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Mons. Pablo GalimbertiNoticeu

Mons. Pablo Galimberti evalúa el «Primer año del Papa Francisco»

By 13/03/2014marzo 21st, 2014No Comments

Columna del Obispo de  Salto, Mons. Pablo Galimberti

«Primer año del Papa Francisco»

Breve y fecundo período: para él, para la iglesia católica y para todos los que lo seguimos, escuchando su voz o viendo sus imágenes.

Asume el gobierno pastoral de la iglesia con su antecesor vivo habitando a pocos metros. Pero esto no le ha provocado ningún problema. Benedicto XVI es la imagen del “anciano sabio” que todos necesitamos mirar para avanzar hacia el futuro alimentados con la riqueza de nuestras raíces.Con su silencio, oración y con algún prudente comentario cuando se lo solicita, allí está. La brevedad y firmeza con la cual comunicó su renuncia fueron la prueba de que es un hombre libre.

Semejante aire de libertad flota en la figura del Papa Francisco. Un amigo que vive en Roma me lo pintó como la revolución de la normalidad. Por qué no usó tal vestimenta o por qué subió al avión llevando su propio portafolio en la mano o por qué sigue usando los zapatos negros o por qué vive en la Casa Santa Marta, edificio donde se hospedaron los cardenales durante el conclave y no en el apartamento pontificio.

Su estilo directo sorprende. El primer día fue a pagar lo que debía en la residencia romana para clérigos donde viviólos días previos al conclave. Mientras saluda a los feligreses en Plaza San Pedro acepta un mate que le alcanza un argentino o quizás uruguayo. Entre la muchedumbre en Pza. San Pedro distingue a un sacerdote argentino, viejo conocido, y lo invita a recorrer junto a él el resto del trayecto en el papa-móvil. El Padre Fabián Baez jamás olvidará esta visita al Vaticano.

Toma el teléfono y saluda a una comunidad en Navidad o llama a quien le llevaba el diario en Buenos Aires. O se cruza en un reunión con un conocido y lo sorprende: ¡tengo que hablar contigo!

Casi enseguida empezó a dar señales de que los cambios no iban a demorar. Está encarando con decisión un reforma de la ley orgánica que rige todos los organismos y servicios vaticanos. Quiere una máxima transparencia en la gestión económica, suprimiendo organismos o creando otros.

El 29 de junio del pasado año nos regaló una reflexión sobre la “Luz de la Fe”, tan necesaria en tiempos que se han acabado las grandes ideologías y el hombre posmoderno aparece como abandonado en la oscuridad, dando vueltas en un laberinto sin salida, aunque a veces algunos se conforman con este destino, según escribió Mario Benedetti en “El laberinto”. Pero “cuando falta la luz, todo se vuelve confuso, es imposible distinguir el bien del mal, la senda que lleva a la meta de aquella otra que nos hace dar vueltas y vueltas, sin una dirección fija.” (La luz de la fe, N. 3).

Y antes de concluir el 2013 nos entregóuna Exhortación sobre la alegría del evangelio, iniciándola con una aguda observación sobre la tristeza: “El gran riesgo del mundo actual, con su múltiple y abrumadora oferta de consumo, es una tristeza individualista que brota del corazón cómodo y avaro, de la búsqueda enfermiza de placeres superficiales, de la conciencia aislada.Ya no hay espacio para los demás, ya no entran los pobres, ya no se escucha la voz de Dios, ya no se goza la dulce alegría de su amor, ya no palpita el entusiasmo por hacer el bien.”

Y añade: “Los creyentes también corren ese riesgo, cierto y permanente. Muchos caen en él y se convierten en seres resentidos, quejosos, sin vida…” (La alegría del Evangelio, N. 2).

Francisco invita a dejar aflorar la memoria, esos repliegues donde duerme la fe, que un día entró con el agua del bautismo o a través de la palabra oída en la familia o en labios de una catequista. Propone ser “memoriosos” de estos hilos de fe que serpentean nuestra vida.

En sus palabras y gestos descubrimos su radical confianza que no es la de un superhombre sino la de quien se siente amado y perdonado. En la entrevista que concedió a las revistas jesuitas se le pregunta quién es Jorge Mario Bergoglio. Hace una pausa y dice: “no se cuál puede ser la definición más justa… Soy un pecador. Y no es un modo de decir literario. Soy un pecador a quien el Señor ha mirado con misericordia, amándolo.”

Este binomio tan querido a San Agustín le parece lo más acertado: miseria y misericordia. La conjunción más maravillosa de la condición humana.

 >> Columna publicada en el Diario «Cambio» del viernes 14 de marzo de 2014