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Monseñor Galimberti reflexiona sobre las dos caras de la vida: tropiezos y novedades

By 09/06/2017No Comments

 

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“Cuando surgen obstáculos en la historia personal, familiar o social, también se abren puertas” asegura el Obispo de Salto, Mons. Pablo Galimberti, en su columna semanal en el Diario “Cambio”.

Aludiendo a anécdotas sobre vidas concretas Mons. Galimberti asevera que “de un modo u otro, estas oportunidades se nos presentan a todos. Es como un secreto destino o providencia, si lo miramos con ojos creyentes, que nos va guiando por el camino de la vida. Y pone las personas justas en el momento justo. A veces para poder cicatrizar heridas o superar miedos. Otras, para mejorar y crecer.”

“Nuestra existencia no es puro azar. El invisible hilo de la memoria nos permite levantar la mirada y el corazón para agradecer a Dios, repasando lugares, vivencias y los rostros que han dejado huellas imborrables”, concluye.

Tropiezos y novedades 

Dos caras de la vida

Cuando surgen obstáculos en la historia personal, familiar o social, también se abren puertas. Incluso más: sin tropiezos o experiencias de límite, seguramente no se hubieran vislumbrado nuevos horizontes en la evolución de la especie humana. Un jesuita, profesor de filosofía en el Seminario, ironizaba con una expresión medio latina y acriollada: “intellectus apretatus discurrit”. Pensemos en la medicina u otras ciencias. O en las corrientes migratorias empujadas por hambrunas. O en la propia inquietud del corazón que se pregunta por qué soñamos tanto mientras la vida es un soplo. La espina de los límites nos despierta.

El genio de San Agustín expresó de modo persuasivo esta conjunción de opuestos: Feliz culpa (referida a la figura bíblica de Adán) que mereció tal Redentor (Jesucristo). Una vez le dijeron a un joven sacerdote: ¡me parece que vós tomaste este camino porque te dejó tu novia! A lo que él respondió sin pelos en la lengua: ¡feliz ruptura que mereció esta vocación!

Conocí a “Jorge” en el Centro de rehabilitación de Salto. Salió lleno de proyectos. Visitó sus pagos familiares y poco después me crucé con él. Cuidaba coches. Lo veía en días de frío o calor, mañana o tarde.

Un domingo cuidando coches en la feria se topó con un auto de San José. De la charla con el dueño que estaba por iniciar la zafra de sorgo, resultó una propuesta de trabajo. La aceptó y tramitó enseguida la cédula, ya que la creciente se había llevado sus documentos.

Cuando fui a la oficina de Acción Social de la Intendencia para pedir que pudiera quedarse unos días más, comprobé que lo conocían muy bien. Su estadía por el refugio había sido satisfactoria e incluso le habían confiado algunas responsabilidades. El trato en esta oficina era muy familiar y le ofrecían también pasaje para el viaje.

Además me dijeron que podía pasar por allí para ofrecerle alguna ropa y abrigo antes de viajar. Mal no le vendrán, aunque yo ya le había proporcionado algo.

La historia de “Jorge” es la de tantos que se cruzan en nuestra vida. Seguramente también en la de quienes lean estas líneas. A veces podemos apreciar pasos y decisiones. Otras veces parece que las personas cargan con un pasado que los ha habituado a una dependencia crónica. Sólo saben pedir. Olvidan que la vida es también dar.

La gente con sueños contagia optimismo. Y resulta fácil alentarlos para que se animen a plasmarlos. A veces hay que ayudar a despertarlos. Otras veces las dificultades o miedos impiden superar situaciones de prolongada dependencia.

Cada uno podrá agradecer a quienes nos brindaron oportunidades y estímulos. O confiaron en nosotros. Y nos ofrecieron becas y apoyo. Empezando por nuestra familia, espacio de confianza, afecto, ejemplos y estímulos.

Pero no todos caminan con esta buena mochila en el corazón. Sin embargo, de un modo u otro, estas oportunidades se nos presentan a todos. Es como un secreto destino o providencia, si lo miramos con ojos creyentes, que nos va guiando por el camino de la vida. Y pone las personas justas en el momento justo. A veces para poder cicatrizar heridas o superar miedos. Otras, para mejorar y crecer.

Nuestra existencia no es puro azar. El invisible hilo de la memoria nos permite levantar la mirada y el corazón para agradecer a Dios, repasando lugares, vivencias y los rostros que han dejado huellas imborrables.

Columna del Obispo de salto, Mons. Pablo Galimberti, publicada en el Diario «Cambio» el viernes 9 de junio de 2017