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“La felicidad se encuentra cuando nos decidimos a conformarnos con la Cruz”: Mons. Jaime Fuentes en la ordenación sacerdotal de Nicolás Gastaldi

By 14/09/2019No Comments

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El Obispo de Minas, Mons. Jaime Fuentes, el Domingo 8 de setiembre  ordenó sacerdote a Nicolás Gastaldi,  de 32 años de edad, quien servirá a la Iglesia que peregrina en esa Diócesis.

La ordenación sacerdotal tuvo lugar en la Catedral de Minas, que albergó a familiares, amigos, sacerdotes de la Diócesis de Minas y de otras e integrantes de la comunidad diocesana.

Al inicio de su homilía, el Obispo citó un pasaje del libro de la Sabiduría proclamado ese Domingo: “¿Qué hombre conocerá el designio de Dios?, o ¿quién se imaginará lo que el Señor quiere?”, y  afirmó que “es realmente un divino misterio la santa voluntad de Dios: a veces nos sorprende por lo inesperada o porque humanamente no encontramos las palabras precisas para referirnos a ella”. El Obispo relacionó la cita bíblica a la llamada vocacional de Gastaldi: “Ciertamente, el Espíritu Santo ha sido enviado desde el Cielo y es el protagonista de nuestra celebración: es Él quien un día te llamó, Nico, sorprendiéndote por completo. Recuerdo bien que aún te duraba la sorpresa cuando hace más de cinco años, sin conocerte, viniste a verme para decirme: ‘Tengo un problema de vocación´…”.

Luego de contar entretelones del discernimiento vocacional del flamante sacerdote, y de explicar que “al obispo le corresponde el trabajo de discernir, de reconocer si un llamado que parece de Dios es genuino”, Mons. Fuentes se refirió, luego, a la formación de Nicolás en el seminario de Bidasoa (España): “Te enseñaron a querer a la Iglesia con obras y de verdad; aprendiste qué quiere decir ser sacerdote y solamente sacerdote; te formaste en la doctrina y en la piedad; en el amor a Jesucristo realmente presente en la Eucaristía y en el amor a cada uno de los sacramentos, en los cuales se manifiesta el Espíritu Santo y de que ahora serás ministro”.

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“Gracias Nico, porque dejaste bien alto en la Universidad el pabellón uruguayo, sacando las mejores calificaciones; gracias también porque formaste parte del equipo de fútbol `de los curas’, del seminario, que en este curso pasado ganó el campeonato de fútbol de la universidad”, acotó el Pastor.

Mons. Fuentes destacó, asimismo, en su homilía, los ejemplos y enseñanzas “que te acompañarán siempre” que el Pbro. Gastaldi recibió en el seno familiar:

Profundizando en el Evangelio proclamado, el Obispo le dijo al nuevo sacerdote que Jesús “recuerda que seguirlo es estar dispuesto a cargar con la cruz de cada día…”. “De entrada, oímos hablar de cruz y sentimos la tentación de esquivarla…Tú sabés bien, Nico, que precisamente la felicidad se encuentra cuando nos decidimos a conformarnos con la Cruz, es decir, a hacernos a la forma de la Cruz. Y aprendiste a no esquivarla, sino a buscarla y abrazarla cada vez que de mil maneras se te presente: entonces no te olvides que el sacerdote está siempre en el candelero, que te juzgarán por tus palabras y por tus actos, que probablemente te llegarán críticas inesperadas; que vas a tener que cuidar que esté lleno el depósito de tu paciencia y de tu sonrisa… No pierdas el buen humor, ese don tan importante que Dios te dio”.

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“Cuando nos abandonamos en las manos de Dios, es frecuente que Él permita que saboreemos el dolor, la soledad, las contradicciones, las calumnias, las difamaciones, las burlas, por dentro y por fuera: porque quiere conformarnos a su imagen y semejanza, y tolera también que nos llamen locos y que nos tomen por necios”, destacó el Obispo de Minas citando a San Josemaría Escrivá y le aconsejó al joven sacerdote ante la eventualidad de dichas circunstancias “acercarse más a Jesús y a su Madre Santísima”.

“A partir de ahora, Nico, tus esfuerzos se concretarán, sobre todo, en la ilusión grande que ya sabemos que tenés: confesar a mucha gente, acercarlos a la fuente de la vida divina, la gracia de Dios, que se vuelca sin medida en el sacramento de la Penitencia”, le dijo Mons. Fuentes al flamante sacerdote.

