Skip to main content
Noticeu

Mons. Julio Bonino reflexionó sobre baja de la edad de imputabilidad en acto de los trabajadores

By 09/05/2014mayo 17th, 2014No Comments

Bonino acto trbajadores

El 1 de mayo, el Obispo de Tacuarembó, Mons. Julio Bonino, asistió al acto de los Trabajadores celebrado en la ciudad de Tacuarembó y se refirió a la baja de la edad de imputabilidad.

En su alocución el Obispo reconoció que “la delincuencia ciertamente es un problema importante en la sociedad” pero dvirtió que “no es un problema de los menores de edad”. Precisó, en este sentido, que “sólo un 8% de los delitos son cometidos por menores”.

Mons. Bonino subrayó que “no se conoce ningún país democrático del mundo que haya bajado la delincuencia, bajando la edad de imputabilidad” y que “el ingreso de adolescentes a sistema privativo de libertad los introduce definitivamente al mundo de los delitos, al romper los lazos de socialización con la sociedad y al asumir los valores de aprendizaje, hechos dentro del espacio de reclusión donde predomina una cultura de aislamiento y se aprende a seguir delinquiendo”.

“No hay duda, que debemos plantearnos con urgencia revertir las vulnerabilidades propias de la exclusión social que padecen buena parte de los uruguayos adolescentes, viabilizar la priorización de los sectores juveniles como sujetos legítimos de las políticas y actores centrales de desarrollo”, señaló  Mons. Bonino.

El Obispo de Tacuarembó opinó que “el mejor abordaje para los adolescentes y para la ciudadanía que experimentamos la inseguridad, pasa por el fortalecimiento y el eficaz funcionamiento de los distintos organismos públicos y la colaboración de toda la sociedad”. “No hay duda que es una emergencia social el encarar la reforma del sistema educativo para los adolescentes”, puntualizó.

 

Palabras de Mons. Julio Bonino 

Saludo a todos los hombres y mujeres, en el campo y en la ciudad, que con dedicación, talento y sudor, ganan honestamente el pan de cada día. Con el trabajo sostienen a sus familias y se suman en la construcción de una sociedad más justa y solidaria. El 1º de mayo es un día apropiado para agradecer a todos los trabajadores que hacen posible el desarrollo de la sociedad en su conjunto.

Celebro la existencia de la ley 19.133 de empleo juvenil que sale al encuentro de esos jóvenes que ni estudian ni trabajan; buscando la inclusión social, educativa y laboral, asociada a un concepto de ciudadanía y que trata de contemplar las demandas y propuestas de los propios jóvenes.

Agradezco la oportunidad que se me ha dado de compartir en este contexto de celebración del día de los trabajadores, mi reflexión acerca de la propuesta de bajar la edad de imputabilidad, tema que se ha instalado en nuestra sociedad.

Para poder participar adecuadamente de la discusión acerca de la baja de la edad de imputabilidad, que afecta la consideración de lo que es un adolescente, creo que debemos precisar las características del sujeto a quien nos referimos. Es pertinente la pregunta ¿qué es un adolescente?

La adolescencia es un período de la vida que transcurre entre la infancia y la edad adulta. Lo que caracteriza fundamentalmente a este período son los profundos cambios físicos, psicológicos, sexuales y sociales que tienen lugar en esos años. Es imposible establecer la franja exacta de edad en la que transcurre la adolescencia pero la Organización Mundial de la Salud considera que esta etapa va desde los 10 a los 19.

Esta etapa de los hijos plantea uno de los desafíos más difíciles para las familias. Es posible que los adolescentes, que se enfrentan a cambios hormonales y a un mundo cada vez más complejo, sientan que nadie puede entender sus sentimientos, en especial sus padres. Como resultado, el adolescente puede sentirse enojado, solo y confundido cuando se enfrenta a problemas complejos de identidad, presiones de sus compañeros, conducta sexual, alcohol y drogas.

Los padres pueden sentirse frustrados y enojados porque el adolescente parece no responder a su autoridad. Es posible que los métodos de disciplina que funcionaron bien hace algunos años ya no tengan la misma eficacia. Además, los padres pueden sentirse asustados y sin poder hacer nada acerca de las elecciones hechas por su hijo adolescente.

