Skip to main content
Sin categoría

Cuestión de pasión: reflexión del Pbro. Leonardo Rodríguez, Director Nacional de las OMP Uruguay

By 07/06/2016No Comments

Es común entre los actores comprometidos en la vida de la Iglesia concebir “la misión” como una actividad más o menos intensa en diferentes tiempos y espacios, nuestro lenguaje habitual es la mejor muestra de esta concepción: “realizamos misiones”, preparamos “gestos misioneros”, nos preocupa como “hacer el primer anuncio”, “vamos de misión”, en fin… parece que la misión es hacer, y cuando brota la inquietud de que se separe esta actividad de aquello que habitualmente realizamos, entonces recurrimos a la misión como adjetivo anexo a otras acciones.

En no pocas ocasiones me he detenido a considerar el desgaste, el cansancio, la desilusión, la frustración de los agentes pastorales, laicos y consagrados; cada vez que observo esta situación renuevo conciencia de que no se trata de exceso de trabajo, ni siquiera de falta de motivaciones o incentivos, es mucho más honda la raíz de la cuestión.

Nuestras reflexiones y discusiones parecen centrarse siempre en cuestiones externas: los que están y los que no están en la Iglesia, la forma en como hacemos las cosas, las vocaciones que nos faltan, los modelos de Iglesia que asumimos o desechamos, las estrategias que elaboramos, los éxitos que tenemos y los fracasos que acarreamos, los discursos progresistas o retrógrados…

Y las evaluaciones que hacemos, sinceramente, están teñidas de personalismos exuberantes y traicioneros que nos colocan en el centro a nosotros mismos; la búsqueda de reconocimiento y aplauso nos lleva a una progresiva idealización de nuestros propios pensamientos y razones pastorales que nos vacían de un verdadero sentido eclesial, y desembocamos en apologías que nos colocan más en pie de guerra, que de servicio, como si el Misterio Pascual fuera solo una realidad teológica que no tocara la cotidianidad de nuestra vida.

En la jornada de ayer, los Directores Nacionales de OMP del mundo, hemos tenido la oportunidad, una vez más, de saludar al Santo Padre, el Papa Francisco, quien con sencillez y calidez nos recibió y habló, si habló… hago referencia precisamente al momento en que nos habló, no al discurso leído, sino a las palabras espontáneas que en medio del discurso escrito expresó. Nos llamó a vivir y suscitar la pasión por la misión como mística de santidad, y en consecuencia transitar un camino de permanente conversión. Claro que éstas no son palabras nuevas, sirve de consuelo para evitar pensar que mi reflexión pretenda convertirse en una exagerada adhesión al Papa de turno.

La mística de la santidad, es decir, experimentar la llamada gratuita a participar de la santidad de Dios como la raíz que sustenta nuestra existencia es indiscutiblemente fuente de gozo y humildad, llamados a vivir una realidad que no abarcamos, que no agotamos en ninguna de nuestras reflexiones, ¿acaso hay otro sustento para nuestra libertad?, por otro lado, proponer la santidad como horizonte de la vida de nuestros hermanos, todos, ¿tendría otro sentido la evangelización? ¿Tendría otra razón la vida de oración, la escucha de la Palabra, la celebración sacramental?

La conversión, una expresión que hemos llenado de adjetivos y características, pero que aún, en ocasiones, cuando hablamos de ella parece resonar un eco voluntarista que la presenta más como un esfuerzo personal y comunitario que como una respuesta humilde al más grande amor, la conversión es el proceso gradual y permanente que nos lleva a sumergirnos cada vez más en el hondo misterio de la Santidad, de ahí su urgencia y validez.

La pasión por la misión, no es la desesperación por el hacer pastoral, ni mucho menos el deseo incontrolable de adoctrinar las mentes de nuestros contemporáneos, es la experiencia de Dios que desborda en palabras, gestos, compromisos, en una forma de vida que asume el Evangelio en su más pura esencia, el amor, el perdón, la justicia, la verdad, la reconciliación y la paz.

La pasión por la misión es el sentido de nuestra  vida, que permeándose de la diversidad cultural, nos desafía permanentemente a priorizar el encuentro y el diálogo con los otros, con paciencia, creatividad, respeto e imaginación.

Así desembocamos en la necesidad de sostener, alimentar, despertar y fortalecer la comunión, es decir la común unión del Pueblo de Dios; la pertenencia y comunión de vida en la Iglesia nos aproxima al misterio mismo de la Vida íntima de Dios y redescubrimos la dinámica de la Caridad como esencia de la misión.

Estas palabras no son más que la humilde reflexión de un simple servidor.

P. Leonardo Rodriguez

Dr. Nacional OMP Uruguay