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Mons. Sanguinetti : Al entregarse, el Señor “nos da su caridad y el mandato de vivir en el amor mutuo”

By 03/04/2015abril 4th, 2015No Comments

cena del senor

En la Misa de la Cena del Señor, celebrada el Jueves Santo en la Catedral de Nuestra Señora de Guadalupe , el Obispo de Canelones, Mons. Alberto Sanguinetti, invitó a los fieles a amar a la Iglesia y, en ella, “el don de la Santa Misa, que supera toda gracia”.

En su homilía, el Pastor destacó que “la Misa es un acontecimiento único” en el que, “por la gracia del Padre, la acción de Jesucristo y la operación del Espíritu Santo, El mismo Sacerdote se ofrece, por medio del ministerio sacerdotal, e incorpora a toda la Iglesia, su cuerpo, su esposa y su pueblo, perdonando los pecados, y haciendo de ella una ofrenda consigo”.

Mons. Sanguinetti recordó que “en la misma noche de su entrega, en la noche en que entrega los misterios de su cuerpo y su sangre, Jesucristo entrega a su Iglesia el don del sacerdocio católico”. “Cuando mandó, ‘hagan esto en conmemoración mía’, consagró a los apóstoles como sus instrumentos humanos, sus ministros, por los cuales el se hace presente para perpetuar el sacrificio de la cruz y unir a su pueblo con su ofrenda eucarística”, puntualizò.

El Obispo instó a los fieles a agradecer “en esta celebración la caridad de nuestro Sumo Sacerdote y el don maravilloso del sacerdocio en su Iglesia, que hace posible que todo el pueblo sacerdotal participe del sacrificio de Cristo. Invitó, asimismo, a los participantes en la Eucaristía, a pedir al Señor “que hoy en día llame y consagre a quienes él conceda ser ministros para la salvación del mundo”.

En su prédica, Mons. Sanguinetti señaló que “en esta noche de su entrega, nos da el Señor su caridad y el mandato de vivir en el amor mutuo. Él, el Maestro y Señor, se ha vuelto nuestro servidor”.

“Al dejarnos lavar por la gracia de su misericordia y amor, pidámosle (al Señor) que, según su mandato sigamos su ejemplo”, exhortó el Pastor, y precisó que “participar de la mesa del sacrificio, es también querer entregarnos en el amor y servicio de los hermanos”.

“La verdad de la Eucaristía es la caridad. La caridad es el amor de Dios que hemos conocido en Cristo. En esto consiste la caridad que Dios nos tiene. No en que nosotros hayamos amado primero, sino en que él nos amó primero y entregó a su Hijo como víctima de propiciación por nuestros pecados¨, subrayó el Obispo de Canelones.

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Homilía de Jueves Santo en la Misa in coena Domini
2 de abril de 2015

Sea alabado y bendito Jesucristo r./. sea por siempre bendito y alabado.

Nos reúne él mismo, por su Palabra y el Espíritu Santo para celebrar la Santísima Eucaristía.
Y nos reúne en la noche de su entrega.
Lo entregamos nosotros con nuestros pecados.
Lo entrega el Padre por amor a nosotros, para darnos en él el perdón y la justificación.
Se entrega Él en nuestras manos para ser crucificado, en manos del Padre para ofrecerse.
En esta noche de su entrega, habiendo amado a los suyos los amó hasta el extremo, es decir, ya está entregado hasta la muerte y muerte de cruz.

En esta noche de la entrega se entrega por su Iglesia, a la que ama, para presentarla ante sí sin mancha ni arruga ni nada parecido, sino santa e inmaculada (cf. Ef.5).

En esta noche de su entrega, se entrega a la Iglesia, se pone en sus manos, entregándole su propia ofrenda, su propio sacrificio, en los misterios de su cuerpo y de su sangre, en el memorial perpetuo de su pasión.

