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Mons. Cotugno oró para que las familias sean auténticas iglesias domésticas e invitó a acoger a los divorciados vueltos a casar

By 01/11/2013noviembre 15th, 2013No Comments

 

El domingo 20 de octubre, por razones climáticas, la Arquidiócesis de Montevideo no pudo realizar la procesión eucarística, pero los feligreses de la Iglesia Arquidiocesana se congregaron en la Parroquia Ntra. Sra. del Carmen (Cordón), donde celebraron la eucaristía, presidida por el Arzobispo, Mons. Nicolás Cotugno.

En su homilía, el Arzobispo de Montevideo pidió al Señor amar  “a los que tú amas y cómo tú los amas” y su ayuda para “hacer de nuestras familias auténticas iglesias domésticas, pequeñas iglesias de la casa, integradas a la arquidiócesis, la casa de la gran familia de la iglesia”.

Mons. Cotugno pidió, asimismo al Señor, “entrañas de misericordia para abrir nuestros brazos y nuestros corazones en nuestra iglesia a todos nuestros hermanos, de una forma particular a quienes después de haber consagrado su amor delante de tu altar, han formado otros hogares”. “Ayúdanos a comprenderlos, a acompañarlos y a hacerles sentir que tú Señor y tu iglesia los siguen amando, con todos sus límites, como miembros queridos de tu familia”, rogó Mons. Cotugno.

El Arzobispo se refirió a la bendición de la Capilla del Liceo jubilar y aseguró que “el éxito del Jubilar se deba a Cristo presente en él como el maestro, el educador, el liberador. es así que toda la comunidad educativa se transforma en la expresión de esa iglesia que por naturaleza es madre, que educa y da vida”.

Texto de la homilía de Mons. Nicolás Cotugno

CELEBRAMOS LA FE

Como Iglesia arquidiocesana estamos delante de Cristo Eucaristía. Los ojos ven una hostia y nos dicen que es un pedazo de pan. La fe nos grita que es Jesús, el Señor, el Resucitado que cumple la promesa de estar siempre con nosotros hasta el fin del mundo.

Resuenan en nuestros corazones las palabras de Jesús: “Felices los que crean sin haber visto” ¡Queremos ser felices, Señor! ¡Robustece y acrecienta nuestra fe para que podamos creer sin ver!

A lo largo de este año dedicado a la fe nos propusimos ahondar en ella conmemorando los 50 años del inicio del Concilio Ecuménico Vaticano II y recordando los 20 años de la publicación del Catecismo de la Iglesia Católica.

 En la homilía de la Misa de la Virgen de Fátima del 13 de octubre pasado, el Papa Francisco decía: «Lo que ha ocurrido en la Virgen Madre de manera única, también nos sucede a nosotros a nivel espiritual cuando acogemos la Palabra de Dios con corazón bueno y sincero y la ponemos en práctica. Es como si Dios adquiriera carne en nosotros. Él viene a habitar en nosotros, porque toma morada en aquellos que le aman y cumplen su Palabra«.

Y un poco más adelante: «¿Pensamos que la encarnación de Jesús es sólo algo del pasado, que no nos concierne personalmente? Creer en Jesús significa ofrecerle nuestra carne, con la humildad y el valor de María, para que él pueda seguir habitando en medio de los hombres; significa ofrecerle nuestras manos para acariciar a los pequeños y a los pobres; nuestro pies para salir al encuentro de los hermanos; nuestros brazos para sostener a quien es débil y para trabajar en la viña del Señor; nuestra mente para pensar y hacer proyectos a la luz del Evangelio; y, sobre todo, ofrecerle nuestro corazón para amar y tomar decisiones según la voluntad de Dios. Todo esto acontece gracias a la acción del Espíritu Santo. Y así somos instrumentos de Dios para que Jesús actúe en el mundo a través de nosotros«.

Sólo Jesús, Dios hecho hombre, podía crear la eucaristía para hacer milagrosamente realidad su presencia personal entre nosotros.

El se queda para hacernos sus discípulos-misioneros, juntos, todos y siempre, enviándonos como testigos de su amor en el mundo.

Es y será siempre nuestro buen pastor, que nos conduce por los caminos de este mundo, en el continente latinoamericano, en el Uruguay, en la ciudad de Montevideo, en nuestra capital.

Por eso, Jesús, aquí presente entre nosotros, en esta Plaza Matriz, frente a nuestra Iglesia Catedral, signo de tu Iglesia, a través de su pastor con toda la comunidad eclesial te suplica:

Sigue caminando con nosotros como lo hiciste con los discípulos de Emaús y parte con nosotros el pan, tu pan, para que nos seduzca el perenne y cotidiano milagro de tu resurrección y lo gritemos con toda nuestra vida, sembrando en el mundo esperanza,  libertad, paz, alegría, amor.

