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Mons. Sturla en la Noche de los Cristales Rotos: “Educar es un acto de justicia y la justicia es camino de la paz”

By 28/11/2014diciembre 5th, 2014No Comments

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El Arzobispo de Montevideo, Mons. Daniel Sturla fue el orador central en la conmemoración del 76 aniversario de la Noche de los Cristales Rotos, organizada por la organización judía B’nai B’rith.

Cada año, la comunidad judía en Uruguay recuerda esta fecha con una ceremonia que destaca que “sin memoria, no hay historia” y que tiene a un orador como protagonista. El de este año fue Mons. Sturla, recibido por los integrantes de la colectividad con aplausos y muestras de respeto, conforme lo señalado en el diario “El Observador”.

En su intervención, el Arzobispo expresó su “fuerte repudio a toda manifestación de antisemitismo” y abogó por “una paz justa y duradera para los pueblos judío y palestino”. Recordó, asimismo, la persecución de la que actualmente son víctimas los cristianos en Siria e Iraq y resaltó la necesidad de apostar a la educación, aunando esfuerzos públicos y privados, para conseguir la justicia que conduce a la paz.

Al inicio de su alocución, Mons. Sturla reconoció el “significado profundo que tenía el hecho de que el arzobispo de Montevideo fuera invitado a hablar en este acto de conmemoración de la noche de los cristales rotos” y confesó que se presentaba “con enorme respeto, con la cabeza gacha, con muchas preguntas en el corazón”.

“Soy ante todo un cristiano uruguayo, que se asoma con enorme respeto al dolor inconmensurable de un pueblo al que por razones espirituales siente en sus entrañas”, expresó el Arzobispo de Montevideo. “Soy cristiano, y por lo tanto heredero de la tradición judía; venero las sagradas escrituras de Israel; mi fe se encuentra engarzada en la tradición que arranca con Abraham, Isaac y Jacob; el decálogo es mi decálogo; el éxodo es también para mí experiencia paradigmática de libertad; rezo cada día con los salmos, que acompañan las diversas horas del día en la oración de sacerdote católico. Jerusalén es también mi ciudad santa… “, precisó el Pastor al identificar los puntos en común de las prácticas religiosas de judíos y católicos.

Al profundizar en lo acontecido en la denominada Noche de los Cristales Rotos, Mons. Sturla admitió que “el Holocausto plantea a los creyentes: judíos y cristianos, el drama de la fe en el Dios, Señor de la historia, en el Dios de la alianza. Muchos se han formulado la pregunta de si es posible tener fe después de Auschwitz. Pero también el cuestionamiento llega a todo hombre, creyente o no, a todo hombre que se pregunta sobre su existencia, sobre el sentido de la misma, y el valor de la propia vida, ¿vale la pena vivir?”. “La Shoah nos plantea preguntas” y “desafía nuestra conciencia”, aseveró.

Al referirse a la actualidad, el Arzobispo advirtió que “nuestras respuestas a los dramas de hoy suelen tener siempre un dedo acusador que apunta a otro lado, cuanto más lejos de mi propio yo y de mis circunstancias, mejor. Señalamos a otros y a veces al Otro”. En contrapartida, destacó que “el grito del nunca más, debe ir unido también a la introspección sincera que sea capaz de dilucidar, en mi interior, la tragedia de toda existencia humana, que se debate entre la justicia y la santidad para la que el Creador nos ha hecho, y los abismos del mal en los que podemos caer en su lejanía”.

“La tragedia que hoy recordamos, siendo preludio del mal mayor, nos plantea entonces una advertencia. ¿Estamos atentos a los inicios, al resurgir del mal y de la violencia cuando ésta se encuentra en sus comienzos, para no tener que lamentar luego las consecuencias del mal ensoberbecido?”, cuestionó Mons. Sturla.