Cristo resucitado y glorificado hace perpetuo lo que hizo en el tiempo, tanto el sacrificio de sí mismo en la cruz, como la entrega a la Iglesia del mismo único sacrificio en el Santo Sacrificio de la Misa.
Habiendo entrado Jesús en el santuario del cielo, con su propia humanidad gloriosa, él es sacerdote eterno ante el Padre, cordero eterno, sacrificio eterno, de la alianza nueva y eterna.
Por esta realidad perpetua, eterna, siempre presente, es que puede hacerse presente en nuestra temporalidad.
La Misa, en su centro que es la Plegaria Eucarística, siempre expresa y realiza por medio de la oración del sacerdote ministro, servidor, la oración y ofrenda de Cristo sumo y eterno sacerdote, cordero y víctima, ofrenda, para el perdón de los pecados, para la santificación y divinización del hombre, para la glorificación del Padre de los cielos.

El canon romano, con el que rezaremos en la Eucaristía, en esta noche, vive y celebra esta realidad que es el acontecimiento de toda misa, expresado en las diferentes plegarias eucarísticas.

Pero quisiera brevemente introducirlos en algunos acentos que expresa el canon romano, para que nuestra participación sea consciente y más plena.
Como toda plegaria eucarística comienza con la invitación a levantar el corazón al Padre, es decir, elevarnos a donde está Cristo, en el santuario del cielo, en la presencia de la Divina Majestad de Dios, con los coros de los ángeles. Y culmina dando al Padre todo honor y toda gloria.
Esto es en acto, por parte de la Iglesia, el unirse a Cristo, que tomado el pan, dando gracias bendijo al Padre, es decir recordó y agradeció sus dones.
El canon romano nos agrega el detalle, que para ello Jesús, levantó los ojos al cielo.
Lo mismo, después de la consagración, la plegaria, siguiendo el mandato de Cristo, hace memoria de él, principalmente de su muerte, resurrección y ascensión, su glorificación. Esta memoria de la fe, está actualizada por la presencia de Cristo en la Iglesia orante y en los dones de su cuerpo y sangre.
Y así, en esa memoria, la Iglesia unida a Cristo, ofrece su sacrificio al Padre, su ofrenda al Padre, ese sacrificio que es el perdón, la gracia santificadora y la vida eterna.
El canon romano, despliega la expresión de sacrificio y de ofrenda, pide que sea aceptado por Dios, y pide que sea presentado ante la misma presencia de Dios Padre en el altar del cielo, para que sobre los que reciben el cuerpo y la sangre, los que comulgan con el cordero, descienda el Espíritu Santo, de forma que sean colmados de toda gracia y bendición del Espíritu.

Esto que acontece en toda Eucaristía, en esta celebración la plegaria eucarística, lo proclama de forma intensificada, para que lo creamos y vivamos más intensamente.
En primer lugar en la apertura de acción de gracias, el don de la salvación se concentra en que Cristo,
Él mismo, verdadero y único Sacerdote,
al instituir el sacrificio de la eterna alianza
se entregó primero a sí mismo como víctima de la salvación,
y nos mandó ofrecerlo en su memoria.

