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En Uruguay se celebró Misa en sufragio por el alma del Prelado del Opus Dei

By 16/12/2016No Comments

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“Mezcla de dolor, de sentido de ausencia y de serenidad” fueron los sentimientos compartidos por el Vicario Regional del Opus Dei en Uruguay, Mons. Carlos Ma. González Saracho, en la Misa en sufragio por el alma del Prelado, Mons. Javier Echevarría, fallecido el 12 de Diciembre, Fiesta de Nuestra Señora de Guadalupe.

El jueves 15 de diciembre, en la Iglesia María Auxiliadora de Montevideo, más de 500 personas se congregaron en la Misa presidida por Mons. González Saracho y concelebrada entre otros sacerdotes por el Encargado de Negocios de la Nunciatura Apostólica, Mons. Rodrigo Bilbao.

Al inicio de la Misa el Encargado de Negocios de la Nunciatura Apostólica dio lectura a un telegrama enviado por el Papa en el que expresaba, entre otros conceptos: “Elevo al Señor un ferviente sufragio por este fiel servidor suyo para que lo acoja en su gozo eterno y lo encomiendo con afecto a la protección de nuestra Madre, la Virgen de Guadalupe, en cuya fiesta entregó su alma a Dios».

En su homilía, el Vicario Regional en Uruguay destacó que la Misa por el alma de Mons. Echevarría “es un deber filial, porque es lo más grande que podemos ofrecer por un difunto, por agradecimiento”, pero, tal como lo expuso el Beato Álvaro del Portillo al fallecer el Fundador del Opus Dei, “son oraciones `de ida y vuelta´ ya que tenemos el convencimiento de que nos regresan a nosotros´”.

Mons. González Saracho aludió, asimismo, al ambiente de familia y de confianza que se experimenta en el Opus Dei, que ha propiciado que “de modo espontáneo» se le tuviera cariño al Padre, quien estuvo en Uruguay en tres oportunidades, la última vez hace tres años. “Por eso hoy estamos aquí, para rezar por quien deseaba ejercer su paternidad hacia nosotros”, enfatizó. Admitió, sin embargo, que “cuando fallece una persona mayor muy querida, junto con los recuerdos de tantas cosas buenas aprendidas de él, nos viene quizá cierto remordimiento de no haber sabido agradecerle mejor, tener más detalles de cariño, haber puesto en práctica mejor sus enseñanzas”.

«EN LA FIDELIDAD A DIOS ESTÁ LA FELICIDAD»

En su prédica, Mons. González Saracho compartió algunas “pinceladas” de recuerdos. Evocó un comentario puntual que le efectuara Mons. Echevarría en una noche de 1997: “Hoy murió una Numeraria y ayer otra. Son tesoros en el Cielo. Pero necesitamos más brazos”. El Vicario Regional subrayó que “podemos pensar ahora nosotros igual, con esos mismos sentimientos del Padre: dolor, alegría por tener un tesoro más en el Cielo. Pero responsabilidad, exigirnos, porque el Señor necesita `obreros para su mies´, para que la Iglesia crezca. Necesita más brazos: no `brazos en general´. Los tuyos y los míos´”.

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Reveló, asimismo, que las últimas palabras del Prelado el lunes 12, con un hilo de voz fueron: “estoy rezando por la fidelidad de todas y de todos”. “No pedía por él, ni por su curación, ni por no tener dolor”, puntualizó. “¿Por qué esa insistencia en la fidelidad? Porque sabía que en la fidelidad al camino que Dios eligió para cada uno está la felicidad”, explicó Mons. González Saracho. Acotó que “por eso luchaba tanto el Padre en evitar pequeñas traiciones diarias –como Judas, que se comenzó quedándose con algo de dinero de la bolsa- y era ejemplar ver al Padre vivir con exigencia el cuidado de los detalles, materiales y de trato –cordialidad, etc.”. En este sentido, el Superior del Opus Dei en Uruguay precisó que la fidelidad que buscaba el Prelado “no era una fidelidad de sólo `aguantar´, `quedarse en el lugar´, era una fidelidad al Señor que procuraba mejorar, no conformarse´(…) un consejo que ayuda mucho para hacer examen personal, especialmente a quienes podemos tener esa tendencia de decir hasta aquí he cumplido». «El Señor se levantó tres veces camino al Calvario, no dijo `hasta aquí` (retablo de Los Pilares)”, enfatizó.

