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Mons. Daniel Sturla en los 100 años del Movimiento apostólico de Schoenstatt

By 12/09/2014septiembre 19th, 2014No Comments

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El jueves 21 de agosto, con motivo de la celebración de los 100 años del movimiento de Schoenstatt, el Arzobispo de Montevideo, Mons. Daniel Sturla, presidió la eucaristía en acción de gracias en la Catedral Metropolitana. La emotiva celebración contó nada menos que con el coro de los Niños cantores de la catedral de Friburgo. Mons. Sturla, ante una catedral colmada por fieles integrantes y simpatizantes del movimiento, embargados por sentimientos de gratitud y entusiasmo tuvo, en su homilía, sentidas palabras de agradecimiento.

El Arzobispo de Montevideo destacó la “hermosura” de este carisma de la Iglesia en que “la palabra Alianza ocupa un lugar central! Porque ésta es la realidad más profunda, no sólo de un movimiento, no sólo de la Iglesia, sino de la vida humana misma”. “Hemos sido hechos para la alianza, hemos sido hechos para la comunión con Dios, hemos sido creados para el amor. Y toda alianza… de amor, tiene este sentido verdadero si queda anclada en el corazón de un Dios que nos ha creado por amor, que nos ha creado para amar y que nos invita a ser parte de una alianza, de una amistad, porque al crearnos nos ha hecho capaces de amistad con él, capaces de Dios….”, puntualizó Mons. Sturla.

“¡Qué bueno saber que gente maravillosa no solamente vive una espiritualidad para solazarse en ella, una espiritualidad como motivo de crecimiento interior espiritual, sino que es un movimiento apostólico que supone salir, dejar la comodidad, entregarse, servir, servir a todos, servir en todo momento, pero servir de un modo especial a aquellos en los que se revela más el rostro de Cristo”, resaltó el Arzobispo aludiendo a la obra que el Movimiento realiza en el barrio Casabó de Montevideo.

“Schoenstatt no está para ser mirado y admirado sino para llevar en el corazón esta alianza de amor y hacerla vida en la entrega apostólica, para que muchos hermanos nuestros puedan conocer el amor de Dios y descubrir la ternura, la belleza y la fortaleza del amor de la Virgen Santísima”, enfatizó Mons. Sturla.


Homilía de Monseñor Daniel Sturla

¡Queridos amigos y hermanos, la catedral está vestida de fiesta en este día! Felicito de corazón a todos los integrantes de la Familia de Schoenstatt, al Padre Francisco y a tantos que acá a lo largo de muchos años han hecho presente este carisma en la Iglesia!

Y si uno felicita, también, podríamos decir… recibimos felicitaciones, porque un carisma de la Iglesia es un don del Espíritu Santo para todos y porque la vida del Padre Kentenich está marcada por este amor, como está escrito sobre su tumba: ¨Amó a la Iglesia¨.

Esta fiesta está también enriquecida por la presencia del Coro de Niños Cantores de la Catedral de Friburgo y de este otro coro del movimiento. Todo esto llena de alegría, de entusiasmo, de ganas de celebrar.
En el evangelio que escuchamos -el evangelio de las Bodas de Caná-, está la figura de María: la madre atenta a las necesidades de sus hijos.
La santísima Virgen percibe con ojos, pero sobre todo con corazón de Madre, que había una necesidad, una carencia, una dificultad. Y sabemos que el vino… no era solamente que faltaba la bebida, sino que faltaba la alegría que el vino simboliza. Faltaba aquello que unía en la fiesta. Faltaba la fiesta. Pero también el vino tiene una misteriosa relación que nosotros en cada eucaristía percibimos con claridad, con la sangre. De algún modo Caná de Galilea está relacionada con el calvario.

Este primer signo de Jesús, este adelantar la hora de Jesús, como dice el Señor protestándole a su madre, tendrá que ver con ¨la hora¨, esa hora definitiva en la cual el Señor al entregarnos hasta su última gota de sangre nos entrega también como herencia preciosa a su propia madre. ¨Mujer, ahí tienes a tu hijo; Hijo, ahí tienes a tu madre¨ y desde aquel día, dice el evangelio de Juan, el discípulo la recibió en su casa.
Y además se realiza este primer milagro de Jesús en el contexto de una boda, en la alegría de los jóvenes esposos. Y este carisma de Schoenstatt surge precisamente como un carisma de Alianza, como un pacto, como un pacto de Amor, como un pacto de Amor donde ha estado presente la Virgen Santísima, aquella que cuando aquel pequeño niño es entregado por su propia madre con muchísimo dolor en un orfanato, es consagrado por ella a la Virgen: ¨María te cuidará, María te protegerá, puedes confiar en María¨ y en esta: María te protege, en este niño que es confiado por su madre a la Virgen y en esta confianza de este niño, con una familia irregular, compleja, que se entrega a María y que descubre allí el cariño, la ternura, la cercanía de Dios a través del cariño y la ternura de la Virgen Santísima.

