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El privilegio de servir: Cardenal presidió Misa del Día del Ejército, en el 206° de la Batalla de las Piedras

By 19/05/2017No Comments

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El jueves 18 de mayo se conmemoró el 206° aniversario de la Batalla de Las Piedras. En este marco se celebró, en la Catedral Metropolitana, la Eucaristía recordando el Día del Ejército. La Misa, presidida por el Cardenal Daniel Sturla, contó con la presencia del Comandante en Jefe del Ejército, Guido Manini Ríos, el Jefe del Estado Mayor del Ejército argentino, el Teniente General Diego Luis Suñer, oficiales con familiares y allegados, legisladores e invitados nacionales y del exterior. Fue una oportunidad especial para recordar a la Virgen de los Treinta y Tres, Patrona del Uruguay y del Ejército Nacional.

“La gente está muy agradecida”

Luego de la Misa ICM pudo dialogar con el Padre Genaro Lusararian, capellán de la Capilla del Hospital Militar. Ante la muy buena concurrencia a la celebración, el sacerdote dijo que “la gente está muy agradecida y emocionada, con deseo de seguir en este camino de pedir gracias al Cielo, de pedir a Dios”.

Por su parte, el Cardenal Sturla destacó que “el mensaje es ser promotores de la cultura del encuentro, es a lo que nos invita el Papa Francisco, es lo que la Iglesia quiere hacer en nuestra sociedad. Esto también vale para la relación del Ejército con la sociedad uruguaya: que todas las instituciones del país nos encontremos cordialmente. En ese sentido también va el mensaje para este día”.

Texto de la homilía del Cardenal Sturla

Señor Comandante en Jefe del Ejército, Guido Manini Ríos, Señor Comandante en jefe del Ejército de la República Argentina, legisladores, oficiales, queridos hermanos y hermanas. Hoy es un día de regocijo en nuestra patria por el aniversario de la Batalla de Las Piedras, primera victoria de nuestras armas y nacimiento del Ejército Oriental. Consolidación del liderazgo artiguista, que poco después de esta fecha será declarado “Jefe de los Orientales”.

Esta batalla, como tantas otras, tuvo su tendal de muertos y heridos. Allí donde el General Artigas pronunció aquella frase de “clemencia para los vencidos”. Honramos a los que murieron por la patria, en Las Piedras y en todos estos años de vida del Ejército, de las Fuerzas Armadas del país, y oramos por ellos.

Esta Misa es una celebración de fe, donde escuchamos la Palabra de Dios y celebramos el sacrificio eucarístico. Siempre la Misa es en honor de la Santísima Trinidad, ofreciendo el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Unimos, a la víctima sagrada, nuestros anhelos, nuestras esperanzas, nuestros dolores, nuestros trabajos, nuestras alegrías y sufrimientos.

También los nombres de los que queremos, de los que están con nosotros y de los que ya se han ido. Agradecemos a Dios, en la Eucaristía, acción de gracias, y hacemos nuestras peticiones que como creyentes elevamos al Señor. Es decir, todo lo que tenemos en el corazón, lo queremos poner junto al corazón de Dios, en el altar del Señor.

La cultura del encuentro supone un acto de confianza, de verdad, de perdón

Escuchamos las lecturas de la Palabra de Dios y hemos querido dejar las lecturas que corresponden al día de hoy. Estas se escuchan en la Iglesia latina de todo el mundo. Siempre que escuchamos la Palabra tratamos de ver qué nos puede decir hoy a nosotros.

La primera lectura, continuación de lo que se ha venido leyendo esta semana, es de los Hechos de los Apóstoles. Y se nos narra el conflicto con el que se encontró la primer comunidad cristiana primitiva. ¿Había que cumplir la ley judía para ser cristiano?, ¿había que quedarse en ese particularismo del Pueblo de Israel o había que abrirse a la universalidad del mensaje? Es decir, para hacerse cristiano ¿había que practicar la ley judía?

Así lo entendían muchos cristianos primitivos. Y ese momento, año 50 de nuestra era, Jesús había muerto y resucitado hace apenas 15 o 20 años, esos apóstoles se encontraron ante una decisión en la que había distintas opiniones, y que era trascendental. En definitiva, mirado desde un punto de vista histórico, si allí se hubiera optado por permanecer dentro del judaísmo otra hubiera sido la historia de occidente.

Pero triunfó la apertura, el sentido universal. Estar atentos a la palabra de Jesús y que su mensaje de salvación era para todos en las circunstancias en las que se encontraran. Y así, aquellos apóstoles salieron al encuentro del mundo conocido. El cristianismo no se identificará, pues, con ninguna nacionalidad, con ninguna tierra en particular; será para todos.

El sentido católico, en su significad etimológico, kata- holos; para todos. Esta decisión que se tomó allí, en lo que el libro de los Hechos llamó el Concilio de Jerusalén, abrió para siempre la fe cristiana a todos los pueblos. Esto puede traernos un mensaje. Eso que el Papa Francisco llama “promover la cultura del encuentro”.

