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El Arzobispo de Montevideo llamó a “salir de la modorra” y a ser “servidores de la verdad” en actitud de diálogo

By 05/12/2014diciembre 12th, 2014No Comments

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El Arzobispo de Montevideo. Mons. Daniel Sturla, llamó a “sacudirnos” la “modorra” que nos impide “dialogar con los otros” y a encarar el estudio orientado a un “saber más para servir a la verdad, para servir a los hombres y especialmente a los pobres”.

En la Eucaristía celebrada el jueves 20 de noviembre, en la Parroquia Nuestra Señora del Perpetuo Socorro y San Alfonso (Tapes), al concluir el año académico de la Facultad de Teología del Uruguay Monseñor Mariano Soler, el Arzobispo de Montevideo recordó que los cristianos “no somos poseedores de la verdad”, sino “servidores de la verdad”. “En esta sociedad plural que es la nuestra, no podemos ir con palabras impositivas o dictando cátedras en la que nadie nos va a escuchar, sino dialogando”, puntualizó Mons. Sturla. “Este diálogo necesita de parte nuestra preparación, convicciones, profundidad, curiosidad”, señaló Mons. Sturla, al tiempo que recordó que hay que “hacer teología también con las noticias del diario. No puedo hacerla solamente como en una especie de torre de marfil”. “Tampoco la Iglesia, o el Seminario, o la parroquia, puede transformarse en esa torre de marfil, porque vivimos inmersos en el mundo y nuestra condición de cristianos apóstoles es para salir, para ir al encuentro de otros”, enfatizó el Arzobispo de Montevideo.

Quincenario “Entre Todos” Nº 343

Servidores de la verdad

El arzobispo de Montevideo presidió la eucaristía celebrada en la Parroquia Nuestra Señora del Perpetuo Socorro y San Alfonso (Tapes), con motivo de la conclusión del año académico de la Facultad de Teología del Uruguay Monseñor Mariano Soler, en la tarde del jueves 20 de noviembre. Mons. Daniel Sturla exhortó a ser servidores de la verdad, a educarse en el díalogo, y a no ceder a la tentación de la superficialidad.

A todos y totalmente

Al iniciar la homilía, el arzobispo rememoró una frase de san Pablo que lo ha acompañado a lo largo de la vida: “´Todo lo que hagan y digan, háganlo en nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de él´. Hacer todo, la totalidad de nuestra vida. Somos cristianos, somos católicos: sabemos que esta universalidad es también integridad, integralidad. No es solamente que el evangelio sea para todos, sino que todo el evangelio es para iluminar todos los aspectos de mi vida. Nada queda fuera de la luz del evangelio” explicó. Mons. Daniel se refirió entonces, precisamente, a la vida bautismal de cada cristiano, a través de la cual el evangelio busca crecer en integralidad, haciéndonos “más cristianos por su gracia con nuestra respuesta libre y fiel”, “en la medida que dejemos que el evangelio sea la luz que llegue a todos los rincones de nuestra vida”.

Estudiar, ¿para qué?

“No actuamos sólo por cuenta propia. Siempre un cristiano es un enviado”, continuó el arzobispo, que actúa “en nombre del Señor –in nomine domine-“, como dice san Pablo. Mons. Sturla rememoró entonces “la figura extraordinaria” del recién beatificado Papa Pablo VI, no solo porque aquél era precisamente su lema episcopal, sino particularmente por un texto que el papa escribió sobre el final de su vida, la hermosa y profunda Meditación ante la muerte [Entre Todos lo publicó íntegramente en el nº 341, 18-20], que permite “percatarnos del gran pecado que podemos cometer de superficialidad”, señaló el obispo, refiriéndose a la tentación que atañe al ámbito del estudio, del conocimiento… la de no saber descubrir el significado profundo de la realidad.

¿Por qué no he estudiado bastante?