AYER LOS JUDÍOS, HOY LAS MINORÍAS RELIGIOSAS DE IRAQ Y SIRIA… 

“La realidad de hoy mismo nos interpela”, subrayó el Arzobispo y ejemplificó su aseveración recordando “la situación explosiva que muchos pueblos viven en este momento con la radicalización que ha llevado, en Siria y en Iraq, a la persecución de diversos grupos religiosos y muy especialmente de los cristianos, presentes en esas naciones, desde los inicios de la predicación evangélica».

“Aquí nosotros. En este rincón del mundo. Nuestra llamada ‘historia reciente’, tan compleja y tan polémica en las miradas diversas que sobre ella tenemos, también es ejemplo de los males que se podrían haber evitado si un pueblo más atento al valor de la democracia y de la paz, si una clase política más desinteresada, si una mirada más apegada al pacto constitucional por parte de todos, hubiera evitado los años oscuros de la ruptura institucional”, planteó el Pastor.

Mons. Sturla reconoció que “hoy vivimos en una democracia que parece consolidada, vivimos en paz”, pero advirtió que “cada tanto la mirada sobre el otro se llena de sentimientos que se expresan con cargas de odio e intolerancia que asombran. Suelen reflejarse en las redes sociales, pero a veces suben a aquellos cuya dignidad, dada por el pueblo, debería hacerlos más conscientes del sitial que ocupan…”

EDUCACIÓN: INDISPENSABLE PARA LA JUSTICIA Y LA PAZ 

“Si queremos la paz trabajemos por la justicia”, señaló el Arzobispo, al tiempo que aclaró que “educar es un acto de justicia y la justicia es camino de la paz”.

En este sentido, señaló la necesidad de “aunar esfuerzos estatales y privados para impedir que muchos caigan en la tentación fácil de la violencia, la delincuencia o del escapismo de la droga”.

Discurso del Arzobispo de Montevideo, Mons. Daniel Sturla

Estimadas Señoras y Señores,
Queridos amigos y amigas, hermanos y hermanas…

Acepté la invitación que me hicieron para ser el orador en este encuentro, consciente, desde el primer momento, del significado profundo que tenía el hecho de que el arzobispo de Montevideo fuera invitado a hablar en este acto de conmemoración de la noche de los cristales rotos.

Esta conciencia misma hizo que el venir hoy aquí se fuera transformando en una responsabilidad, y, ¿por qué no decirlo? en una mochila pesada. Se hicieron presentes diversas nubes en mi horizonte…

– La nube del miedo de decir una palabra inoportuna,
– La nube politizadora que en este Uruguay querido, y más en tiempo electoral, hace ver todo desde esta perspectiva.
– Al mismo tiempo la sensibilidad especial que genera en este año, que ha sido nuevamente de dolor y de guerra en el Medio Oriente, decir una palabra inadecuada, tomar posición o buscar ese equilibrio complejo de decir y no decir.
– también la nube de querer complacer, decir lo que el otro quiere escuchar, sobre todo cuando uno es el invitado.

Pero frente a estas nubes también hay destellos de un sol que alumbra sin quemar, que es acompañado por brisas suaves y refrescantes, que alientan para mí, en este tiempo, la esperanza de un mundo donde el diálogo, el entendimiento y la buena fe, supera barreras y abre a la comprensión y al amor entre los hombres:

– la presencia de representantes de la colectividad judía este año en la catedral, tanto en la celebración de mi asunción como arzobispo, como en la celebración de oración por la paz del 8 de junio, en unión a la que se hacía en el Vaticano convocada por el Papa reuniendo a los presidentes de Israel y de la Autoridad Palestina.
– la alegría de estos días al leer que un rabino y un sacerdote católico de Montevideo, van a dar charlas a jóvenes judíos y católicos sobre las fiestas de cada tradición con sus conexiones y diversidad de significados.
– Los encuentros diversos a los que he sido invitado por la colectividad judía, la cordialidad de los mismos, las visitas que he recibido.
– La solidaridad que manifestó personalmente y por carta B’nai Berith ante la persecución desatada contra los cristianos en Siria e Iraq;
– La lectura que, junto con el Rabino Ben Tzion Spitz, hacemos quincenalmente del Libro bíblico del éxodo.
– El canto espontáneo en hebrero del salmo: jine mató umanahim shevet ajim gaiajad, que nos unió en la iglesia luterana alemana al pastor, al rabino y al obispo.