Aliméntanos con tu cuerpo, para que, llamados a ser santos e inmaculados en tu presencia, formemos un solo cuerpo, un solo pueblo, una sola familia: la familia de los hijos de Dios, los que nos hemos alimentado con un solo pan.

Embriáganos con tu sangre a los que bebemos del mismo cáliz para que tu Espíritu Santo sea nuestro espíritu y clame en nuestro corazón Abbá-Padre.

Divinízanos con el fuego de tu amor que nos haga amar lo que tú amas, a los que tú amas y cómo tú los amas. ayúdanos  a hacer de nuestras familias auténticas iglesias domésticas, pequeñas iglesias de la casa, integradas a la arquidiócesis, la casa de la gran familia de la iglesia.

Danos entrañas de misericordia para abrir nuestros brazos y nuestros corazones en nuestra iglesia a todos nuestros hermanos, de una forma particular a quienes después de haber consagrado su amor delante de tu altar, han formado otros hogares. Ayúdanos a comprenderlos, a acompañarlos y a hacerles sentir que tú Señor y tu iglesia los siguen amando, con todos sus límites, como miembros queridos de tu familia.

Ilumínanos con tu palabra para que encontremos el camino que nos lleve a perder nuestra vida encontrándola por ti en nuestros hermanos más pobres y marginados.

COMPARTIMOS  EL  PAN

Dice Jesús: “Yo soy el pan de vida. Quien come mi carne y bebe mi sangre no tendrá más hambre”

No podemos dejar de preguntarnos siempre: “¿Qué es esto de comer la carne y beber la sangre de Cristo”? La mayoría de los que escucharon a Jesús que decía esas palabras se fueron. Nosotros, como los apóstoles, nos quedamos. Estamos aquí. ¿Por qué? Pienso que también nosotros, como los apóstoles, le respondemos a Jesús: “Maestro, ¡Tú sólo tienes palabras de vida eterna!”. ¡¡¡CREEMOS EN TI!!!

Uno de los más grandes teólogos de la Iglesia, y santo, Santo Tomás de Aquino, se había planteado esta pregunta. Y ¿cómo respondió? Visus, tactus, gustus, in te fallitur, sed auditu solo tuto creditur. Jesu quem velatum nunc adspicio. oro fiat illud quod tam sitio. Credo quidquid dixit dei filius. Nihil hoc verbo veritatis verius.

Este pan es tu Cuerpo entregado, inmolado. Este vino es tu Sangre derramada, sacrificada. Cuerpo y sangre entregado e inmolada son el signo de tu amor infinito por cada uno de nosotros y por toda la humanidad de todos los tiempos. Comer tu carne inmolada y beber tu sangre derramada es compartir tu amor por todos nosotros, tu familia humana hecha partícipe de tu naturaleza divina, de tu familia trinitaria. Nos lo diste todo. Y para siempre. Comemos tu carne, compartimos el pan: estamos llamados a entregarnos con todo nuestro ser a nuestros hermanos para poder entregarnos totalmente a ti y ser uno contigo como tú eres uno con el padre.

Por otro lado, Aparecida nos abre al reto fundamental:

Aquí está el reto fundamental que afrontamos: mostrar la capacidad de la Iglesia para promover y formar discípulos y misioneros que respondan a la vocación recibida y comuniquen por doquier, por desborde de alegría y de gratitud, el don del encuentro con Jesucristo. No tenemos otro tesoro que este. No tenemos otra dicha y prioridad que ser instrumento del Espíritu de Dios, en Iglesia, para que Jesucristo sea encontrado, seguido, amado, adorado, anunciado y comunicado a todos, no obstante las dificultades y resistencias. Este es el mejor servicio – ¡su servicio! – que la Iglesia tiene que ofrecer a las personas y a las naciones” (Cfr EN 1)” (DA 14).

El Papa Benedicto XVI ya nos decía al respecto al inaugurar la V Conferencia del Episcopado, en Aparecida:

“El encuentro con Cristo en la Eucaristía suscita el compromiso de la evangelización y el impulso a la solidaridad: despierta en el cristiano el fuerte deseo de anunciar el Evangelio y de testimoniarlo en la sociedad para que sea más justa y humana. De la Eucaristía ha brotado a lo largo de los siglos un inmenso caudal de caridad, de participación en las dificultades de los demás, de amor y de justicia. ¡Sólo de la eucaristía brotará la civilización del amor, que transformará Latinoamérica y el Caribe para que, además de ser el continente de la esperanza, sea también el continente del amor!”

