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El Card. Sturla en Lugano por el centenario de los salesianos: El Evangelio y los pobres, juntos, siempre

By 10/02/2017No Comments

 

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Fuente: Giornale del Popolo [Trad. de G.A. para Entre Todos]  por Cristina Vonzun

-Eminencia, ¿cuándo encontró usted el carisma de don Bosco y se volvió salesiano?

Soy el menor de cinco hermanos. De chico iba con mi familia a una parroquia salesiana, cerca de la casa de mi abuela. Luego, a los 16 años, frecuenté un instituto salesiano para realizar lo que entre nosotros conocemos como los años de formación preuniversitaria. En aquel liceo encontré sacerdotes capaces de estar muy cerca de los estudiantes, experimenté la alegría, la felicidad de aquella casa, tengo el recuerdo de la liturgia, hermosa, y sobre todo de las homilías, fáciles de comprender.

Pero en mi currículum, por así decir, tengo una experiencia vivida de joven con los jesuitas. Con ellos participé de algunas obras sociales, hice voluntariado práctico en un hospital pediátrico en el que había que pintar camas, después en el Cottolengo don Orione de Montevideo y en un barrio de obreros que estaban construyendo su casa.

Pero en los salesianos vi un gran amor por los pobres acompañado de una gran alegría y de una vida de oración muy intensa. Todo esto me hizo enamorar de don Bosco. Con 17 años, recuerdo el día en que el director del liceo salesiano al que iba, me preguntó si no quería abrazar aquella forma de vida religiosa. La invitación me sorprendió, por entonces creía estar llamado a formar una familia, y seguir una carrera profesional. Esta cuestión permaneció en mi corazón y dos años más tarde, decidí escuchar aquella voz. En mi ayuda vino también una lectura de la vida de don Bosco, que me impresionó.

-¿Qué cosa le fascinó de la figura de don Bosco?

La síntesis del amor a Dios, a la Virgen, a la Iglesia y a los pobres.

=En la actualidad, ¿cuáles atenciones pastorales le vienen sugeridas en su ministerio por el carisma de san Juan Bosco?

Los jóvenes y los pobres. Nosotros, salesianos, hablamos en este sentido del «corazón del oratorio», que es ese estilo de familia, de vecindad, una proximidad que extendemos a todas las personas, de acuerdo con lo que hoy la Iglesia entiende debe ser el estilo de un obispo. Decía Mons. Enrique Angelelli, obispo argentino muerto mártir en 1976: «estar siempre con una oreja vuelta hacia el pueblo y la otra hacia el Evangelio».

-¿Cuáles son los mayores desafíos de la Iglesia católica en el Uruguay?

Desde hace 100 años el laicismo es fuertísimo en el Uruguay. La Iglesia es una minoría. El 44 % de la población es católica pero la práctica es baja y alcanza el 3 %, mientras la mayoría de la población adhiere a una forma de deísmo. Hay muchos ateos y agnósticos. El segundo desafío es que la Iglesia, pequeña y pobre, es, sin embargo, libre. Nuestra Iglesia no está comprometida con los gobiernos, como en algunos otros países de América Latina. Esta condición, sin embargo, no puede hacer de nosotros una insignificante presencia. Seremos una realidad pequeña, pero, aun así, llamada al anuncio. Sobre todo los jóvenes tienen necesidad de un sentido de vida. El Uruguay tiene una tasa muy baja de natalidad, y desafortunadamente, un porcentaje muy alto de suicidios, sobre todo entre las nuevas generaciones. La razón, según mi parecer, es la consecuencia de la falta de sentido de la vida, derivada de este exasperado laicismo.

-¿De qué modo la Iglesia está ayudando a dar a la gente a encontrar un sentido a la propia vida?

Soy arzobispo desde hace tres años, e inmediatamente pregunté por el impacto de la Iglesia entre la gente, para luego a rever y llevar adelante seis programas de evangelización. Entre estos quiero recordar el programa de primer anuncio que se realiza en la formación de personas que anuncian los fundamentos de la evangelización, que es Jesucristo. El segundo programa se refiere a las comunicaciones sociales: hemos renovado toda la comunicación de la Iglesia de Montevideo. Tercero: hemos decidido abrir las puertas de las iglesias que por años habían permanecido cerradas a causa del alto porcentaje de delincuencia. Garantizamos al menos cuatro horas al día la apertura de las iglesias. Como último punto me gustaría recordar la fundación Sophia, creada para rescatar a todos los centros educativos católicos de los barrios populares que estaban casi en quiebra y que corrían el riesgo de transformarse en bares o restoranes. Los colegios católicos no reciben ninguna ayuda del Estado y muchos estaban por cerrar.

-¿No tiene la posibilidad de dialogar con el Estado acerca de esta cuestión?

No, tenemos una ayuda estatal por las obras sociales, gracias a eso que podría definirse como una apertura a la realidad. Para la educación nada. Cada vez que se hace alusión al tema, nos encontramos con el rechazo de los laicistas.

– Así que debió crear la fundación para ayudar a las escuelas católicas de los barrios populares. Sé que hay una gran cantidad de familias pobres que a través de los salesianos, mediante el sostenimiento a distancia, pueden estudiar en sus propios barrios.