Al culminar su homilía, el Vicario Regional recordó cuando en tiempo de Navidad, en el año 1997, Mons. Echeverría le dijo: “Estaba pensando que la Virgen habrá sido la primera a la que se le manifestó el Verbo Encarnado. La primera que vio al Dios hecho Hombre”. “Ahora el Padre la está contemplando. A Ella le pedimos que nos ayude a convertirnos en este Adviento, y a –como nos dice el Cardenal Sturla en el mensaje que nos envió- `que el Señor conceda a Mons. Javier la paz y alegría eterna, y a nosotros seguir sus huellas´”, concluyó.

El Cardenal Daniel Sturla al no poder concurrir a la Santa Misa por otros compromisos asumidos con antelación envió un saludo que fue leído  por el Vicario Regional, en el que recuerda a Mons. Echevarría como una persona “siempre alegre, afable, atento” y augurando que “el Señor le conceda la paz y alegría eterna, y a nosotros seguir sus huellas”.

También los obispos del Consejo Permamente de la Conferencia Episcopal del Uruguay llamaron al Superior del Opus Dei en Uruguay para transmitirles a los miembros de la Obra su saludo y asegurarles sus oraciones por el descanso eterno de Mons. Echevarría.

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Texto del saludo del Cardenal Daniel Sturla

Queridos hermanos y amigos:

Me uno de corazón a esta Santa Misa en sufragio de Mons. Javier Echevarría.
Tuve la oportunidad de visitarlo dos veces en su casa y compartir el almuerzo con él y otros directivos de la Obra.  Siempre alegre, afable, atento.
Lo vi por última vez en julio en Cracovia y me saludó con su cordialidad característica.
El Señor le conceda la paz y alegría eterna, y a nosotros seguir sus huellas.

Con mi bendición.

+Daniel

 

Texto de la Homilía de Mons. Carlos González Saracho

 15 diciembre 2016

“En la casa de mi Padre hay muchas moradas”. Estas son palabras rotundas del Señor que nos llenan de esperanza. Hay mucho lugar en el Cielo, y El nos está esperando. Estas palabras nos sirven como marco de esta celebración familiar: el Padre, Mons. Javier Echevarría, que fue el Pastor del Opus Dei los últimos 22 años, a quien muchos de los aquí presentes conocimos, llegó a esa morada.

Por eso tenemos una mezcla de dolor, de sentido de ausencia … y de serenidad. Y celebramos esta Misa por su alma, porque es un deber filial, porque es lo más grande que podemos ofrecer por un difunto, por agradecimiento. Pero la celebramos sabiendo que –como decía el Beato Álvaro del Portillo, cuando falleció el Fundador del Opus Dei- son oraciones “de ida y vuelta” ya que tenemos el convencimiento de que nos regresan a nosotros.

Cuando le preguntaban a San Josemaría con qué Institución de la Iglesia se podía comparar el Opus Dei, respondía que con los primeros cristianos: eran ciudadanos como los demás, estaban en todas partes, de todas las clases sociales. Y una característica de los primeros cristianos era algo que hasta los paganos comentaban: “Miren cómo se quieren” (Tertuliano, Apologeticus, 39). Quizá también nuestra experiencia cuando conocimos el Opus Dei fue percibir el ambiente de una familia, parte integrante de la gran familia de los hijos de Dios que es la Iglesia. Un ambiente de confianza y en el que de modo espontáneo se tenía cariño al Padre (casi todos los aquí presentes lo pudimos experimentar recientemente, en agosto de hace 3 años, cuando Mons. Echevarría estuvo por tercera vez entre nosotros).

      Por eso hoy estamos aquí, para rezar por quien deseaba ejercer su paternidad hacia nosotros. Y cuando fallece una persona mayor muy querida, junto con los recuerdos de tantas cosas buenas aprendidas de él, nos viene quizá cierto remordimiento de no haber sabido agradecerle mejor, tener más detalles de cariño, haber puesto en práctica mejor sus enseñanzas.

Algo así me ocurre a mí, que tuve la dicha –la responsabilidad- de haber colaborado directamente con él 30 años, de los cuales 14 muy de cerca.

En 1994 me dijo una vez: “Hay un dicho famoso `Ningún General lo es para su mayordomo´. Sin embargo, para mí San Josemaría  es cada día más grande”.  A medida que pasa el tiempo me ocurre algo similar con Mons. Echevarría, después de haber estado cerca de él.

Procuraré en esta homilía recoger algunos recuerdos, no son los más importantes, ni los más de fondo: son pinceladas que me vinieron a la cabeza al intentar preparar varias veces esta homilía.