Son cosas éstas a las que podría sumar muchas más, que aligeran la carga de la mochila y que unen, al honor de haber sido convocado, la confianza de que sabrán tener benevolencia al escucharme.

Por todo ello mi intención es ser auténtico en mis palabras desde lo más hondo de mi identidad. Soy ante todo un cristiano uruguayo, que se asoma con enorme respeto al dolor inconmensurable de un pueblo al que por razones espirituales siente en sus entrañas.
Soy cristiano, y por lo tanto heredero de la tradición judía; venero las sagradas escrituras de Israel; mi fe se encuentra engarzada en la tradición que arranca con Abraham, Isaac y Jacob; el decálogo es mi decálogo; el éxodo es también para mí experiencia paradigmática de libertad; rezo cada día con los salmos, que acompañan las diversas horas del día en la oración de sacerdote católico. Jerusalén es también mi ciudad santa… los salmos que cantan la peregrinación a esta ciudad están entre los que más me gustan: “Que alegría cuando me dijeron, vamos a la casa del Señor… ya están pisando nuestros pies, tus umbrales Jerusalén…”, “Qué deseables son tus moradas”, “Mi alma se consume y anhela los atrios del Señor”, “Un solo día en tu casa, vale más que otros mil” … Jesús, María, los apóstoles eran judíos. Los obispos de la Iglesia nos llamamos sucesores de los apóstoles.

Cuando en noviembre de 1995 estuve por única vez en Israel… recuerdo que llamé a mis hermanos, a mi familia de sangre. Aún no había celulares, era desde un teléfono público. Me atendió mi cuñado., ¿Dónde estás ahora? ¿De dónde llamás? «Estoy en Jerusalén»… decir estas palabras produjeron en mí una conmoción, “¡estoy en Jerusalén!”, no podía seguir hablando… Jerusalén, ciudad de la paz!!!!! Ciudad Santa…

Llevo además el nombre de Daniel, nombre judío… “justicia de Dios” “varón de predilecciones”, profeta!!!!!

Con todo este bagaje me asomo a esta realidad del inicio de la SHOAH
con enorme respeto,
con la cabeza gacha,
con muchas preguntas en el corazón:

Conmemorar la noche de los cristales rotos, preludio de la Shoah, es acercarse al misterio del mal… es adentrarse en una profunda noche.
Cuando el Papa Juan Pablo II, elegido Sumo Pontífice de la Iglesia Católica, visitó por primera vez su patria natal Polonia, y fue al campo de concentración de Auschwitz, recorrió las placas que en diversos idiomas recuerdan las víctimas de los distintos pueblos, y se detuvo largamente ante la placa escrita en hebreo: «Esta inscripción – decía Juan Pablo II- recuerda al Pueblo, cuyos hijos e hijas fueron destinados al exterminio total. Este pueblo tiene su origen en Abraham, que es también nuestro padre en la fe … Precisamente este pueblo, que recibió de Dios el mandamiento «No matarás», ha experimentado en sí mismo de forma particular lo que significa matar. Ante esta lápida nadie puede pasar de largo con indiferencia».
Años más tarde recordará el mismo Papa: Nadie puede pasar de largo ante la tragedia de la Shoah. Aquel intento de acabar programadamente con todo un pueblo se extiende como una sombra sobre Europa y el mundo entero; es un crimen que mancha para siempre la historia de la humanidad. Que sirva de advertencia para nuestros días y para el futuro: no hay que ceder ante las ideologías que justifican la posibilidad de pisotear la dignidad humana basándose en la diversidad de raza, del color de la piel, de lengua o de religión. Lanzo este llamamiento a todos y en particular a aquellos que en nombre de la religión recurren al atropello y al terrorismo.”

