, la que corresponde al Hijo Único del Padre: en Él todo era amor y fidelidad” (Jn 1,14).

En la Navidad celebramos la Encarnación de Jesús, quien ha venido a ser por excelencia testigo de Dios Padre. Vive entre nosotros narrándonos y mostrándonos el amor y la misericordia de quien” nos amó tanto que nos dio a su Hijo Único, para que todo el que crea en él tenga Vida Eterna” (cfr Jn 3,16). Los pastores nos indican en qué dirección buscar el misterio de la Navidad: “Vayamos a Belén” y veamos lo que ha sucedido; volvieron glorificando y alabando a Dios por todo lo que habían visto y oído.

La figura de Juan el Bautista es enviado a preparar el camino del Señor Dios como “testigo de la luz”, capaz de despertar la fe de todos. Sencillamente vive su vida de manera convencida. Se califica a sí mismo como “la voz que clama en el desierto: allanen el camino del Señor”. Su manera de vivir y de creer irradia el modo de cómo deben convertirse para acoger al Mesías “quien los bautizará con el Espíritu Santo”. Juan Bautista, no se da importancia. No busca ser original ni llamar la atención. No trata de impactar a nadie. Sencillamente vive su vida de manera convencida. El ser llamado de Dios lo irradia en su manera de vivir y creer. El testigo de la luz no habla mucho pero es una voz que atrae y despierta interés. No culpabiliza a nadie. No condena. Abre siempre caminos.

La figura de María llena con su presencia este tiempo de del Adviento: en el silencio de la espera, en la solidaridad en servir a Isabel, en la alegría que llena su corazón: “Mi alma canta la grandeza del Señor, y mi espíritu se estremece de gozo en Dios porque El miró con bondad la pequeñez de su servidora”.

Celebrar la Navidad es volver a Belén, acompañados de estos preclaros testigos, volver a fijar nuestra mirada en “Quien, a pesar de su condición divina, no se aferró a su categoría de Dios, al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de servidor, haciéndose uno de tantos presentándose como simple hombre” (Fil, 26-7).

Nuestra Iglesia necesita urgentemente “testigos” de Jesús, creyentes que se parezcan más a él, cristianos que, con su manera de ser y de vivir, faciliten el camino para creer en Cristo. Necesitamos testigos que hablen de Dios como hablaba él, que comuniquen su mensaje de compasión como lo hacía él, que contagien confianza en el Padre como él.

En nuestras comunidades estamos necesitados de estos testigos que despierten el deseo de Jesús y hagan creíble su mensaje. Comunidades que con su experiencia personal, su espíritu y su palabra, faciliten el encuentro con él. Seguidores que lo rescaten del olvido en la oración y en el silencio, en la celebración festiva de los Sacramentos, en la superación del egoísmo, en la vida fiel y obediente a su voluntad, pero Dios se nos puede ofrecer cuando quiere y como quiere, incluso en lo más cotidiano de la vida: en el ser indefenso y débil que necesita de nuestra acogida. Está en las lágrimas de un niño o en la soledad de un anciano. En el rostro de cualquier hermano podemos descubrir la presencia de ese Dios que ha querido encarnarse en lo humano, haciéndose igual en todo a nosotros, menos en el pecado. ¡Alegrémonos!

¡FELIZ NAVIDAD! UN 2015 CON LA BENDICIÓN DEL SEÑOR
+Orlando Romero, obispo emérito
Canelones, diciembre 2014