Y esta espiritualidad, que nace entre alegría y dolor, en una herida profunda en el corazón de un niño, pero de un niño que es capaz de abrirse al Amor de Dios, este carisma se irá desarrollando en la maduración de la vida del propio fundador hasta que llega ese 18 de octubre de 1914 donde se realiza la Alianza de Amor.
¡Qué hermosura que en este carisma de la Iglesia, la palabra Alianza ocupa un lugar central! Porque ésta es la realidad más profunda, no sólo de un movimiento, no sólo de la Iglesia, sino de la vida humana misma. Hemos sido hechos para la alianza, hemos sido hechos para la comunión con Dios, hemos sido creados para el amor. Y toda alianza… de amor, tiene este sentido verdadero si queda anclada en el corazón de un Dios que nos ha creado por amor, que nos ha creado para amar y que nos invita a ser parte de una alianza, de una amistad, porque al crearnos nos ha hecho capaces de amistad con él, capaces de Dios….

¡Y entonces nosotros podemos cantar el aleluya, adelantándonos con esta fiesta a los cien años del movimiento!
Y lo hacemos aquí en esta tierra que tiene particularidades con respecto a toda la espiritualidad de Schoenstatt, ya que aquí -en Nueva Helvecia- fue donde se construyó ese primer santuario, réplica del santuario original y que dio lugar también en ese sentido a un crecimiento del carisma.

En los años en que fui provincial salesiano, antes de ser nombrado obispo auxiliar, y como muchas veces tenía que ir para Mercedes, Salto y Paysandú, donde hay casas salesianas, siempre pasaba por Nueva Helvecia y entraba al Santuario de la Virgen. Y allí ponía mi vida, mi corazón, mis proyectos en manos de la Santísima Virgen, la Madre Admirable y estaba allí la estatua del Padre Kentenich. Y entonces ahí fui también entrando en ese misterio, para mí era pasar por un lugar mariano, pero de ese pasar por un lugar mariano, como me gusta pasar por otros santuarios, fue creciendo también en mí, en la buena acogida que recibía allí, el conocer un poquito más de esta espiritualidad.

Y después, en esos años, al ir a Chile, siendo el cardenal Errázuriz arzobispo de Santiago, escuché de él -era el tiempo en que había fallecido el cardenal Silva Enríquez, la relación especial de este arzobispo de Santiago con la historia del movimiento, con el fundador, con su rehabilitación…

Entonces también me impactó toda esa historia compleja, dura, llena de amor, pero de un amor que sabe de herida y de un amor a Dios y a la Iglesia que sabe de entrega sin medida.

Y en estos años el haber visto toda la fuerza que el movimiento pone en el barrio Casabó y con esa experiencia que comenzó humildemente como toda obra de Dios pero que ahora se ve concretizada en la realidad del liceo. Qué bueno!

Qué bueno saber que gente maravillosa no solamente vive una espiritualidad para solazarse en ella, una espiritualidad como motivo de crecimiento interior espiritual, sino que es un movimiento apostólico que supone salir, dejar la comodidad, entregarse, servir, servir a todos, servir en todo momento, pero servir de un modo especial a aquellos en los que se revela más el rostro de Cristo.

Leyendo en estos días un material del movimiento me llamó la atención uno que decía: Hay que sacar nuestro carisma de la vitrina ¡Qué bueno! ¡Claro que sí!

Schoenstatt no está para ser mirado y admirado sino para llevar en el corazón esta alianza de amor y hacerla vida en la entrega apostólica, para que muchos hermanos nuestros puedan conocer el amor de Dios y descubrir la ternura, la belleza y la fortaleza del amor de la Virgen Santísima.

La Iglesia espera sin duda mucho de ustedes porque hay un espíritu fuerte y firme, que quiere siempre, como todo lo que es renovación en la Iglesia, volver al origen, a la fuente y allí encontrar este niño con corazón herido, que es capaz de entregarse a la Virgen y entonces también nosotros, que tenemos gozos y penas, que tenemos alegría, pero que también tenemos las heridas del camino, poder entregarnos a María y desde María y con ella, poder servir cada vez más a la gente en la Iglesia. En esa Iglesia que el Padre José supo amar aún en el dolor y en la incomprensión.

Que para todos nosotros y de un modo especial para el Movimiento, estos cien años en todo el mundo pero también este tiempo aquí en el Uruguay, sea un momento de relanzamiento de fuerza apostólica. Vaya si lo necesitamos, impulsados por toda esta ola de simpatía que significa el Papa Francisco en la Iglesia de hoy, poder llegar a más y más y a muchos, sobre todo, hermanos nuestros que se han alejado de la práctica de la fe. Y acá entonces el movimiento puede hacer muchísimo y confío en que lo hará porque quiero, porque amo al Virgen y porque sé que ella los impulsará a una entrega cada día más plena y generosa.

Yo entonces con sencillez y alegría les digo: ¡Gracias! ¡Gracias al movimiento!
¡Gracias por lo que representa para la Iglesia en Uruguay y en Montevideo! ¡Gracias! […]

 Fuente: Quincenario «Entre Todos», Nº 337