En consecuencia, en la adolescencia están dadas las condiciones para que se generen conflictos en la familia. Las áreas típicas de conflicto entre padres e hijos adolescentes pueden ser:

• discusiones debido a las restricciones horarias del adolescente;

• los amigos que elige;

• el tiempo que comparte con la familia frente al que pasa con gente de su edad;

• desempeño escolar y laboral;

• privilegios para conducir motos, autos

• relaciones sexuales

• vestimenta, peinados y maquillaje;

• conductas autodestructivas como fumar, tomar alcohol y consumir drogas, excesos de velocidad

Lidiar con los problemas de la adolescencia puede poner a prueba a todos los que se ven afectados. No obstante, las familias suelen ayudar satisfactoriamente a sus hijos a lograr los objetivos de desarrollo de la adolescencia: reducir la dependencia de sus padres a la vez que se hacen cada vez más responsables e independientes.

Sin embargo, hay diversos signos de advertencia de que las cosas no están bien y que pueden llevar a que la familia busque ayuda externa. Estos incluyen conducta agresiva o violencia por parte del adolescente, abuso de drogas o alcohol, promiscuidad, ausentismo escolar, roces con la ley o conducta desenfrenada, aislamiento social y/o familiar.- Del mismo modo, será un fuerte signo de peligro si un padre recurre a golpear a su hijo o a otra conducta violenta en un intento por mantener la disciplina.

Pero ¿y cuando no hay adultos responsables que acompañen ese proceso?

Creo que podemos estar de acuerdo con que la tarea central del desarrollo del adolescente es la de consolidar su identidad enfrentando un aumento del conflicto psicológico que adolece hasta culminar en la estabilidad de la madurez, ser adulto maduro.

Yo tuve por 5 años la tarea de colaborar en un hogar de adolescentes abandonadas, teniendo como es lógico que enfrentar sus conflictos. Muchas veces con la comunidad educativa responsable le pedíamos a Dios, que nos diera la paciencia y sabiduría para adecuarnos a esas personitas indefensas que todavía no se habían terminado de hacer. Que no juzgáramos que sus conductas eran opciones definitivas y permanentes, que debíamos darles siempre nuevas oportunidades. Nada fácil intentarlo con las marcas que nos dejaban sus diversas agresiones, tratarlas con justicia y decidir que en el cómo tratarlas había que incluir la ternura, el afecto. Nada fácil hacerlas sentir que no eran casuales sino queridas, que no eran unas coladas en la mesa de la vida, que tenían una dignidad inviolable, que tenían derechos y obligaciones.

Y de verdad no es nada fácil sufrir el rechazo a la sociedad adulta que manifiestan, de sobrellevar sus ensayos de insertarse en la misma, pero no es nada fácil ser adolescente careciendo de la seguridad que solo da el cariño.

Como asesor de pastoral juvenil por años compartí la vida de adolescentes que aparentemente tenían lo necesario. Frecuentemente empleaba una dinámica para que pudieran expresar cómo estaban viviendo: dibujar la mesa familiar con símbolos que identificaba a cada uno de los integrantes de su familia, desde su infancia hasta su hoy. Tengo grabado en mi memoria el recuerdo de: las lágrimas por los destratos y maltratos, por las carencias y la soledad que padecían. Realidades que cuando se lleva en el corazón y en la memoria hacen que uno se sienta muy mal ante juicios apresurados y medidas desproporcionadas para seres humanos que se están construyendo con carencias de referentes adecuados.

No está bien juzgar como adulto a alguien que no lo es. Una falta grave cometida no transforma a un adolescente en un adulto, por eso no es correcto hablar de “menores delincuentes”, sino de “adolescentes en conflicto con la ley responsable penalmente”.

Hubo una época en que se concebía que los seres humanos dábamos un salto directo de la infancia a la edad adulta, de los juguetes al trabajo. La psicología dio muchos pasos gracias a Dios de esa concepción a la que hoy tiene.

No es justo desentendernos de aquellos adolescentes que no tienen el amparo de los padres para construir su escala de valores, sus virtudes ciudadanas, su dignidad de personas, no es justo condenarlos cuando todavía no han podido consolidar lo que quieren ser.

¿Alguno de Uds. Ha tenido la oportunidad de acompañar a alguien que cumplida su condena en la cárcel luego de años de pagar su delito sale e intenta insertarse en la sociedad? ¿Tienen conocimiento de las herramientas con las cuales fueron ayudados para cuando salgan puedan enfrentar el desafío de reconstruir su vida laboral y social? En mis pobres intentos ha abundado más, de parte de quienes conozco el manifestar que no vale la pena, que hay que mirar para otro lado, que no se merecen nuestra solidaridad. Lo digo con tristeza y con esperanzas, lo digo deseando que cada vez sean menos los privados de libertad a la vez que mejoren las condiciones de nuestros recintos de reclusión. Lo digo viendo que cada vez son más jóvenes los que pueblan nuestras cárceles.

