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Mons. Martin Krebs: “En vez de la adoración a Dios preferimos el culto al Yo”

By 31/10/2020No Comments

Foto de Natalia Martínez

“Ante Dios, somos responsables los unos de los otros, todos tenemos la misma dignidad. Como Dios nos ama a cada uno de nosotros, también podemos amar a los demás como a nosotros mismos”, recordó el Nuncio Apostólico en Uruguay, Mons. Martin Krebs, en la Misa celebrada el 25 de octubre en la capilla de María Auxiliadora en Canelón Chico (Canelones).

Mons. Krebs bendijo la capilla recientemente restaurada acompañado por los integrantes de la comunidad que pudieron asistir respetando el aforo dispuesto según el protocolo, el P. Carlos Kippes y el Secretario de la Nunciatura, Mons. Simón Bolívar Sánchez.

En su homilía el representante del Papa en Uruguay advirtió sobre quienes desean “un dios a nuestra medida, más que llegar nosotros a la medida de Dios”. “En vez de la adoración a Dios preferimos el culto al Yo” dijo, al tiempo que agregó que “es un culto que crece y se alimenta con la indiferencia hacia el otro”.

El Nuncio Apostólico subrayó que “para vivir como cristianos, es necesario aprender de Jesús, y ver de cerca cómo vivió él mismo. Porque, incluso cuando sabemos que Dios está en medio de nuestras vidas, podemos equivocarnos con él». “Él no actúa como un héroe en un escenario, esperando los aplausos. A veces nos gustaría verlo así, pero Dios es diferente”, enfatizó.

El representante del Papa en Uruguay invitó a los fieles a imaginar un teatro de la ópera y comparó actitudes generadas en ese ámbito con las que es posible percibir en la Iglesia. En este sentido comentó que en la Iglesia “a veces …nos sentimos tentados a vivir como si fuéramos en un escenario y esperar una sola cosa: que todos los demás nos aplaudan; que todos los reflectores estén sobre nosotros. Nuestra única preocupación, entonces, es ser notados”. “A veces, personas que pasan mucho tiempo con las ‘redes sociales’ se ponen permanentemente en el centro de atención. No aman a nadie más que a sí mismos”, señaló. Dijo que “otras personas, sin embargo, prefieren vivir en un palco, por así decirlo. Prefieren estar con la gente que conocen. No quieren ser vistos, siempre mantienen un bajo perfil en público. Pero también se aman solo a sí mismos. Se sientan en asientos separados, y les gusta mirar y juzgar a los demás”.

Foto de Natalia Martínez.

Mons. Krebs destacó, empero, que “afortunadamente, hay lugares como esta capilla. Aquí podemos ver que el centro del mundo no somos nosotros mismos, sino solo Dios”. “Este es el mensaje del altar, y del hecho que está delante y en medio. Toda la atención y el afecto humano se deben a Dios, como acabamos de escuchar en el Evangelio. Solo él es digno de ser amado con todas nuestras fuerzas, porque a su vez él nos ama por encima de todo”, aseveró. El Nuncio Apostólico recordó que “Jesús explica esta simple cosa a los maestros de la Ley, cuando dice: ‘Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todo tu espíritu. Este es el más grande y el primer mandamiento’”. “Pero esa es solo una cara de la moneda”, aclaró Mons.Krebs. Y agregó: “Jesús también habla a los que viven como si estuvieran escondidos en un palco, en un teatro de la ópera. No quieren ser molestados o sentirse desafiados. Tienen como prioridad ocuparse de ellos mismos, de sus sentimientos o de sus ideas. Pero Jesús nos recuerda que, como cristianos, estamos todos sentados uno al lado del otro, por así decirlo. Ante Dios, somos responsables los unos de los otros, todos tenemos la misma dignidad. Como Dios nos ama a cada uno de nosotros, también podemos amar a los demás como a nosotros mismos. Por eso, Jesús dice a los maestros de la Ley: ‘El segundo mandamiento es semejante al primero: Amarás a tu prójimo como a ti mismo’». “Si alguna vez olvidamos cómo vivir como cristianos, basta con venir aquí y pensar en la ubicación del altar y de las sillas de esta capilla, ¡y enseguida lo recordaremos!”, expresó.

