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Todo está conectado, no hay una crisis ambiental y otra social, afirman participantes de Encuentro de Diócesis de Frontera

By 12/05/2016mayo 13th, 2016No Comments
Foto de El Litoral

Foto de El Litoral

Con la participación de alrededor de 100 delegados de 18 Diócesis de Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay, se celebró del 9 al 11 de mayo, en Paso de la Patria (Argentina) el 31º Encuentro de Diócesis de Frontera sobre el cuidado del medioambiente, con la mirada puesta en la encíclica “Laudato Si”, del Papa Francisco.

De Uruguay participaron el Obispo Mons. Julio Bonino, junto a sacerdotes y laicos de las Diócesis de Tacuarembó y de Salto.

En su mensaje final, los asistentes reafirmaron que,  “interpelados y alentados por el Encíclica ´Laudato Sí`, sobre el cuidado de la Casa Común (…)  todo está conectado y que no hay dos crisis separadas, una ambiental y otra social, sino una sola y compleja crisis socio-ambiental”.

En este sentido, instan a que, además de reflexionar sobre las dimensiones humanas y sociales de la ecología integral, se asuma “el urgente desafío de la dimensión pastoral que nos compete específicamente”.

Aclaran que “para que esa dimensión pastoral tenga una proyección testimonial y profética” hay que “estar dispuestos todos a cambiar modos de pensar y hábitos muy arraigados, que nos hacen cómplices del maltrato al ambiente que nos rodea (a modo de ejemplo: mega proyectos de producción, sobre-explotación del Acuífero Guaraní, planes nucleares, proyectos de fracking, de minería metalífera a cielo abierto, de mega represas y otros)”. Al mismo tiempo, los participantes valoran ¨las distintas iniciativas y experiencias de cada lugar que nos abren a la esperanza que es posible un cambio”.

De la misa de clausura participaron 12 obispos y la celebración estuvo presidida por el obispo uruguayo.

Mons. Bomimo

31º Encuentro de Diócesis de Frontera

Paso de la Patria, 11 de mayo de 2016
Participantes de los siguientes países y diócesis:
Argentina: Diócesis de Concordia, Corrientes, Formosa, Goya, Gualeguaychú, Oberá, Resistencia y Santo Tomé.
Brasil: Diócesis de Bagé, Chapecó, Pelotas, Santo Ângelo y Uruguaiana.
Paraguay: Diócesis de Asunción, Ciudad del Este y Encarnación.
Uruguay: Diócesis de Salto y Tacuarembó.

Mensaje Final

“Los vecinos se encuentran para reflexionar y compartir sobre los distintos aspectos de una ecología integral que incorpore las dimensiones humanas, sociales y pastorales para nuestra región y la vida de nuestros pueblos. (cf. LS 137)”.

Agradecidos a Dios porque convocados como pueblo de hijos y de hermanos en Jesús, hemos concluido nuestro encuentro anual de vecinos de frontera. Nos hemos reunido en Paso de la Patria, a orillas del Paraná, lugar donde se dio uno de los primeros encuentros entre el hombre europeo y los pobladores originarios de estas costas. Lugar de encuentro pacífico, fraterno y hospitalario, expresión de la forma sencilla en que ellos vivían y la veneración que profesaban hacia la naturaleza y la madre tierra. Así, los vecinos nos reconocemos hermanos, sentimos por un momento que la frontera se diluye y se descorre el velo, revelando la verdadera identidad de nuestra condición humana: una sola familia con la hermosa tarea de cuidarnos unos a otros y hacernos cargo juntos de nuestra “Casa Común”.

Ante la falta de una toma de conciencia colectiva y la preocupación por la progresiva degradación y amenaza de nuestro planeta y del ser humano, como parte integral del ecosistema planetario, asumimos la complejidad de la situación que nos involucra a todos. Interpelados y alentados por el Encíclica “Laudato Sí”, sobre el cuidado de la Casa Común, reafirmamos que todo está conectado y que no hay dos crisis separadas, una ambiental y otra social, sino una sola y compleja crisis socio-ambiental. Por cuanto, está bien que además de reflexionar sobre las dimensiones humanas y sociales de la ecología integral, asumamos también el urgente desafío de la dimensión pastoral que nos compete específicamente.

La dimensión pastoral, iluminada desde la fe en la Palabra de Dios y la tradición cristiana, como aportación a la reflexión sobre el cuidado de la Casa Común, y como opción de la calidad de las acciones que debemos emprender para hacer efectivo ese cuidado, es una contribución necesaria que nos corresponde dar a los creyentes. La “piedra de toque y la llave de oro” de la ecología de Jesús es la bienaventuranza de la mansedumbre: Bienaventurados los mansos porque tendrán acceso a la tierra (Mt 5,4). “Ñandejára ñe’e guive jareko peteĩ tekove ha jahechakūa’a oñondivepa”. Ésta mirada de Jesús y su Evangelio sobre la realidad, tiene consecuencias en nuestra forma de pensar, de sentir, de vivir y de actuar (austeridad y responsabilidad de consumo, trabajo mancomunado en redes, criterios para la decodificación de los mensajes publicitarios, una participación proactiva, una mayor conciencia ciudadana). “Porque no será posible comprometerse en cosas grandes solo con doctrinas sin una mística que nos anime, sin unos móviles interiores que impulsan, motivan, alientan y dan sentido a la acción personal y comunitaria” (LS 216).

Para que esa dimensión pastoral tenga una proyección testimonial y profética, tenemos que estar dispuestos todos a cambiar modos de pensar y hábitos muy arraigados, que nos hacen cómplices del maltrato al ambiente que nos rodea (a modo de ejemplo: mega proyectos de producción, sobre-explotación del Acuífero Guaraní, planes nucleares, proyectos de fracking, de minería metalífera a cielo abierto, de mega represas y otros), y también al propio cuerpo y al cuerpo de nuestros hermanos y hermanas, sobre todo de los más pobres y desheredados de bienes y derechos fundamentales. Nos hace falta –advierte el papa Francisco– “una conversión ecológica, que implica dejar brotar todas las consecuencias de nuestro encuentro con Jesucristo en las relaciones con el mundo que nos rodea” (LS 217). Lo cual demanda una “sana relación con lo creado como una dimensión de la conversión íntegra de la persona. Esto implica también reconocer los propios errores, pecados, vicios o negligencias, y arrepentirse de corazón, cambiar desde adentro” (LS 218).

Afortunadamente, esa transformación es posible porque, como afirma San Pablo, “Bendito sea Dios, el Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha marcado con un sello por el Espíritu Santo prometido. Ese Espíritu prepara la redención del pueblo que Dios adquirió para sí, para alabanza de su gloria” (Cf. Ef 1, 3-14). Valoramos las distintas iniciativas y experiencias de cada lugar que nos abren a la esperanza que es posible un cambio. Eso lo celebramos gozosos porque contemplamos que se va haciendo realidad en la historia, y a la vez misión, en la que estamos embarcados nosotros. Donde el hombre es parte integral de la naturaleza, tiene la responsabilidad de interactuar con ella como hombre y de usarla sin perder de vista la dignidad humana ni la dignidad de la naturaleza.

Encomendamos nuestra región y la vida de nuestros pueblos, a las manos de María nuestra Madre. Que ella nos enseñe a ser discípulos misioneros de su Hijo Jesús para quienes las fronteras geográficas construidas por los hombres, son una tarea urgente para convertirlas en vías de intercambio solidario, en puentes de amistad y con el compromiso firme de buscar juntos los modos más fraternos, más justos y eficaces de cuidar nuestra Casa Común.