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De directora de cárcel a agente de pastoral

By 15/03/2018marzo 16th, 2018No Comments

Vio cambios en la vida de las reclusas y ahora va todas las semanas al ex COMCAR

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Margarita Hermida, en su casa con el Cristo de madera /C. Bellocq/ icm.org.uy

Margarita Hermida comenzó a trabajar en cárceles en 1978. En 1989 se convirtió en la primera oficial en desempeñarse en una unidad de mujeres, de la que años más tarde sería la directora. Allí vio los cambios que se generaban en las reclusas a raiz de las visitas de los miembros de la Iglesia Católica. Eso, más una imagen de la Virgen llevada por Mons. Nicolás Cotugno y un Cristo de madera que apareció misteriosamente en su despacho, la llevaron a acercarse más a la fe. Cuando se jubiló se integró al equipo de pastoral penitenciaria, desde donde sigue presenciando milagros.

La relación entre la Iglesia y los centros de reclusión es larga en este país. Al comienzo las mujeres estaban presas en los sótanos de las cárceles, pues no había lugares exclusivos para ellas. El Patronato de encarcelados buscó una solución: plantearle a la Congregación del Buen Pastor que se hicieran cargo de un nuevo centro para damas. Las hermanas tenían experiencia con privadas de libertad en otros países de la zona y aceptaron la misión. En 1888 se inauguró la Cárcel Correccional de Mujeres y Asilo de Menores, que fue dirigida por esta congregación durante 100 años, hasta abril de 1989.

Hermida ingresó como oficial penitenciaria ese mismo año, cuando la congregación entregó la administración del penal. En ese momento había 35 mujeres de entre 35 y 40 años, con códigos de convivencia asentados. Pero los tiempos fueron cambiando y Cabildo era un reflejo de la sociedad: llegó la primera asaltante financiera del país (Pepita la pistolera, de excelente conducta según Hermida), las drogas comenzaron a hacer estragos y la población llegó a cerca de 400, cuando la capacidad en todo el predio era para 150 personas. La oficial tuvo distintos cargos, y al final ocupó el de directora, en el despacho que alguna vez había sido de una monja.

“Había que darle el mayor tratamiento y apoyo a las más problemáticas, que eran las que estaban más solas. Muchas de ellas eran analfabetas y la verguenza frente a otras hacía que actuaran con mayor violencia. Ahí es cuando empecé a observar lo bien que hacía en su vida interna y en su relación con sus pares la presencia de la Iglesia en el centro penitenciario”, compartió Hermida.

Desde Pastoral Penitenciaria acudían, como sucede actualmente, todas las semanas para encontrarse con las presas. “Las señoras que iban desde la Iglesia tenían un gran carisma, hacían un proceso de acompañamiento y escucha, que era lo que más necesitaban las muchachas. A veces las reclusas de la etapa de máxima seguridad no se acercaban porque eso implicaba perder su estatus dentro de la unidad penitenciaria (…). Al principio se quedaban lejos, mirando con brazos cruzados y cara de enojadas. Todas las semanas se acercaban un poquito más al grupo. Y cuando empezaban a involucrarse, el Señor actuaba en ellas de forma increíble. A tal punto que algunas, cuando llegaba el momento de la Misa, eran las que leían la Palabra del Señor. Eran otras personas”.

Además, desde la Iglesia se encargaban de los ajuares de los niños que nacían. Y no solo de Montevideo, pues cuando desde algún centro del interior llamaban a pedir apoyo porque había un nacimiento no planificado, la directora llamaba a los agentes pastorales y estos le conseguían la ropa limpia para enviar a la ciudad donde se la necesitaba.

“Yo era una católica cristiana a mi manera: creía en el Señor, en la Madre, pero no iba a Misa, no oraba”, continuó la exdirectora. Una vez el Arzobispo Nicolás Cotugno llevó a Cabildo una imagen de la Virgen de los Treinta y Tres para la Misa. Y al terminar, dijo a las internas que iba a dejarla en el despacho de la directora, y que ella decidiría qué hacer con María. “Colocó la Virgen justo frente a mí. Empecé a hablar con la Madre, a orar, a pedir por las muchachas. En silencio, empecé a rezar por ellas, por sus familias, sus hijos”, relató.

El sufrimiento de las mujeres y de sus familias fue cambiando el corazón de la policía, que comenzó a conversar con la imagen que tenía frente a sí. Empezó a ir a Misa y a rezar por las mujeres, “a pedirle a la Madre que entrara en su corazón por el bien de ellas”.

Fue un camino de ida. Su oración era escuchada y veía cómo el Señor obraba verdaderos milagros en las mujeres. Algunas “parecían completamente perdidas, irrrecuperables, y a través de la oración las vi cambiar. Tuvieron niños, fueron grandes madres y no volvieron a pisar el sistema penitenciario”. Con orgullo mencionó algunas historias concretas, como la del hijo de una reclusa de hace años, que se recibió de odontólogo y ahora trabaja cerca de su casa. “Tengo buenos recuerdos de mujeres que trabajaban o estudiaban, se esforzaban. Pero me llevé las mayores sorpresas -satisfacciones, en realidad- de aquellas que estaban en la etapa de máxima seguridad. Aquellas que aprovechaban al máximo cuando se les daba un voto de confianza”, agregó con cierto orgullo.