El arzobispo citó el fragmento siguiente:
“…esta vida mortal es, a pesar de sus vicisitudes y sus oscuros misterios, sus sufrimientos, su fatal caducidad, un hecho bellísimo, un prodigio siempre original y conmovedor, un acontecimiento digno de ser cantado con gozo y con gloria: ¡la vida, la vida del hombre!
“Ni menos digno de exaltación y de estupor feliz es el cuadro que circunda la vida del hombre: este mundo inmenso, misterioso, magnífico, este universo de tantas fuerzas, de tantas leyes, de tantas bellezas, de tantas profundidades. Es un panorama encantador. Parece prodigalidad sin medida. Asalta, en esta mirada como retrospectiva, el dolor de no haber admirado bastante este cuadro, de no haber observado cuanto merecían las maravillas de la naturaleza, las riquezas sorprendentes del macrocosmos y del microcosmos.
“¿Por qué no he estudiado bastante, explorado, admirado la morada en la que se desarrolla la vida? ¡Qué distracción imperdonable, qué superficialidad reprobable! Sin embargo, al menos in extremis, se debe reconocer que ese mundo «qui per Ipsum factus est: que fue hecho por medio de El», es estupendo. Te saludo y te celebro en el último instante, sí, con inmensa admiración; y, como decía, con gratitud: todo es don: detrás de la vida, detrás de la naturaleza, del universo, está la Sabiduría; y después, lo diré en esta despedida luminosa (Tú nos lo has revelado, Cristo Señor) ¡está el Amor!
“¡La escena del mundo es un diseño, todavía hoy incomprensible en su mayor parte, de un Dios Creador, que se llama nuestro Padre que está en los cielos! ¡Gracias, oh Dios, gracias y gloria a ti, oh Padre! En esta última mirada me doy cuenta de que esta escena fascinante y misteriosa es un reverbero: es un reflejo de la primera y única Luz; es una revelación natural de extraordinaria riqueza y belleza, que debía ser una iniciación, un preludio, un anticipo, una invitación a la visión del Sol invisible, «quem nemo vidit unquam: a quien nadie vio jamás»”.
Somos servidores de la verdad

“¡Miren qué bellísimas palabras!”, exclamó el arzobispo comentando este pasaje de Pablo VI “al hablar de ese peligro de pasar por el mundo y no profundizar en él.” “La teología –remarcó-, nos tiene que brindar las claves para ir a la mirada sobre el mundo y sobre la realidad que nos circunda y descubrir allí la presencia de este Dios. Porque toda la realidad se hace, en ese sentido, para nosotros, sacramental, en cuanto nos refleja. Es un signo de esa presencia del Dios invisible”.

Mons. Daniel exhortó a que el estudio de la teología y la filosofía sea “una invitación a sacudirnos esa modorra en la que a veces los cristianos podemos quedar y que entonces no nos deja después dialogar con los otros. Sin complejos, ni de superioridad ni de inferioridad. No somos poseedores de la verdad. Somos servidores de la verdad. Pero en esta sociedad plural que es la nuestra, no podemos ir con palabras impositivas o dictando cátedras en la que nadie nos va a escuchar, sino dialogando.”

Para salir al encuentro

“Pero este diálogo necesita, de parte nuestra, preparación, convicciones, profundidad, curiosidad –agregó-. “Tengo que hacer teología también con las noticias del diario. No puedo hacerla solamente como en una especie de torre de marfil. Pero tampoco la Iglesia, o el Seminario, o la parroquia, puede transformarse en esa torre de marfil, porque vivimos inmersos en el mundo y nuestra condición de cristianos apóstoles es para salir, para ir al encuentro de otros”.

El arzobispo de Montevideo expresó su deseo de que el estudio se orientara a un “saber más para servir a la verdad, para servir a los hombres y especialmente a los pobres. No lo hacemos si somos superficiales”, advirtió.

El arzobispo de Montevideo quiso también recordar, de este grandísimo papa, el gran amor que profesó por la Iglesia, a la que amó con amor de intimidad, de esposo, “¡la quiso como ésta era!”, señaló, alternando sus impresiones con algunas citas, nuevamente, del texto ya aludido:

“Puedo decir que siempre la he amado; fue su amor quien me sacó de mi mezquino y selvático egoísmo y me encaminó a su servicio; y para ella, no para otra cosa, me parece haber vivido. Pero quisiera que la Iglesia lo supiese; y que yo tuviese la fuerza de decírselo, como una confidencia del corazón que sólo en el último momento de la vida se tiene el coraje de hacer.”