Ante la noticia de su fallecimiento, el lunes pensé en algo que el Padre decía varias veces. Concretamente una fue en 1997, de noche: “Hoy murió una Numeraria y ayer otra. Son tesoros en el Cielo. Pero necesitamos más brazos”. Podemos pensar ahora nosotros igual, con esos mismos sentimientos del Padre: dolor, alegría por tener un tesoro más en el Cielo. Pero responsabilidad, exigirnos, porque el Señor necesita “obreros para su mies”, para que la Iglesia crezca. Necesita más brazos: no “brazos en general”. Los tuyos y los míos.

 Sabemos que sus últimas palabras el lunes 12, con un hilo de voz fueron “estoy rezando por la fidelidad de todas y de todos”. No pedía por él, ni por su curación, ni por no tener dolor.

¿Por qué esa insistencia en la fidelidad? Porque sabía que en la fidelidad al camino que Dios eligió para cada uno está la felicidad. Recuerdo que varias veces decía “Si yo no fuera de la Obra, estaría reducido a un circuito muy pequeño”. Por una parte, la alegría de seguir el proyecto que Dios tiene para mí, consciente de que es una ganancia, un enriquecimiento a pesar de las renuncias que exija.

Y por otra parte –podemos decir negativa, de los efectos de la falta de fidelidad-, algo que también repetía a menudo. Por ej. en 2002, recuerdo que dijo: “Hoy he estado dando vueltas a nuestra fidelidad personal. Y a qué triste cosa es la traición. Que hubiera un Judas: habrá hecho milagros sin dudas, vivía con el Señor, pero empezó por descuidar pequeñeces. Nosotros, aunque tenemos muchos defectos, hemos de pensar que estamos entre los elegidos. Pidamos a nuestro Señor que nos haga “fieles y limpios”. Por eso luchaba tanto el Padre en evitar pequeñas traiciones diarias –como Judas, que se comenzó quedándose con algo de dinero de la bolsa- y era ejemplar ver al Padre vivir con exigencia el cuidado de los detalles, materiales y de trato –cordialidad, etc.-,

     La fidelidad que él buscaba no era una fidelidad de sólo “aguantar”, “quedarse en el lugar”, era una fidelidad al Señor que procuraba mejorar, no conformarse. Por ej., quizá haciendo referencia o teniendo en cuenta mi profesión de Contador, en 2002 me dijo: “Hay que desear ir siempre a más. No seamos hombres de llevar contabilidad de “ya he hecho esto”. Un consejo que ayuda mucho para hacer examen personal, especialmente a quienes podemos tener esa tendencia de decir hasta aquí he cumplido. El Señor se levantó tres veces camino al Calvario, no dijo “hasta aquí” (retablo de Los Pilares).

Sobre esa misma actitud que el Padre tenía de entrega total, de generosidad, de no decir “hasta aquí”, recuerdo que en junio de 2003 pasó por Roma uno de ustedes, Santiago P. del C., que en una sobremesa comentó al Padre: “quizá estoy viejo (Santiago tenía entonces 52 años…), porque veo a los jóvenes sin ideales”. Y el Padre inmediatamente le respondió: “No. Los viejos son ellos”. Lo pudimos comprobar cuando estuvo en el 2013: al entrar se le veía encorvado, anciano, pero comenzaba a hablar y nos abría horizontes, nos ponía metas y la imagen externa quedaba inmediatamente olvidada. Era un corazón y un alma joven en un cuerpo de 84 años.

Hasta el último momento trabajó, y se sentía muy cerca de todos. En Uruguay recibimos hace dos semanas una carta de él para el P. Gonzalo al que habían operado. Y ayer nos llegaron otras dos cartas de él para dos enfermos. A uno, que está con sesiones de quimioterapia le decía que era una “coincidencia” providencial del tratamiento con el Adviento, porque se podía servir de lo que le costara más “como preparación para la llegada del Niño Dios, que vino a la tierra para padecer”…

Murió el día de la Virgen de Guadalupe. Una noche, en tiempo de Navidad, en 1997 me dijo: “Estaba pensando que la Virgen habrá sido la primera a la que se le manifestó el Verbo Encarnado. La primera que vio al Dios hecho Hombre”. Ahora el Padre la está contemplando. A Ella le pedimos que nos ayude a convertirnos en este Adviento, y a –como nos dice el Cardenal Sturla en el mensaje que nos envió- “que el Señor conceda a Mons. Javier la paz y alegría eterna, y a nosotros seguir sus huellas”.