Hacer memoria

Hoy conmemoramos el preludio de la tragedia. El comienzo de la noche oscura. Recuerdo brevemente los hechos que la mayoría de ustedes conocen mejor que yo. Se trata precisamente de hacer memoria, recordar, rememorar, traer nuevamente a nuestro presente lo vivido en aquellas jornadas:
El asesinato de un diplomático alemán en Paris a manos de un joven judío sirvió como pretexto para lanzar una revuelta contra los ciudadanos judíos en toda Alemania y Austria. En realidad la culpabilización del pueblo judío en Alemania por todos los males que esta nación vivía en la etapa posterior a la primera guerra mundial, ya había comenzado desde los postulados mismos del nazismo. Creció en la medida que el nazismo se iba adueñando de todos los resortes del poder y con la acción de la propaganda iba creando una mentalidad hegemónica.
En la noche del 9 al 10 de noviembre de 1938 se destruyeron la casi totalidad de las sinagogas de Alemania, más de 1500. Se profanaron cementerios, se destruyeron tiendas, almacenes y diversos negocios judíos. Más de 30. 000 judíos, fueron detenidos e internados en campos de concentración; cerca de 100 fueron asesinados. En Austria, anexada a Alemania desde hacía unos meses, se replicó también la misma tragedia. La mayor parte de las 94 sinagogas de Viena fueron dañadas parcial o totalmente. Se pretendió dar a los ataques planificados el tono de actos espontáneos, de reacción popular, cuando fueron en realidad hechos planificados con la complicidad del gobierno pero llevados en primera línea por el partido nazi.
De ese modo el 9 de noviembre de 1938, en uno de los países más cultos y avanzados de Europa, dio comienzo al terror que se iba a acrecentar entre los horrores de la segunda guerra mundial y que llevó a la experiencia quizás más dramática de la historia de la humanidad.

No se trata de solo de la muerte de 6.000.000 de judíos en el conjunto de la muerte de 70.000.000 de personas que dejó como saldo la segunda guerra. Se trata de la persecución que sufrió un pueblo por el hecho mismo de ser ese pueblo, como ya había sido practicado con los armenios, como luego se ha realizado, más cercano a nosotros en el tiempo, en los Balcanes o en África. Pero en el caso del Holocausto se trataba de la eliminación de un pueblo, con una planificación y elementos de crueldad que buscaban su humillación y no sólo su muerte. Dice Hans Jonas, filósofo judío: “Lo que precedió a su muerte fue la deshumanización por medio de la más extrema humillación y miseria. A los destinados a la solución final se les despojó hasta del más tenue brillo de su dignidad humana, que se había vuelto por completo irreconocible en los esqueléticos espectros supervivientes que aún fueron encontrados tras la liberación de los campos.”

Los nombres de los diversos campos de concentración se transformaron en símbolos del mal y de la perversidad humana: “En ningún momento de la historia encontramos una mayor sistematicidad y planificación del poder destructivo del hombre, unido a una voluntad perversa de aniquilación de la vida humana”.

¿Qué añade el Holocausto a la experiencia del mal vivida por la humanidad?

Este terror desatado iba contra el corazón de la experiencia de Israel: el pueblo de la alianza.

Dice este filósofo judío Jonas: “¿Qué es lo que Auschwitz tiene que añadir a lo que siempre se sabía sobre los extremos de lo horroroso y espantoso que los seres humanos pueden infligir y han infligido desde siempre a otros? Y ¿qué tiene que añadir especialmente a los sufrimientos que los judíos conocemos de nuestra historia milenaria, que constituyen una parte tan esencial de nuestra memoria colectiva?”

