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El nuevo obispo de Canelones se presenta a los hermanos/as en la fe y vecinos/as

By 17/04/2021No Comments

 

“Cada día le pido al Padre Dios que me ayude a ser ese pastor según el corazón de su Hijo Jesucristo, ya no para una parroquia, sino para una comunidad más grande, que me pide ensanchar el corazón”, expresa Mons. Heriberto Bodeant en un video en el que se presenta a sus nuevas comunidades de la Diócesis de Canelones.

“La idea de este primer espacio que compartimos era presentarme, tanto para mis hermanos y hermanas en la fe como para los vecinos y vecinas del departamento al que ahora paso a pertenecer”, señala el obispo. Asegura que “lo que más quisiera poder hacer en este momento sería salir a recorrer toda la diócesis, y encontrarme con su gente… “ y  señala que “algo de eso se va a poder hacer, pero mucho más despacio, con toda la prudencia que hoy necesitamos. Por eso espero que, de esta forma, por estos medios de que disponemos hoy, podamos seguir encontrándonos”.

En el video publicado en el canal de youtube de la Diócesis de Canelones el pastor, que este domingo 18 de abril asumirá como IV obispo de Canelones, resalta que, “curiosamente”, viene recorriendo “el mismo camino que en el año mil novecientos sesenta y dos hizo Monseñor Santiago Orestes Nuti, quien llegó a Canelones desde Melo, donde fue Obispo por un año y medio”.  “Así pues, yo también vengo desde esa diócesis de la frontera noreste, a estos campos, ciudades y playas de la tierra canaria… Me moví en un territorio casi cinco veces más grande que Canelones, pero con mucha menos gente”, narra.

Mons. Bodeant explica que “los Obispos somos nombrados por el Papa” y puntualiza que “detrás de ese llamado de la Iglesia, yo sigo viendo a Jesús, que me llamó a seguirlo y a Él quiero seguir siendo fiel, asumiendo esta nueva misión, respondiendo a este nuevo llamado”.

Luego, Mons. Bodeant se retrotrae a sus orígenes en la ciudad de Young, cuenta sobre su familia, sus estudios y su participación en la vida parroquial. “En esa vida parroquial, en la Pastoral Juvenil, en los encuentros con los sacerdotes fue naciendo mi vocación. Un llamado que sentía en mi interior y del que no hablaba con nadie, hasta que una pregunta de mi párroco lo hizo aflorar… y todo un proceso se desencadenó”, comparte.

Comenta que ingresó al Seminario en 1980 . Durante los tres primeros años tuvo su primer contacto con la Diócesis que lo recibe ahora como pastor: “Durante los primeros tres años fui los fines de semana a la parroquia de Paso Carrasco, donde estaba el Padre Lucio Escolar, con quien llegamos a tejer una amistad. Conocí allí a Monseñor Nuti, en una visita pastoral a la comunidad. Entre mis profesores de aquellos años estuvo Mons. Alberto Sanguinetti. También tuve formación en el Oficio Catequístico de Montevideo, cuyo director era Mons. Orlando Romero”.

Fue ordenado sacerdote el 27 de septiembre de 1986 en la parroquia de su pueblo. “Como sacerdote empecé en Fray Bentos, ayudando a curas veteranos que me orientaron mucho en aquellos primeros tiempos. Estuve en las visitas al Uruguay de San Juan Pablo II, la segunda de las cuales culminó precisamente en Salto… “, evoca.

Luego, a comienzos de los 90, fue enviado a estudiar a Francia “con el apoyo de sacerdotes que habían estado en Young” y recuerda esa experiencia como “muy marcante, no sólo por la formación académica, sino por el encuentro con una Iglesia diferente, con otros enfoques y acentos; con una rica historia y al mismo tiempo buscando resolver los problemas del tiempo presente”.

De regreso a Uruguay se desempeñó como párroco en Sagrado Corazón de Paysandú. “De esa parroquia y de la de Young me regalaron esta cruz que suelo llevar, que tiene al centro del Corazón de Jesús”, señala y agrega: “Siempre pienso que ese corazón está allí para recordarme las palabras de un santo muy querido por los sacerdotes diocesanos, san Juan María Vianney, el santo cura de Ars que decía: ‘Un buen pastor, un pastor según el Corazón de Dios, es el tesoro más grande que el buen Dios puede conceder a una parroquia, y uno de los dones más preciosos de la misericordia divina’”.

“Después de once años de párroco, en 2003 llegó a mi vida otro llamado. San Juan Pablo II me nombró Obispo auxiliar de Salto. Fui así el colaborador inmediato de Mons. Daniel Gil Zorrilla y luego de Mons. Pablo Galimberti…”, narra. “En 2009, la sorpresa: Benedicto XVI me envió a Melo. Y allí marché, entre arachanes y olimareños. Desde el comienzo busqué visitar y conocer ese mundo fronterizo, nuevo para mí. Y así se fueron creando los vínculos que, bueno, no se van a borrar del corazón”, continúa compartiendo el obispo.