Más adelante, en su prédica, el Nuncio Apostólico citó las palabras del Papa Francisco durante una reunión de paz celebrada en Roma, junto con otros líderes religiosos, el pasado martes 20 de octubre. En esa ocasión el Santo Padre “habló del sacrificio de Jesús en la cruz, que mucha gente no entendía, ni siquiera en su época”. El Papa dijo: «Era gente común, que había escuchado hablar a Jesús y lo habían visto hacer prodigios… No tenían compasión, sino ganas de milagros, de verlo bajar de la cruz. Quizás también nosotros preferiríamos a veces un dios espectacular más que compasivo, un dios potente a los ojos del mundo, que se impone con la fuerza y desbarata a quien nos odia. Pero esto no es de Dios, es nuestro Yo”. “Cuántas veces queremos un dios a nuestra medida, más que llegar nosotros a la medida de Dios; un dios como nosotros, más que llegar a ser nosotros como Él. Pero así, en vez de la adoración a Dios preferimos el culto al Yo. Es un culto que crece y se alimenta con la indiferencia hacia el otro”, enfatizó Mons. Krebs. “Gracias a Dios, la indiferencia de mucha gente no fue la última palabra, ni entonces ni ahora”, dijo el representante del Papa en Uruguay.

“Cuando Dios está en medio de nuestras vidas, aprendemos de Jesús a ser misericordiosos unos con otros, según el ejemplo que él nos dejó. ¡A través de esto, todos nos convertimos en hermanos y hermanas!”, resaltó Mons. Krebs y auguró que “esta capilla sea un lugar donde celebremos esta verdad, una y otra vez!”.

 

Texto completo de la homilía de Mons. Martin Krebs

Queridos hermanos y hermanas,

A menudo, en nuestra vida cotidiana no percibimos realmente aquellas cosas a las que estamos acostumbrados. No las notamos, porque se han vuelto muy naturales. Cuando nos levantamos por la mañana, ¿quién nota que está en buena salud? Podríamos también estar enfermos, ¿no? Pero, normalmente, no notamos que estamos bien. Muchas personas solo aprecian su salud cuando la pierden, aunque sea solo por un tiempo. Los adultos ya no vemos con los ojos de los niños, que todavía pueden sorprenderse y ser felices por las cosas más sencillas y cotidianas. Pero la vida nos concede siempre nuevas oportunidades para retomar las buenas noticias que transmiten las cosas conocidas. Basta mirarlas con calma una vez más.
Un momento así puede ser esta mañana. Hemos venido a esta capilla que tal vez conozcamos desde hace tiempo. Nos parece natural que el altar siga en el medio. Y no nos sorprende que los bancos de la nave de la iglesia estén uno al lado del otro, y a la misma altura. ¿No podría también estar el altar a un lado, y los bancos, por ejemplo, dispuestos en escalones, a diversos niveles? ¿Qué significa que el altar y los bancos estén donde están?

Hay lugares donde todo es completamente diferente. Imaginemos un teatro de la ópera. Hay un escenario en el centro delante, y un cantante o artista actúa allí. El escenario y el artista que actúa están a la luz de los reflectores: nada más importa. Y si este escenario está en un teatro de ópera clásico, los asientos del público no son todos de la misma calidad, y todos no están a la misma altura. La mayoría de la gente se sienta en el nivel inferior del salón, pero las primeras filas son más caras que las filas de atrás. Pero eso no es todo, porque todavía hay asientos muy especiales. Se ubican en los palcos y son para aquellos que han pagado más que los demás. Estas personas se quedan en pequeños grupos entre ellos: amigos, familias, colegas. Solo al final del espectáculo salen por las mismas puertas que todos los demás visitantes.

En los teatros de la ópera puedes aprender mucho, y no tengo algo en contra de ellos. Sin embargo, sería un problema si el edificio del teatro de la ópera fuera un modelo para la Iglesia o la vida cristiana. Desafortunadamente, a veces los que estamos aquí reunidos nos sentimos tentados a vivir como si fuéramos en un escenario y esperar una sola cosa: que todos los demás nos aplaudan; que todos los reflectores estén sobre nosotros. Nuestra única preocupación, entonces, es ser notados. A veces, personas que pasan mucho tiempo con las «redes sociales» se ponen permanentemente en el centro de atención. No aman a nadie más que a sí mismos. Otras personas, sin embargo, prefieren vivir en un palco, por así decirlo. Prefieren estar con la gente que conocen. No quieren ser vistos, siempre mantienen un bajo perfil en público. Pero también se aman solo a sí mismos. Se sientan en asientos separados, y les gusta mirar y juzgar a los demás.