El Holocausto plantea a los creyentes : judíos y cristianos, el drama de la fe en el Dios, Señor de la historia, en el Dios de la alianza. Muchos se han formulado la pregunta de si es posible tener fe después de Auschwitz. Pero también el cuestionamiento llega a todo hombre, creyente o no, a todo hombre que se pregunta sobre su existencia, sobre el sentido de la misma, y el valor de la propia vida, ¿vale la pena vivir?

Israel es el pueblo de la alianza. Desde la concepción cristiana esta experiencia es un testimonio de la alianza que Dios quiere hacer con toda la humanidad, porque más allá de la predilección y del misterio de la elección de Dios, no es una alianza exclusivista: está llamada a ser un signo para toda la humanidad.

El nazismo, nuevo paganismo, atacó directamente esta idea, incluso en el plano simbólico. La noche de los cristales rotos fueron atacadas TODAS las sinagogas de Alemania y Austria (Sinagoga quiere decir congregación; es la casa de la reunión). El ghetto de Varsovia fue cerrado en Yom Kipur del ’40; las deportaciones de allí al campo de Treblinka comenzaron el día de Tisha B’Av (luto por la caída del templo) del año ’42; la destrucción final del Ghetto fue programada para Pascua (Pesaj) del 43. En el 40 fue prohibida la oración pública, no se podía observar el shabat por los trabajos forzados programados para ese día. Es claro que había una intención en el plano simbólico: destruir el pueblo de la alianza, era también burlarse del Creador.

Cuando el Papa Benedicto XVI visita Auschwitz dirá con agudeza sobre este tema.: Los potentados del Tercer Reich querían aplastar al pueblo judío en su totalidad, borrarlo de la lista de los pueblos de la tierra… En el fondo, con la aniquilación de este pueblo, esos criminales violentos querían matar a aquel Dios que llamó a Abraham, que hablando en el Sinaí estableció los criterios para orientar a la humanidad, criterios que son válidos para siempre. Si este pueblo, simplemente con su existencia, constituye un testimonio de ese Dios que ha hablado al hombre y cuida de él, entonces ese Dios finalmente debía morir, para que el dominio perteneciera sólo al hombre, a ellos mismos, que se consideraban los fuertes que habían sabido apoderarse del mundo. En realidad, con la destrucción de Israel, con la Shoah, querían en último término arrancar también la raíz en la que se basa la fe cristiana, sustituyéndola definitivamente con la fe hecha por sí misma, la fe en el dominio del hombre, del fuerte.

Continuó diciendo Benedicto en Auschwitz:
Cuántas preguntas se nos imponen en este lugar! Siempre surge de nuevo la pregunta: ¿Dónde estaba Dios en esos días? ¿Por qué permaneció callado? ¿Cómo pudo tolerar este exceso de destrucción, este triunfo del mal?

Nos vienen a la mente las palabras del salmo 44, la lamentación del Israel doliente: Despierta, Señor, ¿por qué duermes? Levántate, no nos rechaces más. ¿Por qué nos escondes tu rostro y olvidas nuestra desgracia y nuestra opresión? … Levántate a socorrernos, redímenos por tu misericordia» (Sal 44, 20. 23-27). Este grito de angustia que el Israel doliente eleva a Dios en tiempos de suma angustia es a la vez el grito de ayuda de todos los que a lo largo de la historia —ayer, hoy y mañana— han sufrido por amor a Dios, por amor a la verdad y al bien; y hay muchos también hoy.”

El Papa polaco y el Papa alemán expresaron el dolor ante la muerte de cientos, miles, millones de judíos. Este dolor provocado por una ideología pagana no puede dejar de ser también un cuestionamiento que pesa en la conciencia cristiana, porque estos mismos verdugos eran en su mayoría bautizados en las diversas iglesias cristianas, y porque el antisemitismo hundió sus raíces en acusaciones que fueron moneda corriente durante siglos en pueblos cristianos.