Ciertamente la discusión acerca de la baja de la edad de imputabilidad nos da la oportunidad de poner especial atención en la etapa de la adolescencia. Los adolescentes no son niños, ni son jóvenes; en ésta edad fácilmente pueden ser víctimas de falsos líderes constituyendo pandillas. Muchos de nuestros adolescentes atraviesan por situaciones que les afecta significativamente: la secuela de la pobreza que limitan el crecimiento armónico de sus vidas y genera exclusión, la socialización cuya trasmisión de valores ya no se producen primariamente en las instituciones tradicionales.

La crisis, por la que atraviesa la familia hoy en día les produce profundas carencias afectivas y emocionales, muchos son los que no estudian, ni trabajan.

Según el censo del año 2011, los adolescentes de 13 a 18 años son unos 266.000, el 0.73% pasaron por el sistema penal y fueron sentenciados.

Es importante recordar que el Código de la Niñez y de la Adolescencia aprobado en Uruguay (Ley 17.823), está en consonancia con la Convención sobre los Derechos del Niño de Naciones Unidas, que nuestro país ratificó en 1990.

La modificación de la legislación existente, pasando los adolescentes comprendidos, entre los 16-18 años a la justicia de adultos nos lleva a violar los compromisos asumidos por el Estado uruguayo ante la comunidad internacional.

La Iglesia a través de la declaración de la Santa Sede adhirió a la Convención diciendo “considera la presente convención un instrumento digno y laudable, encaminado a proteger los derechos e intereses de los niños que son ese precioso tesoro confiado a cada generación como reto a su inteligencia y humanidad”.

El mejor abordaje para los adolescentes y para la ciudadanía que experimentamos la inseguridad, pasa por el fortalecimiento y el eficaz funcionamiento de los distintos organismos públicos y la colaboración de toda la sociedad. No hay duda que es una emergencia social el encarar la reforma del sistema educativo para los adolescentes.

La delincuencia ciertamente es un problema importante en la sociedad, no es un problema de los menores de edad. La gran mayoría de los actos delictivos de este país son realizados por mayores de edad, no por menores.

Sólo un 8% de los delitos son cometidos por menores (1 de cada 10 son cometidos por menores mientras que más de 9 de cada 10 delitos son cometidos por mayores).

No se conoce ningún país democrático del mundo que haya bajado la delincuencia, bajando la edad de imputabilidad. El ingreso de adolescentes a sistema privativo de libertad los introduce definitivamente al mundo de los delitos, al romper los lazos de socialización con la sociedad y al asumir los valores de aprendizaje, hechos dentro del espacio de reclusión donde predomina una cultura de aislamiento y se aprende a seguir delinquiendo. Ya existe desde el año 2013 en que comenzó a regir la ley 19.055 que establece una pena de doce meses de privación de libertad mínimos y efectivos para los adolescentes de 15 a 17 años de edad que cometan ciertos delitos gravísimos, fundamentalmente el de rapiña.

No hay duda, que debemos plantearnos con urgencia revertir las vulnerabilidades propias de la exclusión social que padecen buena parte de los uruguayos adolescentes, viabilizar la priorización de los sectores juveniles como sujetos legítimos de las políticas y actores centrales de desarrollo.

Debemos conocer y colaborar como sociedad civil con el Sistema de Responsabilidad Penal Adolescente (SIRPA). Interiorizarnos de la puesta en marcha del Programa de Medidas Socio-educativas Alternativas a la Privación de Libertad (PROMESEC) que trabaja tres áreas:

• la responsabilidad adolescente (elaborar un proyecto de vida),

• la familia o referentes familiares,

• la comunidad (que ha sido agredida).

En el departamento de Tacuarembó, a lo largo de estos tres años, se atendieron de parte de este programa del SIRPA 100 adolescentes, observándose una reincidencia del 10%. En este momento se están atendiendo 27 adolescentes. En el país son 698 los adolescentes privados de libertad, de los cuales el 40% está trabajando, en muchos casos, en acuerdos con el plenario de Trabajadores. Está comprobado que la reincidencia es mayor cuando se someten a reclusión.

Aprovechemos las posibilidades que nos da el debate acerca de la baja de la edad de imputabilidad para comprometernos en actitudes que lleven a procesos que impidan la exclusión de nuestra sociedad a quienes con muchas dificultades están definiendo su identidad.

Muchas gracias.