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Mons. Martin Krebs participó en la celebración de la Fiesta de la Diócesis de Minas

By 13/12/2019No Comments

 

El Nuncio Apostólico en Uruguay, Mons. Martin Krebs, presidió el 8 de diciembre, Solemnidad de la Inmaculada Concepción, la fiesta de la Diócesis de Minas.

El representante del Papa en nuestro país llegó esa mañana a Minas y tras visitar la Catedral se dirigió junto al Obispo Diocesano, Mons. Jaime Fuentes, al Santuario del Verdún. En la tarde paseó en la “Fuente del Puma” y a las 19 h encabezó junto con Mons. Fuentes la Procesión con la imagen de María Inmaculada. Seguidamente presidió la Misa en la Catedral en la que animó a que “a pesar de la sensación de inseguridad que podamos experimentar, dejemos que Dios trabaje en nosotros, como lo ha hecho María”.

Mons. Krebs y Mons. Fuentes en el Santuario del Verdún

Reflexionando en torno al Evangelio de San Lucas proclamado ese domingo, que relata la anunciación del Señor, Mons. Krebs señaló que es posible imaginar que “al principio, ella se sintió semejante a otras madres que nunca antes habían tenido un hijo. Pero, también, ella debe haber quedado profundamente asustada, porque nunca antes en la historia una mujer había recibido el anuncio de que su hijo sería el salvador del mundo”.  El Nuncio Apostólico expresó su alegría de que “María haya superado su indecisión, para dar espacio a la obra de Dios en su vida. Pero también creemos que Dios mismo formó a María para que pudiera hacerlo”. “Salvó a María de todo pecado para ‘preparar un lugar digno para su Hijo´, `en atención a los méritos de la muerte redentora de Cristo´, como hemos rezado en la Oración colecta de esta Misa”, acotó al tiempo que planteó a los fieles: “¿Y nosotros? ¿Podemos hacer algo parecido a María? ¿Podemos permitirle a Dios que nos convierta en instrumentos para su obra en el mundo?”.

Mons. Krebs junto con Mons. Fuentes en su visita a la Comunidad de Hermanas Siervas de los Corazones Traspasados de Jesús y María.

En este sentido, Mons. Krebs destacó que “algunos católicos piensan que son demasiado pequeños para hacer algo así. Piensan que es una empresa demasiado grande, para la que no están preparados. Se ven más como espectadores que como participantes, tanto en la vida pública como en la vida de la Iglesia. Piensan que Dios es tan poderoso que puede actuar sin ellos. No saben que su fe puede crecer y que pueden asumir una responsabilidad en la misión”. “Es una pena, porque todos los cristianos han sido perdonados del pecado original en el bautismo. Dios quiere hacernos grandes, como lo hizo con María. María es el principio y la imagen de la Iglesia, a la que todos pertenecemos”, expresó.

Mons. Krebs manifestó que “una persona que permite a Dios obrar libremente en ella puede sentirse como un aventurero”, tal como María, al principio, “probablemente lo experimentó de este modo”.  Recordó que “San Ignacio de Loyola dijo una vez: ‘Pocas personas tienen idea de lo que Dios haría de ellas si se entregaran sin reservas a la guía de su gracia´. Sin embargo, Dios nos invita una y otra vez a confiar en el Espíritu Santo, que también dio seguridad a María, y nos inspira a participar en la misión de la Iglesia”, subrayó el Nuncio. Citando al Papa Francisco, Mons. Krebs dijo: “El Espíritu Santo obra como quiere, cuando quiere y donde quiere; nosotros nos entregamos, pero sin pretender ver resultados llamativos. Solo sabemos que nuestra entrega es necesaria… Para mantener vivo el ardor misionero hace falta una decidida confianza en el Espíritu Santo, porque Él «viene en ayuda de nuestra debilidad» (Rm 8,26)… Es verdad que esta confianza en lo invisible puede producirnos cierto vértigo: es como sumergirse en un mar donde no sabemos qué vamos a encontrar. Yo mismo lo experimenté tantas veces. Pero no hay mayor libertad que la de dejarse llevar por el Espíritu, renunciar a calcularlo y controlarlo todo, y permitir que Él nos ilumine, nos guíe, nos oriente, nos impulse hacia donde Él quiera. Él sabe bien lo que hace falta en cada época y en cada momento. ¡Esto se llama ser misteriosamente fecundos! (EG 279, 280)”.

Al concluir su prédica el representante del Papa invitó a los feligreses a dejar que Dios “trabaje” en ellos, como la ha hecho María, “a pesar de la sensación de inseguridad que podamos experimentar”.

Luego de la Eucaristía se propició un compartir fraterno con la comunidad.

 

Texto de la homilía de Mons. Martin Krebs 

 

Estimado Monseñor Fuentes, queridos hermanos en el sacerdocio, queridos religiosos, hermanos y hermanas en la fe,

Estoy muy contento de poder celebrar con ustedes esta noche la Eucaristía, en el día de la Inmaculada Concepción de la santísima Virgen María, que es la fiesta diocesana. Este año, la fiesta prevalece sobre el segundo domingo de Adviento. Ciertamente, mucho agradaría al Papa Francisco estar aquí hoy para celebrar con ustedes la fiesta diocesana. Pero como eso no es posible, humildemente lo represento. Mi presencia puede ser un signo de que él está cerca de ustedes, con la oración y con el pensamiento, y que comparte sus alegrías y tristezas. ¿Ustedes oran por él?