Texto de la Homilía de Mons. Jaime Fuentes 

¿Qué hombre conocerá el designio de Dios?, o ¿quién se imaginará lo que el Señor quiere? Así comienza el pasaje del libro de la Sabiduría que se nos ofrece en este Domingo. Es realmente un divino misterio la santa voluntad de Dios: a veces nos sorprende por lo inesperada o porque humanamente no encontramos las palabras precisas para referirnos a ella. Cuánta razón tiene el autor del libro cuando continúa dialogando con Dios y le pregunta: ¿quién conocerá tus designios, si tú no le das sabiduría y le envías tu Santo Espíritu desde lo alto?

Ciertamente, el Espíritu Santo ha sido enviado desde el Cielo y es el protagonista de nuestra celebración: es Él quien un día te llamó, Nico, sorprendiéndote por completo. Recuerdo bien que aún te duraba la sorpresa cuando hace más de cinco años, sin conocerte, viniste a verme para decirme: “Tengo un problema de vocación”…

¿Quién conocerá tus designios, Señor?… En efecto, como no te conocía, menos podía conocer qué quería Dios de ti. Por eso te invité a venir a Minas, para conocerte. Fuiste al último cuarto del palacio episcopal, el más frío de todos, porque los otros estaban ocupados por tres sacerdotes polacos, dos de ellos están aquí…

El problema de vocación, la llamada de Dios, nada menos, que habías sentido en una peregrinación a Salta, se fue aclarando… Al obispo le corresponde el trabajo de discernir, de reconocer si un llamado que parece de Dios es genuino… Es el obispo el que tiene que invocar al Espíritu Santo: porque ¿cómo conocerá tus designios, si tú no le das sabiduría y le envías tu Santo Espíritu desde lo alto?…

De manera que un día le hizo al candidato la propuesta de ir a estudiar a un seminario internacional, en la Universidad de Navarra, en España. ¿Por qué? Porque la convivencia con cien seminaristas de Oceanía, de Asia, de Africa, de Europa y América sería un enriquecimiento muy grande: aprenderías a conocer y a amar la catolicidad de la Iglesia, con todos sus matices.

Gracias a Dios, así fue. En el seminario Bidasoa te enseñaron a querer a la Iglesia con obras y de verdad; aprendiste qué quiere decir ser sacerdote y solamente sacerdote; te formaste en la doctrina y en la piedad; en el amor a Jesucristo realmente presente en la Eucaristía y en el amor a cada uno de los sacramentos, en los cuales se manifiesta el Espíritu Santo y de que ahora serás ministro.

Gracias Nico, porque dejaste bien alto en la Universidad el pabellón uruguayo, sacando las mejores calificaciones; gracias también porque formaste parte del equipo de fútbol “de los curas”, del seminario, que en este curso pasado ganó el campeonato de fútbol de la universidad. El P. Ignacio colaboró en el triunfo, es de justicia decirlo.

Por lo que se refiere a la vocación, en el Evangelio de la Misa de hoy, Jesús  nos sale al encuentro con una advertencia bien clara: ¿quién de ustedes, si quiere construir una torre, no se sienta primero a calcular los gastos, a ver si tiene para terminarla? No sea que, si echa los cimientos y no puede acabarla, se pongan a burlarse de él los que miran, diciendo:
“Este hombre empezó a construir y no pudo acabar”. Durante tus años de seminario, en tantos ratos de oración y con la ayuda de tus formadores, pudiste clarificar tu vocación y, profundizando los cimientos en la única roca, que es Cristo, asentaste el edificio sacerdotal que hoy vas a empezar a levantar.

Pero hay que agregar algo muy importante. Si hablamos del seminario y de los cimientos del edificio, antes es obligado referirnos al terreno que Jesús eligió para edificar el sacerdocio. Este terreno lo prepararon a conciencia tus padres y tus hermanos, tu familia. En ella fue donde recibiste ejemplos y enseñanzas de vida que te acompañarán siempre; gracias a ellos, a tus padres en primer lugar y a tus hermanos, que rezaron mucho durante estos cinco años y lo seguirán haciendo,  Dios Nuestro Señor fue preparando el terreno de tu alma sobre el cual edificar tu sacerdocio. A ellos les tenemos que agradecer y felicitar…

Hablábamos del seminario Bidasoa, en el que conviviste con tantos muchachos que también se sentían llamados al sacerdocio. Es frecuente que cuando uno está varios años afuera del país, vuelva con el acento cambiado, como primera cosa, y en muchos casos comparando lo que dejó acá con lo que encontró en su nuevo destino… En tu caso, Nico, no ha sido así: además de mantener nuestro modo de hablar, nunca hiciste comparaciones; más aún, atando tu futuro sacerdocio a esta Diócesis de Minas, te propusiste querer mucho a su gente y, tanto en las vacaciones, cuando volvías aquí temporalmente, como ahora, en tu regreso definitivo, te propusiste fomentar todo lo posible la fraternidad entre los sacerdotes y tratar de ayudar eficazmente a las personas que más lo necesiten. Te doy las gracias por esta disposición tuya.