Frente a la cultura de la indiferencia, del descarte, del particularismo, la cultura del encuentro nos hace pensar en horizontes amplios, en conocer al otro que es distinto, intentar comprenderlo, tender una mano, ser lazo de amistad. Y en Uruguay, país pequeño, podemos decir que esta es nuestra vocación por nuestra misma naturaleza; ser promotores de una cultura del encuentro hacia afuera, con nuestros vecinos especialmente. Pero también hacia adentro de nuestras fronteras. País de cercanías como fuimos llamados.

Pero no será, ciertamente, negando la identidad propia, en este caso la identidad nacional. Ni tampoco negando la identidad de cada grupo, de cada institución. Precisamente, me encuentro con el otro que es distinto de mí, lo conozco, lo valoro; pero siendo yo mismo en el diálogo. Esta cultura del encuentro supone un acto de confianza, de verdad, de perdón.

Nuestro país ha sufrido muchos desencuentros de hermanos a lo largo de su historia. Y aún estamos sufriendo las consecuencias dolorosas que dejó nuestro último gran desencuentro como hijos de esta tierra. Pero si miramos nuestra historia, los mejores momentos han sido aquellos en los que al final hemos sabido encontrarnos, acordar, tranzar, mirar para adelante en el respeto a las diferencias legítimas. Y siempre con la necesidad de una actitud de apertura, de amplitud de miras, de generosidad.

Cuando somos intolerantes nos empequeñecemos, cuando no respetamos al otro. Pero también cuando no nos respetamos a nosotros mismos, no siendo fieles a lo que creemos y pensamos en el marco plural y libre de la sociedad democrática. El reciente homenaje del Senado de la República a a la misión de las Fuerzas Armadas en Haití me parece un magnífico ejemplo de una promoción de la cultura del encuentro.

Pedir al Espíritu Santo que nos haga encontrar los unos con los otros

Una palabra ahora sobre el Evangelio. Decía Jesús: “Como el Padre me amó, así yo los amo a ustedes. Permanezcan en mí amor”. Jesús nos ama como nos ama el Padre. El otro día me encontré por casualidad con un señor, que no conocía mucho, y me contó esto: “Yo soy muy devoto del Espíritu Santo. Porque yo tengo un hijo que está lejos, y como el Espíritu Santo es el amor del Padre y del Hijo, yo le pido al Espíritu Santo que mantenga este vínculo entre mi hijo y yo”.

Realmente eso es lo que nosotros podemos ampliar en nuestras relaciones humanas y en nuestra relación como nación: pedir al Espíritu Santo que nos haga encontrar los unos con los otros. Lo pedimos entonces para cada uno y de un modo especial también para que el Espíritu nos mantenga unidos a este Padre que nos ama, nos perdona, sale a nuestro encuentro, nos espera en su casa.

Hay un lindo mensaje, también en el Evangelio de hoy, que para permanecer en el amor, dice Jesús, hay que cumplir los mandamientos.

El amor de Dios no es un amor de padre bonachón, es un amor de padre exigente, un amor que corrige, un amor que busca lo mejor de sus hijos. Y porque confía en ellos, y los ama con ternura infinita, les puede exigir para que saquen de su interior lo mejor de sí mismos.

“Dar mi vida por lo que hago, por mi familia, por mi patria”

Otra palabra del Evangelio de hoy, con la que culmina Jesús: “Les he dicho esto para que mi gozo esté en ustedes , y mi gozo sea perfecto”. La alegría del Evangelio. Hoy el General Manini hablaba del verdadero privilegio de ser parte del Ejército. Y este privilegio que él describió no era según la lógica del mundo, sino que en definitiva es el privilegio de servir. Es un pensamiento evangélico; la alegría se encuentra en el servicio. En dar la mano al que la necesita, en el sentido de dar mi vida por lo que hago, por mi familia, por mi patria. Es también alegría por el servicio a Dios.

Queridos hermanos y hermanas, continuamos nuestra Eucaristía. Y al final invocaremos a María, Madre de Dios y Madre nuestra, capitana y guía, como llamamos a la Virgen de los Treinta y Tres, Patrona del Uruguay. Leía en estos días que en 1815 Artigas, desde Purificación, escribía al Cabildo de Montevideo haciendo distintas peticiones, entre otras que le mandaran una imagen de la Inmaculada Concepción. Esa es la patria que nació cristiana.

Esa es la que nosotros, en el respeto absoluto a una verdadera laicidad, queremos desde nuestra perspectiva muchos cristianos han venido hoy hasta aquí a rezar por lo que aman. Al Padre Dios, Padre de Misericordia. Nos encomendamos a la Virgen, le encomendamos nuestra Patria, el Uruguay entero, le encomendamos hoy, de un modo especial, al Ejército.

Fuente: http://icm.org.uy/el-privilegio-de-servir/