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Mons. González Saracho: “Debemos rezar por el Papa Francisco, para que su mensaje llegue siempre claro y fuerte a todos, sin deformaciones”

By 03/04/2013abril 5th, 2013No Comments

En ocasión del 19 aniversario del fallecimiento del Siervo de Dios Mons. Álvaro del Portillo, fiel colaborador de san Josemaría Escrivá de Balaguer y primer sucesor al frente del Opus Dei, el Vicario Regional del Opus Dei en Uruguay, Mons. Carlos María González Saracho, presidió una Misa el 21 de marzo, en la Iglesia  María Auxiliadora de Montevideo.

En su homilía, Mons. González Saracho hizo memoria de la reacción de  Mons. del Portillo en  los comienzos de los pontificados de Juan Pablo I y Juan Pablo II.  Recordó, en este sentido, aspectos relacionados con la fe de don Álvaro en la persona del Santo Padre, “sea quien sea”, al tiempo que llamó a “rezar por el Papa Francisco, para que su mensaje llegue siempre claro y fuerte a todos, sin deformaciones”.

“Recuerdo en esos días iniciales de los pontificados de Juan Pablo I y de Juan Pablo II, la insistencia de don Álvaro en rezar mucho, mucho, por los colaboradores del Papa. Yo no entendía del todo esa insistencia, hasta que una vez me puso un ejemplo: ‘el Papa puede ser muy santo, con muchas condiciones de gobierno, pero si no recibe la información correcta, no puede tomar la decisión adecuada’”, compartió el Vicario Regional del Opus Dei en Uruguay.

Mons. González Saracho exhortó, asimismo, a “mirar el mundo, la Iglesia, nuestra vida, nuestro día con los ojos de la fe”.

 

Texto de la homilía de Mons. Carlos González Saracho

Mi alianza será una alianza eterna, y así yo seré tu Dios y el de tus descendientes”. En la primera Lectura hemos vuelto a escuchar esta promesa de Dios, de establecer con Abraham una alianza para siempre. Alianza que se renovó, confirmó y superó con Jesucristo, que, a su vez, constituyó un nuevo Pueblo sobre el que derramar sus bendiciones: la Iglesia, su Iglesia, la Iglesia de Jesucristo.

En el Salmo Responsorial hemos repetido: “El Señor se acuerda de su alianza”

En esta semana hemos tenido una demostración tremenda de estas palabras del Señor. Una demostración, que llenó los noticieros de todo el mundo, de esta historia de amor de Dios por los hombres, que inició con la Creación y sigue vigente hoy. La alianza está viva, porque la Iglesia está viva. El espectáculo del miércoles de la semana pasada con la Plaza de San Pedro llena de personas, muchísimos jóvenes, a las 8 de la noche, bajo la  lluvia, felices ante la elección de un Vicario de Cristo que aún (durante una hora) no sabían quién era, es una demostración de fe, que no podemos mirar con superficialidad, quedándonos en aspectos folklóricos. De lo contrario perdemos la visión completa, la visión realmente objetiva. Lo decía el Santo Padre, Francisco, a unos 6.000 periodistas, la semana pasada, refiriéndose al modo de hablar sobre los acontecimientos de la Iglesia:

Los acontecimientos eclesiales no son, ciertamente, más complicados que los políticos o económicos. Tienen sin embargo, una característica de fondo particular: responden a una lógica que no es principalmente la lógica de las categorías, por decirlo así, mundanas, y precisamente por esto no es fácil interpretarlas y comunicarlas a un público amplio y heterogéneo. La Iglesia aunque ciertamente es una institución humana e histórica, con todo lo que esto comporta, no tiene una naturaleza política, sino esencialmente espiritual: es el pueblo de Dios. El santo pueblo de Dios que camina hacia el encuentro con Jesucristo”.

Mirar el mundo, la Iglesia, nuestra vida, nuestro día con los ojos de la fe. Muchas, muchísimas cosas debemos agradecer a Benedicto XVI. Entre ellas, esos regalos que nos ha hecho con los 3 volúmenes sobre Jesús de Nazareth y un regalo que estamos viviendo: el  Año de la Fe.

Por esto, como estamos aquí reunidos para recordar la amable figura de don Álvaro, me gustaría detenerme en unos aspectos aparentemente (sólo aparentemente) muy pequeños, relacionados con la fe de don Álvaro en la persona del Santo Padre, “sea quien sea”, como le gustaba repetir.

Recuerdo que en 1978, “el año de los tres Papas” (Pablo VI, Juan Pablo I y Juan Pablo II), a los pocos días de ser elegido Albino Luciani, su figura simpática, sonriente, que rompía los moldes tradicionales del Pontificado causó un revuelo muy similar al de estos días con el Papa Francisco. De modo particular, todos los periodistas (incluso los de medios de comunicación habitualmente hostiles a la Iglesia) comentaban con entusiasmo sus gestos. En esos días, don Álvaro nos advirtió: “gracias a Dios, la actitud de todos los medios de comunicación ha sido muy benévola con el Santo Padre, pero debemos rezar porque pronto se acabará esta luna de miel con los medios de comunicación”. ¿Es que don Álvaro era pesimista? Todo lo contrario; pero sabía que el Papa es custodio de un depósito que debe proteger. Y, cuando lo hace, cuando defiende a la familia, a la dignidad humana (de todos, también los que todavía no nacieron o se encuentran en estado terminal), la indisolubilidad del matrimonio, comienzan los ataques intolerantes.