“Siempre pensé que el establecimiento era un lugar muy bendecido, a pesar de que ocurrieron varias desgracias. Pero no había explicación para que en un lugar donde había casi 400 mujeres, que cuando por distintas situaciones quedábamos solo dos o tres poilicías con ellas, era cuando mejor se portaban”.

Desde otro lugar
Hermida dejó la dirección de Cabildo en enero de 2013, y en febrero de 2014 se retiró como oficial. Entonces hizo el curso para ser agente pastoral y se integró lo más rápido que pudo al equipo. “Tenía necesidad de hacerlo, sabía que la Iglesia les hacía mucho bien y que esa era mi forma de agradecerle al Señor”, contó. Para ella, la pastoral penitenciaria es su misión en la tierra.

El Señor se valdría de sus 36 años de experiencia en el sistema penitenciario, de sus capacitaciones en Suecia, Dinamarca y Costa Rica, de su paso por Argentina, del premio que le dio el presidente Tabaré Vázquez por su gestión como directora. “Pensé que podría ayudar desde aquí. Agradezco infinitamente haber ingresado en la pastoral”. A su modo de ver, la acción de la Iglesia es también un apoyo al sistema.

Se integró al grupo que va semanalmente al ex COMCAR. Al principio se reunían con los reclusos en el Centro Interreligioso, ubicado en el predio penitenciario. Pero cambiaron de dinámica y comenzaron a ir, en grupos, a los módulos. Junto con otros, ella fue al 10, donde están los de máxima seguridad. “Hicimos un proceso de acompañamiento y escucha deurante todo el año 2016. Se veían los cambios. Por ejemplo: ellos no acceden todo el tiempo al patio. Una vez llegamos y estaban jugando al fútbol. Nos vieron y dejaron la pelota”, ejemplificó.

Era increíble, describió, verlos rezar, tomados de las manos, pidiendo también por las autoridades, el personal, ellos mismos, sus familias. “Lo hacían sin importarles que los compañeros los escucharan o vieran”. Lo mismo cuando cantaban, rezaban el Rosario o leían algo. “Agradecían, nos decían que por primera vez se los escuchaba y daba la oportunidad de expresarse (…). Nosotros no los juzgábamos, los visitamos como hermanos, escuchamos, acompañamos, y trabajamos los valores. Para que vieran que hay otros caminos y que se puede cambiar la vida”, recordó Hermida. A fin de año hubo una evaluación técnica y algunos de los que participaron en las actividades de la pastoral fueron trasladados hacia módulos donde había posibilidad de trabajar o salir más.

En 2017 Gonzalo Larrosa, entonces director del complejo, pidió a la Pastoral Penitenciaria que trabajara también en el módulo 8, famoso porque allí se sucedieron los últimos motines. Hermida fue a ese sitio “y la respuesta de esos internos fue igual o mayor que la del módulo 10”. Y continúa: “Los muchachos nos comentaban que el Señor realmente existía. Porque no había modo de explicar que dos meses antes, dos personas habían estado atacándose con cortes y ahora estaban sentados uno al lado de otro rezando y hablando del Señor”.

“Esto tampoco ha sido fácil”, concedió la entrevistada. Al principio tenía miedos sobre lo que comentarían sus antiguos compañeros policías. De hecho, en sus primeras idas al complejo de Santiago Vázquez veía que algunos murmuraban. “Pasé momentos difíciles, algunos funcionarios son muy bien y valoran nuestro trabajo, pero otros no dejan pasar. Pido al Señor sabiduría y templanza”, comentó al respecto de los controles de entrada y las trabas que a veces se intentan aplicar al ingreso de los enviados de la Iglesia. Con paciencia y humildad, esas barreras van cayendo.

En diciembre de 2017 hubo dos Misas de fin de año, una en el Centro Interreligioso y otra en el módulo 14, donde están los detenidos por delitos sexuales. Participaron internos, autoridades y personal. “Eso es resultado de años de trabajo”, se alegró.

El Cristo de madera
Hace años, un buen día apareció un Cristo de madera en el despacho de la directora de Cabildo. Nunca se supo quién lo dejó ahí, y Hermida lo mantuvo en su oficina. Por consejo de una hermana, cuando habla con alguien, ve en la talla el rostro de esa persona y se la encomienda al Señor. Al día de hoy esa imagen está en su casa y la lleva a las ceremonias en la cárcel. “En la Misa de fin de año, yo llevaba el Cristo al módulo 14. Un interno del 10 me pidió llevarlo, no le importó que íbamos a ese lugar, rechazado por los demás. A la salida, una operadora lo quiso cargar en el camino de vuelta. El Cristo actúa”.

Igual que Cristo, actúan los agentes de Pastoral Penitenciaria en la vida de los presos. Eso es lo que ella vio y comprobó en Cabildo. “Se notaba que las que concurrían a las actividades de la Iglesia tenían un trato y forma diferente para con sus compañeras. Incluso canalizaban todo lo negativo de otra forma. No se sentían solas. Y no estaban solas”. Ahora ella acompaña más directamente esos procesos, agradecida de poder estar desde un nuevo lugar.

/Por Carolina Bellocq
Publicado en el Quincenario Entre Todos, n°421

Tomado de http://icm.org.uy/directora-carcel-agente-pastoral/