Sigamos con lo que nos dice Jesús en el Evangelio de hoy. Él te recuerda que seguirlo es estar dispuesto a cargar con la cruz de cada día… De entrada, oímos hablar de cruz y sentimos la tentación de esquivarla… Pero tú sabés bien, Nico, que precisamente la felicidad se encuentra cuando nos decidimos a conformarnos con la Cruz, es decir, a hacernos a la forma de la Cruz. Y aprendiste a no esquivarla, sino a buscarla y abrazarla cada vez que de mil maneras se te presente: entonces no te olvides que el sacerdote está siempre en el candelero, que te juzgarán por tus palabras y por tus actos, que probablemente te llegarán críticas inesperadas; que vas a tener que cuidar que esté lleno el depósito de tu paciencia y de tu sonrisa… No pierdas el buen humor, ese don tan importante que Dios te dio. Y, por si acaso, te recuerdo estas palabras de san Josemaría: “no olvides que estar con Jesús es, seguramente, toparse con su Cruz. Cuando nos abandonamos en las manos de Dios, es frecuente que El permita que saboreemos el dolor, la soledad, las contradicciones, las calumnias, las difamaciones, las burlas, por dentro y por fuera: porque quiere conformarnos a su imagen y semejanza, y tolera también que nos llamen locos y que nos tomen por necios”. ¿Qué hacer si llegaran esas circunstancias? Acercarse más a Jesús y a su Madre Santísima.

En la capilla del seminario Bidasoa, el retablo es muy expresivo: Jesús, con los brazos bien abiertos, como Sacerdote Eterno que es, abraza a todos. Y a su lado, la Virgen Santísima y san Juan. Habrás hecho mucha oración contemplando esas imágenes, que estarán bien grabadas en tu alma: Jesús, que vive para siempre, y María Santísima, nuestra Madre. Es en esos dos Corazones donde siempre encontramos consuelo, serenidad, alegría, no hay otros lugares.

En la invitación a tu ordenación sacerdotal está reproducido un deseo del Santo Cura de Ars: “Que nadie falte en el Cielo”. Hacer eficaz este deseo es un trabajo de todos los días, de cada día. Una vez, llevando a Monseñor Roberto Cáceres, que era el optimismo en persona, llevándolo a la estación a tomar el ómnibus para Melo, le dije que lo notaba muy cansado… Sonriente, como de costumbre, me respondió: – ¡Es que da trabajo llevar a la gente al Cielo!

A partir de ahora, Nico, tus esfuerzos se concretarán, sobre todo, en la ilusión grande que ya sabemos que tenés: confesar a mucha gente, acercarlos a la fuente de la vida divina, la gracia de Dios, que se vuelca sin medida en el sacramento de la Penitencia.

Un dicho antiquísimo dice así: La ciencia cualificada es que el hombre en gracia acabe, porque al fin de la jornada el que se salva, sabe, y el que no, no sabe nada. Es una gran verdad, y como sacerdote de Jesucristo vas a ser el administrador de la gracia divina, la fuente inagotable que nunca deja de manar.  Como también decía el Santo Cura de Ars, “el sacerdocio es el amor del Corazón de Jesús”. Ojalá puedas difundirlo por todas partes durante muchos, muchos años.

Le pido y le pedimos todos a la Santísima Virgen que te bendiga en abundancia. Aunque litúrgicamente no lo celebremos, hoy, 8 de septiembre, es su cumpleaños. ¿Qué mejor regalo podrás hacerle a María Santísima que el regalo de tu sacerdocio? Poniéndote bajo su protección, como sé que lo hacés, Ella, como Madre buenísima, irá haciendo de ti otro Cristo. Que la Purísima Concepción de Minas, como la celebramos aquí, te acompañe y te guíe durante toda tu vida sacerdotal, de manera que puedas cumplir el deseo de Jesús: QUE NADIE FALTE EN EL CIELO. Amén.