En el Evangelio que acabamos de escuchar vemos cómo se va progresivamente enrareciendo el clima (la opinión pública) en torno a Jesús, hasta la Pasión y Muerte que recordaremos en Semana Santa: es un ejemplo de esa intolerancia que mencionábamos.  Jesús explica que en Él se cumplen las promesas de Dios a Abraham. Y «los judíos le dijeron: «Ahora sí estamos seguros de que estás endemoniado» (…) «¿Acaso eres más grande que nuestro padre Abraham, el cual murió?» (…) «Todavía no tienes cincuenta años ¿y has visto a Abraham?» (…) Entonces tomaron piedras para apedrearlo, pero Jesús se escondió y salió del templo»…

Por esto, debemos rezar por el Papa Francisco, para que su mensaje llegue siempre claro y fuerte a todos, sin deformaciones.

También recuerdo de esos días iniciales de los pontificados de Juan Pablo I y de Juan Pablo II, la insistencia de don Álvaro en rezar mucho, mucho, por los colaboradores del Papa. Yo no entendía del todo esa insistencia, hasta que una vez me puso un ejemplo: “el Papa puede ser muy santo, con muchas condiciones de gobierno, pero si no recibe la información correcta, no puede tomar la decisión adecuada. Piensa en si el Nuncio de tu país no le informa bien de la situación de la Iglesia allí, las decisiones que el Papa tome o no tome, dependerán de esa información. Y esto a todos los niveles. Por eso debemos rezar para que elija bien a sus colaboradores”. Este consejo de don Álvaro tiene particular vigencia en estos primeros días de pontificado, por esto conviene que ofrezcamos sacrificios no sólo por la persona y las intenciones del Santo Padre, sino también para que tenga buenos colaboradores, que le apoyen con eficacia.

En esta línea de ejemplos de cariño filial, concreto, al Santo Padre, podemos recordar la actitud de don Álvaro después del atentado al Papa, en la plaza de San Pedro, el 13 de mayo de 1981, fiesta de la Virgen de Fátima. Acudió enseguida al Policlínico Gemelli, donde había sido internado. Desde el primer momento, nos insistió con fuerza en la necesidad de rezar y desagraviar. Durante todos aquellos días, procuró hacer a diario una escapada a San Pedro: recitaba una parte del rosario a la ida; un credo en la plaza -a veces, sin salir del auto-, con la mirada fija hacia la habitación del Santo Padre; otra parte del rosario en el regreso, y la tercera ya en la casa. Rezaba y hacía rezar por la salud del Papa.

Otra lección que aprendí de don Álvaro es que al Papa no se le puede querer o seguir por su “estilo”, su modo de ser o de moverse. En 1985, al pedir oraciones por uno de los viajes del Santo Padre, Juan Pablo II,  don Álvaro comentaba:

«-Vamos a estar muy unidos al Papa, sea quien sea. No importa que sea polaco o de la Cochinchina, que sea alto o bajo, joven o viejo: es el Padre común de los cristianos. Yo tengo más edad que el Papa y, a pesar de eso, desde el primer día que fue elegido, me he sentido hijo suyo. Lo mismo nos pasa a todos, por la fe que nos da Dios.»

En otra ocasión,  a finales de ese año, cuando surgieron  en parte de la prensa internacional  ataques al Papa, con motivo del Sínodo extraordinario convocado en el 20º aniversario del Concilio Vaticano II (ahora estamos recordando los 50 años de su convocatoria), nos animaba para que no tuviéramos complejos:

«-Hemos de continuar, como hasta ahora, bien unidos al Papa: a Juan Pablo II como a los anteriores y a los que vendrán después, porque el Papa es Cristo en la tierra. Nos dirán quizá que eso es papolatría… No nos importa nada. Tenemos el orgullo de sabernos hijos de Dios y también hijos del Papa, que es el Padre Común de los cristianos«.

Terminamos con una referencia a su oración continua por la paz y su devoción a la Virgen. Don Álvaro solía conservar durante unos días las estampas de la Virgen -en advocaciones variadísimas- que le regalaban durante sus viajes o que recibía en las cartas que le enviaban; dejaba una sobre su mesa de trabajo, como recordatorio para la presencia y el trato personal con Santa María, y las sustituía luego por otras. La última que tuvo en su amplio escritorio fue la estampa editada por la Santa Sede con motivo de la Jornada de oración por la paz en Bosnia.

Como sabemos, la muerte le sorprendió en marzo de 1994 al regreso de Tierra Santa. El 19 de marzo, unos días antes, había mantenido un encuentro  en Belén con  cristianos de varias confesiones, palestinos y hebreos, diplomáticos de varios países, y hasta un grupo de seminaristas alemanes que se encontraba durante esos días en Tierra Santa. Alguien le preguntó en árabe qué podían hacer los cristianos para contribuir a la paz, y para tener bien abiertos a los demás el corazón y los brazos:

«-Hay que querer a todos. Tú piensa que no tienes enemigos, aunque haya gente que te parece que se porta mal. Piensa en Jesucristo: murió en la Cruz, para salvar a todos, a toda la Humanidad sin excepción. Jesucristo no consideraba enemigo a nadie: amaba a todo el mundo«.

Con estas palabras de don Álvaro, tan unidas a la petición actual del Papa Francisco, acudimos a la Virgen María, Reina de la Paz y Madre de la Iglesia, para que nos proteja y guíe en nuestro caminar por la tierra, como le  gustaba repetir a San Josemaría “todos, con Pedro (el Papa Francisco) hacia Jesús, por María”.