El Estado llega a los barrios populares, pero si hasta hace cincuenta años la escuela pública era muy buena, desde entonces no ha cambiado nada, y la enseñanza ha quedado en lo que era medio siglo atrás. En la escuela pública, sobre todo en los barrios pobres, hay mucho ausentismo de los docentes. Con nuestros colegios respondemos al menos a tres desafíos: la gente de los barrios populares desea mandar a sus hijos a los colegios católicos porque saben que reciben una educación religiosa, saben que el colegio es seguro y saben que la calidad de la instrucción es alta.

– ¿Cuál es su propuesta con Sophia?

Queremos ofrecer una educación escolar de gran calidad acompañada de una fuerte evangelización. Iniciamos el proyecto Sophia en el 2014 con dos escuelas, se volvieron 4 en el 2015, 8 en el 2016 para alcanzar el año próximo a 17 colegios, entre Montevideo y las otras diócesis del país.

Los centros educativos salesianos, que son actualmente 11, no forman parte de Sophia. Lo más destacado de los salesianos son las obras sociales, como por ejemplo Tacurú, donde se ayuda a los muchachos que están detrás de los contextos difíciles de la delincuencia y de la droga. Los jóvenes son empleados en obras sociales, les es dada la posibilidad de formarse en una cultura del trabajo, además de recibir una formación profesional específica.

-¿Cuál es el itinerario de reevangelización que la Iglesia en el Uruguay está proponiendo?

Un itinerario distinto respecto al que ustedes viven en Occidente: en una situación de laicismo ahora en su máxima expresión, con la gente que no cree más en nada, se vuelve a los orígenes del anuncio cristiano. El sábado pasado, por dar un ejemplo, celebramos un santo rosario popular en Montevideo, sobre el Río de la Plata. Había 15 mil personas Hay sed de espiritualidad.

– Entonces hay que darla a la gente

En nuestra Iglesia cometimos un pecado de intelectualismo: se quería dar al pueblo aquellos que se suponía necesitaba. En realidad la dinámica es distinta: se trata de escuchar al pueblo para entender lo que necesita. La gente tiene necesidad de una fuerte espiritualidad y de la palabra de Dios.

Hacemos muchas misiones populares, volcadas a los jóvenes, pero no solo a ellos. Proponemos encuentros entre jóvenes de clase media con jóvenes y gente de los barrios populares, considerando las diversas necesidades. Por ejemplo, entre Navidad y Epifanía, acompañé una misión popular en un barrio de Montevideo, el Cerro. La respuesta de la gente fue excelente, con un grupo de jóvenes visitamos todas las casas, atendiendo a las necesidades del pueblo, materiales y de evangelización. La gente pide escuchar la palabra de Dios. Esto sin embargo no quiere decir dejar el trabajo social que la Iglesia lleva adelante: el Evangelio y los pobres juntos, siempre.

-Un gran acontecimiento en la Iglesia de América Latina fue la asamblea de Aparecida, en Brasil, en el 2007, que tuvo al cardenal Bergoglio por protagonista. Se hizo un llamado a una Iglesia misionera, a la misión continental, a la conversión pastoral. ¿Es eso de lo que me ha estado hablando?

Sí, Aparecida ha hablado de todo esto, pero después Bergoglio fue elegido papa. Su impulso misionero se siente muchísimo en América Latina, su magisterio, en particular Evangelii Gaudium y Amoris Laetitia, así como su llamado a una «Iglesia en salida» representan para nosotros el punto de referencia de nuestro tiempo. La Iglesia en salida se opone a los que querrían cerrarse en un «ángulo católico» (esta es una expresión mía), como si fuésemos un pequeño grupo. No debemos restringir la fe en la sola y privadísima conciencia. La fe debe ser expresión pública.

– ¿Qué representa el pontificado de Francisco para la Iglesia en América Latina?

Un impulso de vitalidad, de alegría, pero no solo a nivel emocional o sentimental. El papa Benedicto ha dicho una cosa que creo Francisco suscriba: «Pentecostés viene representado por lenguas de fuego que hablan tanto del ardor apostólico como de las razones». El magisterio de Francisco realiza propiamente esto: mueve a la alegría del Evangelio, ofreciendo razones, argumentos, ideas.

-En Europa hay quien le es difícil sintonizar con el papa Bergoglio…

Francisco se pone plenamente en la senda del magisterio de la Iglesia volviendo sus enseñanzas comprensibles y vivibles para todos. Francisco sabe hablar a la gente simple, que no es la gente simplona, sino la de corazón humilde, acogedor, que tiene un corazón evangélico. Francisco usa a menudo imágenes clarísimas, un lenguaje hecho de parábolas: «hospital de campaña». El hospital de campaña describe la condición en la cual se encuentra hoy la Iglesia, sea la de aquí o la de Montevideo: la Iglesia debe ser un hospital de campaña.

-¿El hospital de campo de Francisco recibe heridos de todo tipo?

En un país pobre materialmente hay ciertos heridos, en un país laicista otros heridos, en un país católico otros heridos aun.

-A propósito de recibir a los heridos y del hospital de campaña, pienso en la exhortación postsinodal Amoris Laetitia…

La mayoría de los sacerdotes que trabaja con la gente ha recibido bien Amoris Laetitia y la indicación del discernimiento en las situaciones difíciles que las personas viven. La Iglesia, también en este caso, se muestra como un hospital de campaña, y no como un club de perfectos.