“Y ahora… Canelones. Canelones, con el Uruguay en pandemia. De verdad, en pandemia. Cuántas dificultades, cuantos acontecimientos dolorosos… también con esperanzas en la vacunación, también con signos de solidaridad hacia quienes están sufriendo o pasando necesidades”.

“En medio de todo esto, la buena noticia sigue siendo Jesucristo”, asegura Mons. Bodeant . “Cuando lo contemplamos crucificado, vemos hasta dónde llega el amor de Dios por nosotros. Cuando lo contemplamos resucitado, especialmente en este tiempo, vemos el horizonte de la vida eterna abierto para toda la humanidad. En la Pascua de Cristo se muestra la Pascua, el paso al que está llamada la humanidad entera: paso de la muerte a la vida, a la vida de Dios”, acota el obispo. “La vida eterna no es opio ni ilusión: es esperanza. La esperanza de resucitar con Cristo da sentido a la vida humana y a la historia. Nos da un fin que está más allá de nuestros mayores logros humanos: nada menos que compartir la vida divina, la vida misma de Dios”, expresa en su primer mensaje a sus diocesanos el IV obispo de Canelones y culmina con la recomendación: «Cuídense mucho, cuidémonos unos a otros».

Texto de la presentación de Mons. Heriberto Bodeant 

Mi nombre es Heriberto, Heriberto Bodeant.

Soy el Obispo que, a partir del próximo domingo dieciocho, comenzará su servicio pastoral en la Diócesis de Canelones.

Curiosamente, vengo recorriendo el mismo camino que en el año mil novecientos sesenta y dos hizo Monseñor Santiago Orestes Nuti, quien llegó a Canelones desde Melo, donde fue Obispo por un año y medio.

Así pues, yo también vengo desde esa diócesis de la frontera noreste, a estos campos, ciudades y playas de la tierra canaria. Vengo de estar casi doce años en Melo, una diócesis que abarca los departamentos de Cerro Largo y Treinta y Tres. Me moví en un territorio casi cinco veces más grande que Canelones, pero con mucha menos gente. Llegué allí con el deseo de aquerenciarme y, en gran medida, fue así… cuesta desprenderse de un lugar donde, en cierta forma, uno ha echado raíces, ha creado vínculos, ha compartido penas y alegrías, sufrimientos y esperanzas. Cuesta, pero a mí me enseñaron que uno debe estar siempre disponible: tanto para permanecer en un lugar como para ir allí donde se le envíe.

Los Obispos somos nombrados por el Papa; pero detrás de ese llamado de la Iglesia, yo sigo viendo a Jesús, que me llamó a seguirlo y a Él quiero seguir siendo fiel, asumiendo esta nueva misión, respondiendo a este nuevo llamado.

En Melo tuve mucho tiempo a mi lado a Mons. Roberto Cáceres, de quien fui el tercer sucesor. Un Obispo que, junto con Mons. Nuti, participó de la totalidad del Concilio Vaticano II y que transmitía mucho del espíritu de ese acontecimiento tan importante en la vida de la Iglesia. Monseñor Roberto fue un hombre con una mirada llena de esperanza, que no dejaba de percibir el más pequeño rayito de luz aún en las situaciones más oscuras y difíciles.

De allí vengo… pero la idea de este primer espacio que compartimos era presentarme, tanto para mis hermanos y hermanas en la fe como para los vecinos y vecinas del departamento al que ahora paso a pertenecer.

Yo nací en Río Negro, en la ciudad de Young. Mi padre, nieto de un emigrante francés, cuya esposa, según la tradición familiar era charrúa… mi padre era un hombre que conocía diferentes oficios, pero al que yo vi siempre dedicado a las bicicletas: armado, venta, reparación.

Mi madre, española de nacimiento, asturiana, llegó a Uruguay con 12 años. Nunca regresó a su tierra natal. Fue Nurse o, como se nombra hoy, licenciada en Enfermería y trabajó más de 40 años en Salud Pública. Soy el mayor de cuatro hijos. Tengo una hermana y dos hermanos.

En Young recibí mi educación primaria y secundaria. Recuerdo de niño haber vivido los festejos del bicentenario del nacimiento de Artigas. 1964: yo estaba en cuarto año de escuela.

Desde niño participé en la vida parroquial. El párroco de mi niñez fue el Padre Domingo Oviedo, de quien se debe acordar la gente de Los Cerrillos, pues fue allí donde él pasó los últimos años de su vida y de su servicio sacerdotal.

Terminado el Liceo me fui a Paysandú a estudiar magisterio. Participé en las Misiones Socio-pedagógicas, en las que los estudiantes visitábamos y prestábamos distintos servicios en escuelas rurales. De regreso en Young, comencé a trabajar en la enseñanza pública; primero en secundaria, como adscripto y luego en primaria. Estudié por esa época profesorado de historia, un poco a los ponchazos, con clases nocturnas en Paysandú. Vivíamos los años de la dictadura, con todas sus restricciones… en la parroquia de mi pueblo encontré un espacio de libertad, un lugar donde se respiraba otro aire y se nos abrían otros horizontes, que nos permitían soñar con un Uruguay diferente.