¿Cómo fue posible que sucediera lo que sucedió?

La pregunta del sufrimiento, y del sufrimiento inocente, recorre de hecho las páginas de la Biblia y encuentra en el libro de Job el planteo más radical de este dolor. Job no fue comprendido por aquellos que se decían sus amigos y cuyas palabras de consuelo eran otras tantas heridas en el corazón del amigo… Job en cambio se pregunta. Las tiranías reprimen todo afán de preguntar porque ofrecen todas las respuestas aunque éstas entren a la fuerza o no calcen en la complejidad de la experiencia humana.

Al final, aquellos que respondieron con tanta certeza como desajuste con la realidad, reciben la reprimenda del Altísimo; será Job, el desafiante, el preguntón, el cuestionador, el que encuentra benevolencia de parte de Dios.

Nuestras respuestas a los dramas de hoy suelen tener siempre un dedo acusador que apunta a otro lado, cuanto más lejos de mi propio yo y de mis circunstancias, mejor. Señalamos a otros y a veces al Otro. Pero el grito del nunca más, debe ir unido también a la introspección sincera que sea capaz de dilucidar, en mi interior, la tragedia de toda existencia humana, que se debate entre la justicia y la santidad para la que el Creador nos ha hecho, y los abismos del mal en los que podemos caer en su lejanía.

El escritor inglés Chesterton decía con agudeza: “Nadie se hace bueno hasta que no comprenda lo malo que pueda llegar a ser”.

La Shoah nos plantea preguntas, desafía nuestra conciencia.
Dice el Papa Benedicto:
Nosotros no podemos escrutar el secreto de Dios. Sólo vemos fragmentos y nos equivocamos si queremos hacernos jueces de Dios y de la historia. En ese caso, no defenderíamos al hombre, sino que contribuiríamos sólo a su destrucción. No; en definitiva, debemos seguir elevando, con humildad pero con perseverancia, ese grito a Dios: «Levántate. No te olvides de tu criatura, el hombre». Y el grito que elevamos a Dios debe ser, a la vez, un grito que penetre nuestro mismo corazón, para que se despierte en nosotros la presencia escondida de Dios, para que el poder que Dios ha depositado en nuestro corazón no quede cubierto y ahogado en nosotros por el fango del egoísmo, del miedo a los hombres, de la indiferencia y del oportunismo.

En el hoy de la historia

La tragedia que hoy recordamos, siendo preludio del mal mayor, nos plantea entonces una advertencia. ¿Estamos atentos a los inicios, al resurgir del mal y de la violencia cuando ésta se encuentra en sus comienzos, para no tener que lamentar luego las consecuencias del mal ensoberbecido?

La realidad de hoy mismo nos interpela. Lo hace en la escala internacional con la situación explosiva que muchos pueblos viven en este momento con la radicalización que ha llevado, en Siria y en Iraq, a la persecución de diversos grupos religiosos y muy especialmente de los cristianos, presentes en esas naciones, desde los inicios de la predicación evangélica. Esclavitud, decapitaciones y crucifixiones, amplificadas y conocidas a través de los Medios se han realizado ante una indiferencia que sólo se lava la conciencia con bombardeos de dudosa eficacia…
La crisis espiritual de Occidente empuja a jóvenes hacia la radicalización con tinte religioso que realiza el mayor pecado contra el Dios de la vida: matar en su nombre.

Aquí nosotros. En este rincón del mundo. Nuestra llamada “historia reciente”, tan compleja y tan polémica en las miradas diversas que sobre ella tenemos, también es ejemplo de los males que se podrían haber evitado si un pueblo más atento al valor de la democracia y de la paz, si una clase política más desinteresada, si una mirada más apegada al pacto constitucional por parte de todos, hubiera evitado los años oscuros de la ruptura institucional.