Cuanto pan ha pasado por las manos de los discípulos del Señor a lo largo de los siglos – cosa que se está dando también en el hoy de nuestra historia – para satisfacer el hambre de pan de tantos que no lo tienen o no lo tienen a suficiencia. Papa Francisco no se cansa de denunciar la vergüenza de un mundo en el que un ser humano sobre ocho pasa hambre y pide traducir el consumismo en solidaridad, como acaba de reiterar en la audiencia del miércoles pasado frente a una plaza San Pedro colmada de peregrinos.

Cuando hablamos de pan, evidentemente lo primero que entendemos por pan es el pan de trigo que sacia el hambre. Pero hay también otros panes que hacen a la vida del ser humano, como el pan de la salud, de la amistad, de la justicia, del descanso, del trabajo. Quisiera referirme al pan de la educación. Antes que nada para dar gracias al Señor que nos ha permitido a lo largo de nuestra historia, como Iglesia en el mundo, en América Latina, en Uruguay, en nuestra Montevideo, partir el pan de la educación. No se si hay algún Departamento en Nuestro Uruguay, en el que no haya algún ex – alumno de los Talleres de don Bosco que no haya abierto una pequeña empresa de carpintería, de mecánica automotriz, de tornería; o de algún ex – alumnos de la tan recordada Escuela Agrícola Jackson que no esté trabajando en el interior en su campo o en su chacra. Imagínense lo que sería si tuviera que mencionar a los ex – alumnos de todas nuestras escuelas católicas…

Pero nuestro compartir el pan, desde esta nuestra celebración de la fe en la Eucaristía, adquiere hoy una significación del todo particular: efectivamente, pasado mañana, 22 de octubre, tendré la gran alegría de bendecir e inaugurar la Capilla Juan Pablo II (dentro de poco declarado ¡SANTO!) en el Liceo Jubilar dedicado a él. Ahí se armonizan estupendamente FE EN LA EUCARISTÍA y COMPARTIR EL PAN. Vaya pan: todos los días comen (escriben los diarios La República  y El País del jueves 17 de la semana pasada) 276 alumnos de aproximadamente 400 estudiantes) desayuno, almuerzo y merienda en un nuevo y lindo comedor con una nueva y linda cocina.

Gracias a la gran y proverbial generosidad de doña Elvira Salvo, que en paz descanse, que a menudo me pedía que la acompañara a visitar el Liceo Jubilar, se pudo edificar la capilla que vamos a bendecir e inaugurar oficialmente celebrando en ella para todo el Liceo la Eucaristía, la Santa Misa.

Me hace recordar lo que hizo Jesús cuando dijo a los apóstoles: denles Uds. de comer…Y el buen Felipe: Y de dónde?…Comieron pan y pescado más de 5000 hombres sin contar mujeres y niños. Y sobraron 7 canastos. Pero después se fue a CAFARNAUN donde habló de la necesidad de comer el Pan bajado del cielo para la vida del mundo, es decir su cuerpo y su sangre, la Eucaristía.

No se me asoma la menor duda al afirmar que el éxito del Jubilar se deba a Cristo presente en él como el maestro, el educador, el liberador. es así que toda la comunidad educativa se transforma en la expresión de esa iglesia que por naturaleza es madre, que educa y da vida. Es significativo que la primera directora del jubilar, en sus comienzos, hace 12 años, haya sido una mujer consagrada a Dios que regó con inmensa fe en Dios y amor a los chicos la semilla de la fe y del amor echada en el campo. Y sí, porque como decía mi queridísimo Don Bosco: la educación es toda obra del corazón.

Quise hacer mención a esta realidad, y habría muchísimas más, consciente que al decir ‘muchísimas más’ no exagero, para destacar que en la práctica de nuestra acción evangelizadora es realmente posible alcanzar el objetivo que ya el Siervo de Dios el Papa Pablo VI nos proponía en su Exhortación apostólica sobre la evangelización Evangelii nuntiandi en la que escribe:

“Nos alegramos de que la Iglesia tome una conciencia cada vez más viva de la propia forma, esencialmente evangélica,  de colaborar a la liberación de los hombres. Y ¿qué hace?  Trata de suscitar cada vez más numerosos cristianos que se dediquen a la liberación de los demás. A esos cristianos “liberadores” les da una inspiración de fe, una motivación de amor fraterno, una doctrina social a la que el verdadero cristiano no sólo debe prestar atención sino que debe ponerla como base de su prudencia y de su experiencia para traducirla en categorías de acción, de participación y de compromiso. Todo ello, sin que se confunda con actitudes tácticas ni con el servicio a un sistema político, debe caracterizar la acción del cristiano comprometido.

