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“Guapeza de una mujer» : Columna de Mons. Pablo Galimberti

By 22/04/2016abril 23rd, 2016No Comments

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Graciela es una madre que hace siete años perdió a su hijo mientras repartía pollos en su camioneta y para robarlo lo asesinaron con dos disparos en un barrio capitalino.

Aquel fatídico día la hijita de Alejandro, 2 años, preguntaba por su papá, que ya no regresaría a las 5 de la tarde como de costumbre. En la penumbra del duelo Graciela descubrió un desafío. En lugar de lamer la herida transformó su pérdida en un desafío valiente y novedoso. Eligió mirar de frente e ir al encuentro de los encarcelados que cumplen diferentes condenas.

Periódicamente Graciela visita la cárcel de Punta de Rieles, donde se ha ganado la confianza de los reclusos. Se miran a la la cara y ella habla desde su vivencia de madre de un trabajador, padre de una niña, que perdió la vida mientras buscaba ganar honestamente el pan de cada día. No fue a rastrear entre los presentes al homicida de su hijo, que nunca fue atrapado, Graciela optó por el diálogo como camino de toma de conciencia y crecimiento. Instrumento tan a la mano y tan antiguo pero olvidado cuando nos volvemos perezosos para escuchar e intercambiar.

“La primera condición para que el diálogo sea posible es el respeto recíproco, que implica el deber de comprender lealmente lo que el otro dice” (N. Bobbio).

“Soy Graciela, la mamá de una víctima de la violencia” y añade que lleva un dolor que la acompañará el resto de su vida, desde que su hijo fue asesinado. Cree en lo que dice y eso importa mucho. Unos 20 reclusos la escuchan y preguntan. No le preocupa que sea un pequeño grupo de un total de 580. La semilla buena se multiplica.

Advierte que no está allí para que le tengan lástima. La visita que hace regularmente demuestra que ella tomó una decisión y ha convertido el dolor en germen de algo nuevo que puede servirles.
Graciela cambia el reproche en esperanza, porque un día van a salir. “Hay una vida distinta para hacer. Mi hijo no puede salir de donde está, ustedes sí”.

“Tienen que saber que otras familias sufren, mi nieta sufre. Se trata de hacer una sociedad mejor, no me interesa los delitos que cometieron. Si seguimos así nos haremos daño unos a otros”.

Las palabras de Graciela despiertan el interés de los participantes. Según el periodista testigo del encuentro, “en el salón no vuela una mosca”. El clima le permite a esta madre introducir una cuña de reflexión mirando hacia el futuro, adivinando con buen olfato que hacia ese horizonte apuntan todos: “Se trata de hacer una sociedad mejor, no me interesa los delitos que cometieron. Si seguimos así nos haremos daño unos a otros. ¿Ustedes qué piensan? ¿Me ven como una vieja que viene a hablarles?”

Uno de los presentes reconoce la “guapeza” que demuestra. “Hay que tener valor para venir acá”, dice otro. Otro preso le pregunta si se recuperó bien de la pérdida de su hijo. “El dolor de perder un hijo nunca se va”, responde Graciela.

“Yo no doy sermones. Vengo a intercambiar ideas. Siempre hay una segunda oportunidad”. Pero, las ideas de esta madre están amasadas con dolor.

Esto hace que el diálogo se vuelva franco. Uno de los presos le confiesa: “uno no sale a matar. A veces suceden cosas. Uno va por la plata”. A lo que Graciela replica: “¿La vida del otro vale esa plata?” No, no la vale, es el momento, hay nervios”, dice el preso que trata de explicar cómo un robo puede terminar en asesinato.

Otro preso habla del sufrimiento cuando llega la hora de que las visitas se retiren. “Me imagino”, dice Graciela. “Yo a mi hijo, no lo veo más”.

El diálogo es directo y sin vueltas. Un preso pregunta si después del asesinato de Alejandro buscó venganza. Graciela confiesa que tuvo muchos sentimientos, también odio.

“La gente, con la desgracia que usted tuvo, nos odia, nos discrimina” dice un preso. Graciela les hace una pregunta clave en tiempos de crisis: “¿Si pudieran cambiar, lo harían?” Y aflora un lamento o añoranza, cortaron con el estudio y sólo saben robar.

Diálogo enriquecedor donde expresan sentimientos sinceros, que sin pretenderlo, la madre de una víctima les ayudó a expresar.


Columna publicada en el Diario «Cambio» del 22 de abril de 2016