Hoy vivimos en una democracia que parece consolidada. Vivimos en paz, aunque cada tanto la mirada sobre el otro se llena de sentimientos que se expresan con cargas de odio e intolerancia que asombran. Suelen reflejarse en las redes sociales, pero a veces suben a aquellos cuya dignidad, dada por el pueblo, debería hacerlos más conscientes del sitial que ocupan…

Yendo más allá aún de estar advertidos ante el mal, ¿Somos capaces de sembrar esperanzas? ¿Apostamos por la vida y creemos que en definitiva es bella y vale la pena?

Tenemos en el ámbito de la educación un modo concreto de ser sembradores de esperanza. Cuando ponemos en el centro a los chicos, sobre todo de los más pobres, y estamos dispuestos a darles herramientas que hagan de ellos artífices de su propio destino. ¿Cómo no aunar esfuerzos estatales y privados para impedir que muchos caigan en la tentación fácil de la violencia, la delincuencia o del escapismo de la droga? Si queremos la paz trabajemos por la justicia. Educar es un acto de justicia y la justicia es camino de la paz.

Finalizando

Este año las declaraciones y resoluciones del gobierno uruguayo ante el conflicto que trajo nuevamente muerte y destrucción en Israel y en la franja de Gaza suscitaron fuertes polémicas. No me corresponde a mí el juzgarlas, pero sí expresar el más fuerte repudio a toda manifestación de antisemitismo, que asomó su cabeza entre nosotros, y al mismo tiempo bregar para que una paz justa y duradera para los pueblos judío y palestino, respetuosa de los derechos de cada uno y en el marco de las resoluciones de las Naciones Unidas, pueda ser el camino de la paz que deseamos firme y duradera, como todos los hombres de buena voluntad.

Concluyo con las palabras del Papa Francisco en el encuentro de oración por la paz que se desarrolló en el Vaticano el 8 de junio de este año en el que participaron los presidentes Shimon Perez y Mamud Abbás:

“Señores Presidentes, el mundo es un legado que hemos recibido de nuestros antepasados, pero también un préstamo de nuestros hijos: hijos que están cansados y agotados por los conflictos y con ganas de llegar a los albores de la paz; hijos que nos piden derribar los muros de la enemistad y tomar el camino del diálogo y de la paz, para que triunfen el amor y la amistad.

Muchos, demasiados de estos hijos han caído víctimas inocentes de la guerra y de la violencia, plantas arrancadas en plena floración. Es deber nuestro lograr que su sacrificio no sea en vano. Que su memoria nos infunda el valor de la paz, la fuerza de perseverar en el diálogo a toda costa, la paciencia para tejer día tras día el entramado cada vez más robusto de una convivencia respetuosa y pacífica, para gloria de Dios y el bien de todos.

Para conseguir la paz, se necesita valor, mucho más que para hacer la guerra. Se necesita valor para decir sí al encuentro y no al enfrentamiento; sí al diálogo y no a la violencia; sí a la negociación y no a la hostilidad; sí al respeto de los pactos y no a las provocaciones; sí a la sinceridad y no a la doblez. Para todo esto se necesita valor, una gran fuerza de ánimo.
La historia nos enseña que nuestras fuerzas no son suficientes. Más de una vez hemos estado cerca de la paz, pero el maligno, por diversos medios, ha conseguido impedirla. Por eso estamos aquí, porque sabemos y creemos que necesitamos la ayuda de Dios. No renunciamos a nuestras responsabilidades, pero invocamos a Dios como un acto de suprema responsabilidad, de cara a nuestras conciencias y de frente a nuestros pueblos. Hemos escuchado una llamada, y debemos responder: la llamada a romper la espiral del odio y la violencia; a doblegarla con una sola palabra: «hermano». Pero para decir esta palabra, todos debemos levantar la mirada al cielo, y reconocernos hijos de un solo Padre.”

Gracias