En la vida de cada uno de nosotros han existido momentos que jamás olvidamos: momentos llenos de incertidumbre, pero que han sido, al mismo tiempo, una clara anticipación de algo completamente nuevo. ¿Recuerdas cómo fue la primera vez que condujiste un automóvil para obtener tu licencia de conducir? El instructor se sentó a tu lado y te dio instrucciones, pero eras tú quien tenía el volante en la mano y el freno y el pedal del acelerador bajo los pies. Probablemente, tus manos y tus pies estarían temblando un poco. No podías saber de antemano si tenías la habilidad suficiente, pero en algún momento te diste cuenta: ¡Puedo conducir! ¡El mundo está más abierto que nunca para mí! La incertidumbre había dado paso a la alegría. Hay experiencias similares y aún más importantes en la vida; por ejemplo, si una pareja tiene un hijo, especialmente si es el primero. Ambos padres habían escuchado mucho acerca de lo que significa tener un hijo, pero saben que su hijo será único, porque será el suyo propio. Afortunadamente, casi todos tienen un día la experiencia gozosa: ¡Ya somos padres, con la ayuda de Dios!

¿Cómo se sintió María después de escuchar el mensaje del ángel? El mensajero divino había dicho: «Concebirás y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús». Podemos imaginar que, al principio, ella se sintió semejante a otras madres que nunca antes habían tenido un hijo. Pero, también, ella debe haber quedado profundamente asustada, porque nunca antes en la historia una mujer había recibido el anuncio de que su hijo sería el salvador del mundo. El ángel aseguró: «Él será grande y será llamado Hijo del Altísimo. El Señor Dios le dará el trono de David, su padre». Esto la dejó sin aliento, porque el Mesías, a quien el pueblo de Israel había estado esperando desde tiempos antiquísimos, sería su hijo. La representación debe haber sido vertiginosa para María, pues de repente se paró en el umbral del infinito de Dios. Es comprensible que, en este momento, ella hiciera una pregunta, para recuperar su seguridad como ser humano. Casi suena como un intento de evadir las demandas excesivas, cuando ella argumenta que no tiene marido. Pero el ángel la introduce lentamente en la comprensión del mundo divino, cuando dice: «El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso el niño será Santo y será llamado Hijo de Dios». Esta palabra, al final, elimina la inseguridad de María, que acepta la voluntad de Dios: «Yo soy la servidora del Señor, que se cumpla en mí lo que has dicho». Su inseguridad da paso a una alegría desbordante, pues más tarde dirá en el Magníficat: «Mi alma alaba la grandeza del Señor y mi espíritu se regocija por Dios, mi Salvador. Porque ha mirado la humildad de su servidora. Y de ahora en adelante todas las generaciones me llamarán bendita» (Lc 1,46ss).

Queridos hermanos y hermanas, nos alegramos de que María haya superado su indecisión, para dar espacio a la obra de Dios en su vida. Pero también creemos que Dios mismo formó a María para que pudiera hacerlo. Salvó a María de todo pecado para «preparar un lugar digno para su Hijo», «en atención a los méritos de la muerte redentora de Cristo», como hemos rezado en la Oración colecta de esta Misa.

¿Y nosotros? ¿Podemos hacer algo parecido a María? ¿Podemos permitirle a Dios que nos convierta en instrumentos para su obra en el mundo?

Algunos católicos piensan que son demasiado pequeños para hacer algo así. Piensan que es una empresa demasiado grande, para la que no están preparados.  Se ven más como espectadores que como participantes, tanto en la vida pública como en la vida de la Iglesia. Piensan que Dios es tan poderoso que puede actuar sin ellos. No saben que su fe puede crecer y que pueden asumir una responsabilidad en la misión. Por eso dicen: ¡La fe es asunto de maestros profesionales, obispos, sacerdotes, y religiosos! – Es una pena, porque todos los cristianos han sido perdonados del pecado original en el bautismo. Dios quiere hacernos grandes, como lo hizo con María. María es el principio y la imagen de la Iglesia, a la que todos pertenecemos. Por eso, en el Prefacio de la Anáfora Eucarística, refiriéndonos a María, oraremos así: «La enriqueciste con la plenitud de tu gracia, preparándola para que fuera la Madre digna de tu Hijo y el comienzo e imagen de la Iglesia”.

Una persona que permite a Dios obrar libremente en ella puede sentirse como un aventurero. También María, al principio, probablemente lo experimentó de este modo. Por lo tanto, San Ignacio de Loyola dijo una vez: «Pocas personas tienen idea de lo que Dios haría de ellas si se entregaran sin reservas a la guía de su gracia». Sin embargo, Dios nos invita una y otra vez a confiar en el Espíritu Santo, que también dio seguridad a María, y nos inspira a participar en la misión de la Iglesia. El Papa Francisco escribe: El Espíritu Santo obra como quiere, cuando quiere y donde quiere; nosotros nos entregamos, pero sin pretender ver resultados llamativos. Solo sabemos que nuestra entrega es necesaria… Para mantener vivo el ardor misionero hace falta una decidida confianza en el Espíritu Santo, porque Él «viene en ayuda de nuestra debilidad» (Rm 8,26)… Es verdad que esta confianza en lo invisible puede producirnos cierto vértigo: es como sumergirse en un mar donde no sabemos qué vamos a encontrar. Yo mismo lo experimenté tantas veces. Pero no hay mayor libertad que la de dejarse llevar por el Espíritu, renunciar a calcularlo y controlarlo todo, y permitir que Él nos ilumine, nos guíe, nos oriente, nos impulse hacia donde Él quiera. Él sabe bien lo que hace falta en cada época y en cada momento. ¡Esto se llama ser misteriosamente fecundos! (EG 279, 280)

Queridos hermanos y hermanas: A pesar de la sensación de inseguridad que podamos experimentar, dejemos que Dios trabaje en nosotros, como lo ha hecho María. ¡Esta es la mejor preparación para la Navidad! Amén.