Skip to main content
Noticeu

«Jacinto Vera. Primer obispo del país»: Columna de Mons. Pablo Galimberti

By 03/10/2013octubre 11th, 2013No Comments

Esta semana se presentó en Salto el libro “Don Jacinto Vera, el misionero santo”. Es una historia novelada sobre el primer obispo de Uruguay (1813 – 1881).

Laura Alvarez Goyoaga, la autora, que viajó especialmente para la presentación, con la disciplina propia de su profesión notarial, siguió las etapas de este obispo fallecido a los 68 años en Pan de Azúcar, impulsado por su infatigable espíritu misionero que no olvidaba la gente de la campaña.

La noticia de su fallecimiento provocó tristeza en Montevideo y en el interior. El diario católico exaltaba las virtudes de Vera: “padre y amigo entrañablemente amado, apóstol infatigable hasta el sacrificio, formador del clero nacional, inquebrantable y prudente sostenedor de los derechos y dignidad de la Iglesia”.

El diario El Plata escribía: “Ha caído como el soldado al pie de su bandera, cerrando con una muerte honrosa, una vida que inspiraba simpatía y respeto a todos. Los fieles católicos lloran la desaparición del virtuosísimo jefe de su Iglesia; y las personas extrañas a esa comunión, se inclinan respetuosas ante el sepulcro del que siempre supo dar ejemplo de moderación, de humildad y de sentimientos caritativos”.

Los montevideanos guardaban un agradecido recuerdo hacia Jacinto Vera que en tiempos de guerra visitaba a los soldados heridos y durante la epidemia de fiebre amarilla socorría a los enfermos. Entre marzo y junio 1857 este flagelo costó la vida a unos 2.500 vecinos en una ciudad con 20 mil habitantes.

“Padre de todos los desgraciados”, escribía el periódico La Democracia destacando su compasión y generosidad: “Supo enjugar las lágrimas de quienes buscaban el refugio de su bondad inagotable y consoladora. Sus bienes eran patrimonio de los menesterosos”.

Las páginas de El Ferrocarril elogian su tolerancia, sin vituperar ni agredir, en medio de duras polémicas: “Tenía la mansedumbre evangélica de quien desprecia los dolores del momento, las amarguras, las invectivas, para seguir imperturbable su camino, prodigando consuelos, repartiendo palabras de amor y resignación y dando siempre el ejemplo… Cuando se lo veía por las calles, con su aire bondadoso, repartiendo sonrisas, acariciando a los niños, cediendo la vereda a todos, dando limosna a los pobres, feliz en su sencillez, contento con su humildad, se le admiraba, y aunque no se profesaran sus ideas en materias religiosas, no podía dejar de venerársele”.

La Razón, de sesgo racionalista y anticatólico, destacaba la pobreza, como rasgo del obispo fallecido: “Monseñor Vera muere en la pobreza, lo que hace su mayor elogio, máxime teniendo en cuenta que ha desempeñado los más elevados cargos….. Ante la tumba del virtuoso anciano nos descubrimos reverentes, alejando de nuestra memoria todo recuerdo de desavenencias pasadas….”

La trayectoria de Jacinto Vera fue coherente con las virtudes del hogar familiar, cuyos padres, Gerardo Vera y Josefa Durán, eran oriundos de las Islas Canarias. La adolescencia de Jacinto hasta los 19 años transcurre en la zona de Toledo, cercana a la capital. Concurría a misa de botas de potro, poncho y chiripá y gradualmente fue cultivando la inquietud de ser sacerdote. A caballo hacía varias leguas para recibir clases de latín que le impartía el sacerdote Lázaro Gadea. Al estallar la Guerra Grande en 1839 fue incorporado a las tropas de Manuel Oribe, pero éste, impresionado por las condiciones intelectuales del joven, a quien veía en la horas libres enfrascado en sus libros, sabiendo que quería ser sacerdote, le dio la baja y lo ayudó económicamente.

El paisaje rural modeló su temple: apegado a la tierra, con la honradez de quien sabe ganarse el pan de cada día, supo de estrecheces y sacrificios.

La fama de santo del obispo Jacinto Vera está comprobada. Sobre esta base los obispos uruguayos hemos presentado en Roma los antecedentes históricos y la ponderación de sus virtudes para que el grueso expediente pueda seguir su curso. Y un día no lejano podamos honrarlo oficialmente como Beato y luego como Santo.

 Columna publicada en el Diario «Cambio» del viernes 4 de octubre de 2013