Luego proclama que estamos reunidos con toda la Iglesia para celebrar el día santo en Nuestro Señor Jesucristo fue entregado por nosotros.
Más adelante al pedir la aceptación de la ofrenda de sus siervos – el obispo y los sacerdotes – y de todo su pueblo santo, agrega, que te presentamos en día en que Nuestro Señor Jesucristo entregó a sus discípulos la celebración de los misterios de su cuerpo y de su sangre.
El canon romano dice siempre que esto aconteció la víspera de su pasión, (qui pridie quam pateretur = el día antes de padecer), pero en esta misa lo puntualiza: el día antes de padecer por nuestra salvación y por la del mundo entero, es decir hoy.
La Liturgia expresando la fe de la Iglesia con este ‘hoy’, con la expresión ‘el día mismo’, pone de manifiesto un misterio grande de la celebración del misterio cristiano. No recordamos simplemente cosas del pasado, como en el ámbito humano suceden las distintas efemérides.
En la Liturgia sucede otra cosa: se actualiza, se realiza el misterio, el acto que fue ‘en aquel tiempo’, de modo que acontece ante nosotros, o más bien en y con nosotros.
El sustento de esta realidad es la decisión del Padre que lleva adelante la obra de su amor, la redención eterna. Por ello, continuamente se le suplica: que actúe, que envíe el Espíritu, que acepte la oblación.
La realidad de la Liturgia es la acción de Cristo sacerdote eterno, que vive y reina y actúa en los cielos. Con él nos conectamos – o más bien él se conecta, él obra – por la relación histórica con su mandato (hagan esto en memoria mía) y su actuación presente, actual, por el ministerio de los sacerdotes. Cristo entregó sus misterios a los apóstoles, y se sigue hasta hoy en la sucesión apostólica de los obispos y su participación en los presbíteros. Cristo obra y actúa por el ministerio sacerdotal. Esto se realiza en toda la oración de la plegaria eucarística y llega a su máximo de realidad y eficacia en las palabras de Cristo en la cena, que el sacerdote dice in persona Christi (en nombre, en la persona de Cristo).
La actuación hoy de la memoria de la fe de la Iglesia es obra del Espíritu Santo. Es el Espíritu en quien la Iglesia vive la realidad del misterio de la fe, la memoria de la fe de la Iglesia es en el Espíritu Santo. Es también el Espíritu Santo que se pide al Padre y él derrama para hacer esta ofrenda pura, santa, razonable, aceptable, de forma que sea para nosotros el cuerpo y la sangre de tu amadísimo Hijo, nuestro Señor Jesucristo.
Es en el Espíritu Santo que la Iglesia se une a Cristo y a su ofrenda, y es Él mismo el don de la Eucaristía, para darnos la unidad, trayendo toda bendición y gracia celestial.
Así la Misa es un acontecimiento único: el sacrificio de Cristo Sacerdote que se ofrece a sí mismo al Padre en la cruz como cordero inmaculado, que resucitado ha entrado en el santuario del cielo y continuamente se ofrece como sacerdote y cordero eterno. En cada Misa por la gracia del Padre, la acción de Jesucristo y la operación del Espíritu Santo él mismo Sacerdote se ofrece, por medio del ministerio sacerdotal, e incorpora a toda la Iglesia, su cuerpo, su esposa y su pueblo, perdonando los pecados, y haciendo de ella una ofrenda consigo.

En la misma noche de su entrega, en la noche en que entrega los misterios de su cuerpo y su sangre, Jesucristo entrega a su Iglesia el don del sacerdocio católico. Cuando mandó, “hagan esto en conmemoración mía”, consagró a los apóstoles como sus instrumentos humanos, sus ministros, por los cuales el se hace presente para perpetuar el sacrificio de la cruz y unir a su pueblo con su ofrenda eucarística. Agradezcamos en esta celebración la caridad de nuestro Sumo Sacerdote y el don maravilloso del sacerdocio en su Iglesia, que hace posible que todo el pueblo sacerdotal participe del sacrificio de Cristo. Bendigámoslo por la gracia de los sacerdotes y pidamos que hoy en día llame y consagre a quienes él conceda ser ministros para la salvación del mundo.

En esta noche de su entrega, nos da el Señor su caridad y el mandato de vivir en el amor mutuo. Él, el Maestro y Señor, se ha vuelto nuestro servidor. Al dejarnos lavar por la gracia de su misericordia y amor, pidámosle que, según su mandato sigamos su ejemplo. Participar de la mesa del sacrificio, es también querer entregarnos en el amor y servicio de los hermanos. La verdad de la Eucaristía es la caridad. La caridad es el amor de Dios que hemos conocido en Cristo. En esto consiste la caridad que Dios nos tiene. No en que nosotros hayamos amado primero, sino en que él nos amó primero y entregó a su Hijo como víctima de propiciación por nuestros pecados.

Al celebrar hoy, la entrega de Cristo, en el sacrificio eucarístico, pidámosle amarlo, entregándonos a él y por él. Queramos amar a la Iglesia y en ella el don de la Santa Misa, que supera toda gracia. Celebrémosla esta noche con un corazón inmensamente agradecido porque recibimos de su amor los misterios de su amor.
A él la gloria, la alabanza y todo nuestro amor, por los siglos de los siglos. Amén.