Homilía de Mons. Milton Tróccoli, Obispo Auxiliar de Montevideo, en la Misa celebrada en el Monasterio de las Hnas. Benedictinas el Miércoles Santo.
San Mateo 26, 14-25.
La lectura de hoy nos coloca como en el «último día normal» de Jesús con los discípulos, donde aparece lo más cotidiano. Hablan con Él, les pide algo, van a preparar sin tener mucha idea de lo que va a suceder después, de cuál va a ser el desenlace de esa noche en la que van a detener a Jesús. Tal vez, algunos discípulos pudieran haber dicho «si hubiera sabido hubiera hecho tal cosa, le hubiese dicho tal cosa a Jesús”. ¡Cuántas veces nos pasa en nuestra vida que después de algunas situaciones decimos «si hubiera sabido» y nos quedamos con esas ganas de haber dicho o haber hecho algo. Por eso, la lectura nos va introduciendo en esta búsqueda de una comunión con Jesús, de saber entrar en estos sentimientos con Él, y a la vez no dejar para después tantas cosas que a veces postergamos, incluso en nuestra propia entrega, dejamos para más adelante, para convertirnos en otro momento. Y, sin embargo, el Señor nos está invitando a hacer aquellas cosas en este momento, aquí y ahora.
JESÚS SE LEE DESDE EL PADRE …NUESTRA VIDA DESDE SU PALABRA
Un teólogo decía que nuestra historia depende del punto de interpretación que elijamos. Alguien puede decir «pobre Jesús». Ese pueblo que lo aclamaba y victoreaba el domingo ahora va a estar contra Él, sufre la conspiración de los maestros de la ley, de los fariseos, uno de sus amigos más íntimos va a entregarlo por 30 monedas de plata, va a venderlo, prácticamente. Pobre Jesús, qué desgracia su vida. La otra lectura es la que Jesús hace de él mismo, de su vida. El Hijo del Hombre va por el camino de las escrituras, por lo que el Padre le ha pedido. Jesús se lee desde el Padre. Lo mismo le va a pasar a los discípulos de Emaús. Ellos leen desde la crónica: “A un profeta poderoso lo mataron, hace 3 días, no sabemos más nada, nosotros esperábamos pero ahora estamos desilusionados, esto fue un fracaso». Y Jesús no lee desde la cronología, lee desde su propia relación con el Padre, desde la escritura, comenzando por Moisés les explica que el Mesías debía padecer para entrar en su gloria. Por eso Isaías nos decía que cada mañana el Señor nos da el oído de discípulo para saber escucharlo a Él, para leer nuestra vida también desde él, desde su Palabra.
Cada uno debería leer así su vida, o la vida de nuestra Iglesia, o la vida de los cristianos.
Y a la vez la lectura se centra hoy en Judas, el hombre que se sumerge en su propia oscuridad, en su propia tiniebla. Sin embargo, aquí el texto de Mateo da la impresión de que Jesús y Judas esperan lo mismo, pero de distinta manera, porque leen distinto sus historias. Los dos están esperando el momento, el tiempo. Judas para entregar a Jesús. Jesús para entregar su vida, para buscar la salvación de toda la humanidad. Son búsquedas distintas que confluyen en formas distintas también de entender el tiempo. Para Jesús es el tiempo de Dios, del Padre, es la hora que el Padre ha establecido, la hora de la decisión, la hora de la entrega, la hora de la generosidad más grande, la hora de entregarlo todo, de dar toda su vida. Por otro lado, aparece aquí también en ese diálogo tremendo donde uno por uno va preguntando “¿seré yo maestro?”, donde casi no queda lugar a dudas. «¿Seré yo?» le dice cada uno. Y Judas le dice «¿Seré yo Rabí?» «¿Seré yo Maestro?» En Mateo esta palabra “maestro” tiene una connotación negativa porque es la que en general usan los maestros de la ley, los fariseos para tratar de ponerle alguna trampa a Jesús. Cada vez que le dicen maestro es porque por atrás hay otra cosa. Los discípulos le dicen Señor, Judas usa la palabra Maestro, usa el lenguaje del enemigo, signo de que ya ha cambiado su corazón respecto a Jesús, y que aún esa advertencia de Jesús, que es dura, donde dice que «más le valdría no haber nacido», ni eso lo hace cambiar de opinión o analizarse, sino que se sigue afirmando en su propia oscuridad, en su propia tiniebla.
Por eso la Palabra hoy nos interpela y nos invita a pensar también si a veces no estamos, tal vez inconscientemente, negociando con el Evangelio, postergándole al Señor la entrega, la conversión, algunos gestos a personas con las que tenemos algo pendiente y lo vamos dejando para después.
Quiero compartir ahora un poema del Padre Olaizola sobre las 30 monedas de Judas. 30 monedas era el precio de un esclavo.
«Treinta golpes injustos
treinta justificaciones para enmascarar el mal
treinta veces negar al amigo
treinta miradas por encima del hombro
treinta decepciones
treinta silencios hirientes
treinta perdones negados
Treinta piedras de palabra o de fuego para lapidar al diferente
treinta mentiras, treinta desprecios
treinta olvidos, treinta abandonos
Treinta monedas de plata
Treinta otras razones
treinta gestos de egoísmo
treinta miradas indiferentes para no complicarnos la vida
La eterna negociación que desdibuja el alma”