La Iglesia se esfuerza por inserir siempre la lucha cristiana por la liberación en el designio global de salvación que ella misma anuncia. Esperamos que todas estas consideraciones puedan ayudar a evitar la ambigüedad que reviste frecuentemente la palabra “liberación” en las ideologías, los sistemas o grupos políticos. La liberación que proclama y prepara la evangelización es la que Cristo mismo ha anunciado y dado al hombre con sus sacrificio” (EN 38).

Bendito sea el Papa Bendito XVI quien en el año 2009, en la fiesta del Corpus Christi en Roma proclamaba estas estupendas palabras: “con la eucaristía el cielo viene a la tierra, el mañana de Dios desciende al presente y el tiempo es como abrazado por la eternidad divina”. También recordaba lo que San Juan María Vianney amaba decir a sus parroquianos: “Vengan a la comunión…Es verdad que no son dignos de ella, pero la necesitan”.

Por último, quiero hacer mío el saludo y las palabras que Benedicto XVI dirigía, en la misma celebración, a los sacerdotes. Me lo van a permitir puesto que sin ellos no hay Eucaristía:

Me dirijo particularmente a ustedes, queridos sacerdotes, que Cristo ha elegido para que junto con Él puedan vivir su vida como sacrificio de alabanza por la salvación del mundo. Sólo de la unión con Jesús pueden obtener esa fecundidad espiritual que es generadora de esperanza en su ministerio pastoral. Recuerda San León Magno que ‘nuestra participación en el cuerpo y la sangre sólo tiende en volvernos en aquello que recibimos’ (Sermón 12, De Passione 3, 7; PL 54). Si ello es verdad para cada cristiano, lo es con mayor razón para nosotros los sacerdotes. ¡Ser Eucaristía! Que éste sea, precisamente, nuestro constante anhelo y compromiso, para que al ofrecimiento del cuerpo y de la sangre del Señor que hacemos en el altar, se acompañe el sacrificio de nuestra existencia. Cada día, tomamos del Cuerpo y de la Sangre del Señor aquel amor libre y puro que nos hace dignos ministros de Cristo y testigos de su alegría. Es lo que los fieles esperan del sacerdote: el ejemplo, es decir, de una auténtica devoción a la Eucaristía; aman verlo transcurrir largas pausas de silencio y de adoración ante Jesús, como hacía el santo Cura de Ars, que vamos a recordar, de forma particular, durante el ya inminente Año Sacerdotal”.

Quisiera invitarlos a elevar nuestro pensamiento y nuestro corazón a  María, la mujer eucarística, para pedirle que nos haga a todos, la Iglesia de Montevideo Testigos de Cristo juntos, todos y siempre:

 “Que el Espíritu Santo, por intercesión de la Santísima Virgen María, encienda en nosotros el mismo ardor que sintieron los discípulos de Emaús (Cfr Lc 24, 13-35), y renueve en nuestra vida el asombro eucarístico por el resplandor y la belleza que brillan en el rito litúrgico, signo eficaz de la belleza infinita propia del misterio santo de Dios. Aquellos discípulos se levantaron y volvieron de prisa a Jerusalén para compartir la alegría con los hermanos y hermanas en la fe. En efecto, la verdadera alegría está en reconocer que el Señor se queda entre nosotros, compañero fiel de nuestro camino. La Eucaristía nos hace descubrir que Cristo muerto y resucitado, se hace compañero nuestro en el misterio de la Iglesia, su Cuerpo. HEMOS SIDO HECHOS TESTIGOS de este misterio de amor. Deseemos ir llenos de alegría y admiración al encuentro de la santa Eucaristía, para experimentar y anunciar a los demás la verdad de la palabra con la que Jesús de despidió de sus discípulos: ‘Yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin del mundo’ (Mt 28,20)” (97).

 Recibimos ahora la bendición de Cristo Eucaristía. Le pedimos a María, la Virgen de losTreinta y Tres que nos conceda su docilidad de discípula para recibir la Palabra y poder ser – dóciles a la acción del Espíritu Santo – misioneros-testigos, para que la eucaristía celebrada con fe y el pan compartido por todos y por todas haga de nuestra Iglesia de Montevideo una Iglesia en perenne estado de misión, a fin de que nuestros hermanos tengan vida y vida en abundancia.

 +Nicolás Cotugno, sdb
ARZOBISPO DE MONTEVIDEO

 En base a crónica publicada en Quincenario «Entre Todos» N° 316