En esa vida parroquial, en la Pastoral Juvenil, en los encuentros con los sacerdotes fue naciendo mi vocación. Un llamado que sentía en mi interior y del que no hablaba con nadie, hasta que una pregunta de mi párroco lo hizo aflorar… y todo un proceso se desencadenó.

En 1980 ingresé al Seminario. Durante los primeros tres años fui los fines de semana a la parroquia de Paso Carrasco, donde estaba el Padre Lucio Escolar, con quien llegamos a tejer una amistad. Conocí allí a Monseñor Nuti, en una visita pastoral a la comunidad. Entre mis profesores de aquellos años estuvo Mons. Alberto Sanguinetti. También tuve formación en el Oficio Catequístico de Montevideo, cuyo director era Mons. Orlando Romero.

El 27 de septiembre de 1986 fui ordenado sacerdote en la parroquia de mi pueblo. Mi diócesis era la Diócesis de Salto, la más extensa del país. La fui conociendo de a poco, sobre todo por mi servicio como asesor de la Pastoral Juvenil. Como sacerdote empecé en Fray Bentos, ayudando a curas veteranos que me orientaron mucho en aquellos primeros tiempos. Estuve en las visitas al Uruguay de San Juan Pablo II, la segunda de las cuales culminó precisamente en Salto…

A comienzos de los 90, nuestro Obispo envió a algunos sacerdotes a hacer estudios en el exterior. A mí me tocó ir a Francia, con el apoyo de sacerdotes que habían estado en Young. Fue una experiencia muy marcante, no sólo por la formación académica, sino por el encuentro con una Iglesia diferente, con otros enfoques y acentos; con una rica historia y al mismo tiempo buscando resolver los problemas del tiempo presente.

De regreso, pronto me encontré como párroco en Sagrado Corazón de Paysandú. De esa parroquia y de la de Young me regalaron esta cruz que suelo llevar, que tiene al centro del Corazón de Jesús.

Siempre pienso que ese corazón está allí para recordarme las palabras de un santo muy querido por los sacerdotes diocesanos, san Juan María Vianney, el santo cura de Ars que decía: “Un buen pastor, un pastor según el Corazón de Dios, es el tesoro más grande que el buen Dios puede conceder a una parroquia, y uno de los dones más preciosos de la misericordia divina”.

Hoy, Obispo, cada día le pido al Padre Dios que me ayude a ser ese pastor según el corazón de su Hijo Jesucristo, ya no para una parroquia, sino para una comunidad más grande, que me pide ensanchar el corazón.

Después de once años de párroco, en 2003 llegó a mi vida otro llamado. San Juan Pablo II me nombró Obispo auxiliar de Salto. Fui así el colaborador inmediato de Mons. Daniel Gil Zorrilla y luego de Mons. Pablo Galimberti. Recorrí mucho la diócesis de Salto. Empecé por los rincones más alejados de los departamentos de Salto y Artigas, en los límites con Tacuarembó. Años después, viajando de Melo a Salto volví algunas veces a pasar por esa ruta, la 31, desde donde salían los caminos hacia los numerosos pueblitos, algunos de sonoros nombres guaraníes como Carumbé, Arerumguá… con sus pequeñas comunidades que recibían muy de tanto en tanto la visita de un sacerdote, pero que siempre se alegraban cuando llegaba.

En 2009, la sorpresa: Benedicto XVI me envió a Melo. Y allí marché, entre arachanes y olimareños. Desde el comienzo busqué visitar y conocer ese mundo fronterizo, nuevo para mí. Y así se fueron creando los vínculos que, bueno, no se van a borrar del corazón.

Y ahora… Canelones. Canelones, con el Uruguay en pandemia. De verdad, en pandemia. Cuántas dificultades, cuantos acontecimientos dolorosos… también con esperanzas en la vacunación, también con signos de solidaridad hacia quienes están sufriendo o pasando necesidades.

En medio de todo esto, la buena noticia sigue siendo Jesucristo.

Cuando lo contemplamos crucificado, vemos hasta dónde llega el amor de Dios por nosotros.

Cuando lo contemplamos resucitado, especialmente en este tiempo, vemos el horizonte de la vida eterna abierto para toda la humanidad. En la Pascua de Cristo se muestra la Pascua, el paso al que está llamada la humanidad entera: paso de la muerte a la vida, a la vida de Dios.

La vida eterna no es opio ni ilusión: es esperanza. La esperanza de resucitar con Cristo da sentido a la vida humana y a la historia. Nos da un fin que está más allá de nuestros mayores logros humanos: nada menos que compartir la vida divina, la vida misma de Dios.

Lo que más quisiera poder hacer en este momento sería salir a recorrer toda la diócesis, y encontrarme con su gente… Algo de eso se va a poder hacer, pero mucho más despacio, con toda la prudencia que hoy necesitamos. Por eso espero que, de esta forma, por estos medios de que disponemos hoy, podamos seguir encontrándonos.

Les agradezco su atención. Cuídense mucho, cuidémonos unos a otros.

Que el Señor los bendiga y hasta pronto, si Dios quiere.