Afortunadamente, hay lugares como esta capilla. Aquí podemos ver que el centro del mundo no somos nosotros mismos, sino solo Dios. Este es el mensaje del altar, y del hecho que está delante y en medio. Toda la atención y el afecto humano se deben a Dios, como acabamos de escuchar en el Evangelio. Solo él es digno de ser amado con todas nuestras fuerzas, porque a su vez él nos ama por encima de todo. Jesús explica esta simple cosa a los maestros de la Ley, cuando dice: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón,
con toda tu alma y con todo tu espíritu. Este es el más grande y el primer mandamiento.»
Pero esa es solo una cara de la moneda. Jesús también habla a los que viven como si estuvieran escondidos en un palco, en un teatro de la ópera. No quieren ser molestados o sentirse desafiados. Tienen como prioridad ocuparse de ellos mismos, de sus sentimientos o de sus ideas. Pero Jesús nos recuerda que, como cristianos, estamos todos sentados uno al lado del otro, por así decirlo. Ante Dios, somos responsables los unos de los otros, todos tenemos la misma dignidad. Como Dios nos ama a cada uno de nosotros, también podemos amar a los demás como a nosotros mismos. Por eso, Jesús dice a los maestros de la Ley: «El segundo mandamiento es semejante al primero: Amarás a tu prójimo como a ti mismo.» Si alguna vez olvidamos cómo vivir como cristianos, basta con venir aquí y pensar en la ubicación del altar y de las sillas de esta capilla, ¡y en seguida lo recordaremos!

Para vivir como cristianos, es necesario aprender de Jesús, y ver de cerca cómo vivió él mismo. Porque, incluso cuando sabemos que Dios está en medio de nuestras vidas, podemos equivocarnos con él. Él no actúa como un héroe en un escenario, esperando los aplausos. A veces nos gustaría verlo así, pero Dios es diferente. El pasado martes 20 de octubre, el Papa Francisco, junto con otros líderes religiosos, celebró una reunión de paz en Roma. Habló del sacrificio de Jesús en la cruz, que mucha gente no entendía, ni siquiera en su época. El Papa dijo: «Era gente común, que había escuchado hablar a Jesús y lo habían visto hacer prodigios. Ahora le dicen: «Sálvate a ti mismo bajando de la cruz». No tenían compasión, sino ganas de milagros, de verlo bajar de la cruz. Quizás también nosotros preferiríamos a veces un dios espectacular más que compasivo, un dios potente a los ojos del mundo, que se impone con la fuerza y desbarata a quien nos odia. Pero esto no es de Dios, es nuestro Yo. Cuántas veces queremos un dios a nuestra medida, más que llegar nosotros a la medida de Dios; un dios como nosotros, más que llegar a ser nosotros como Él. Pero así, en vez de la adoración a Dios preferimos el culto al Yo. Es un culto que crece y se alimenta con la indiferencia hacia el otro. A los que pasaban, de hecho, Jesús les interesaba solo para satisfacer sus antojos. Pero, reducido a un despojo en la cruz, ya no les interesaba más. Estaba delante de sus ojos, pero lejos de su corazón.»

Gracias a Dios, la indiferencia de mucha gente no fue la última palabra, ni entonces ni ahora. El Papa concluyó diciendo: «En el Calvario tuvo lugar el gran duelo entre Dios que vino a salvarnos, y el hombre que quiere salvarse a sí mismo; entre la fe en Dios y el culto al Yo; entre el hombre que culpa y Dios que perdona. Y llegó la victoria de Dios, su misericordia descendió en el mundo. De la cruz brota el perdón, renace la fraternidad: «La cruz nos hace hermanos» (Benedicto XVI, Palabras al final del Vía Crucis, 21 marzo 2008).

Queridos amigos, cuando Dios está en medio de nuestras vidas, aprendemos de Jesús a ser misericordiosos unos con otros, según el ejemplo que él nos dejó. ¡A través de esto, todos nos convertimos en hermanos y hermanas! Por eso, en el llamamiento final de la reunión de paz mencionada anteriormente, se dijo: «Hoy, en este tiempo de desorientación, golpeados por las consecuencias de la pandemia de Covid-19, que amenaza la paz aumentando las desigualdades y los miedos, decimos con fuerza: nadie puede salvarse solo, ningún pueblo, nadie… Somos hermanas y hermanos, ¡todos!»

¡Que esta capilla sea un lugar donde celebremos esta verdad, una y otra vez! Amén.