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Casarse con Dios- Informe de «El País»

By 08/08/2013agosto 16th, 2013No Comments

EL PAÍS |

Gabriela Vaz

Cada año, un puñado de jóvenes uruguayos decide convertirse en sacerdote o monja. El proceso es complejo y lleno de inquietudes.

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Dicen que no pasa de un día para el otro, sino que es parte de un largo proceso. La mayoría se da cuenta en la adolescencia; en esa etapa notan el despertar de un sentimiento que les genera tanta incertidumbre como inquietud. El camino de la aceptación es arduo. Primero deben enfrentar la resistencia interna; tan solo imaginar las consecuencias de concretar su deseo -”de responder a ese llamado”- les genera un gran temor. Después, toca afrontar la oposición de la familia y los amigos, que a menudo tardan en entender y aprobar. Es que para muchos es difícil comprender por qué, en este Uruguay del siglo XXI, hay jóvenes que deciden convertirse en sacerdotes o monjas.

Hace ya tiempo que la Iglesia Católica se muestra preocupada por la merma en la cantidad de aspirantes a la vida religiosa. Y en Uruguay, el país menos católico del continente más católico del mundo -47% de la población uruguaya se declara parte de esa grey, doce puntos porcentuales por debajo del segundo país con menos fieles de esta religión en América Latina, que es Bolivia-, esta realidad parece más desalentadora aun.

Sin embargo, cada año, un puñado de jóvenes uruguayos comienza el largo proceso de querer dedicarse a la fe, que difiere según el género y la puerta que se toque. En algunos casos -como ciertas congregaciones de mujeres, por ejemplo- el recorrido puede extenderse hasta por 15 años.

En el Seminario Interdiocesano Cristo Rey, donde se forman los sacerdotes del clero secular, se requieren siete años de estudios para lograr la ordenación. Hoy, 34 hombres de entre 19 y 34 años residen allí, en diferentes etapas del camino a convertirse en presbíteros. “Este año subió un poco la cantidad de ingresos con respecto a los cuatro años anteriores. Pero el promedio de los que llegan se mantiene estable; entre seis y ocho por año”, informa Milton Tróccoli, rector de la institución.

Oriundo de la canaria Santa Lucía, Marcelo de León es uno de los que cursa el séptimo y – “si Dios quiere”, acota él- último año de formación. Cuenta que su período de discernimiento fue largo. El “llamado” le llegó a los 16 años, pero no tenía muy claro cómo responderlo. Si bien su familia era católica, su educación, pública, había sido laica. “No tenía mucho conocimiento de lo que es la vocación sacerdotal. Sí había hecho catequesis y me habían preparado para la confirmación. Me vinculé mucho a la Iglesia, comencé a dar catequesis, estaba dedicado a servir de cierto modo en la parroquia, en un merendero. Pero sentía que me faltaba algo. A medida que fueron pasando los años, cada vez que escuchaba algún testimonio vocacional, sobre todo del párroco que era mi referente, me movía el piso, me inquietaba. Eso me llevó a cuestionarme. Pasa que da mucho miedo. Creo que todo lo que implique una entrega, un sacrificio, da inseguridad. Tenés que dejar muchas cosas. Antes de entrar al seminario yo trabajaba, tenía mis amigos, mis actividades. Y entrar a un centro de formación implica la renuncia a muchas cosas. Aparte no tenés el cien por ciento de seguridad”, dice el seminarista, que hoy tiene 30 años y la convicción de haber elegido bien.

Cuando se ordene, De León se sumará a los 468 sacerdotes, uruguayos y extranjeros, que hay en el país, según datos de 2011 proporcionados por Luis Fariello, secretario ejecutivo de la Comisión para el Clero de la Conferencia Episcopal Uruguaya. De ese total, 232 pertenecen al clero secular y 236 son religiosos, es decir, responden a congregaciones.

En estas últimas, el tiempo de formación suele ser más largo. A sus 29 años, Matías Yunes está a mitad de camino para ordenarse como presbítero de la Compañía de Jesús (jesuita), objetivo que demanda un recorrido de 12 años en total. La etapa que está transitando actualmente se llama “Magisterio” y consta de trabajar en una comunidad jesuita durante dos años, razón por la que Matías llegó a Montevideo desde Argentina para desempeñarse en el Colegio Seminario.

Fue a los 17 años, como alumno del colegio de los Hermanos Maristas en su Rosario natal, que se le despertó la inquietud por el sacerdocio. Cuando comenzó a indagar sobre ese sentimiento interno, su familia se mudó a Córdoba y él se vio en la disyuntiva de elegir, abruptamente, si quería dedicarse a la vida religiosa -y entonces quedarse Rosario- o si optar por un camino tradicional. “Me agarró mucho miedo, porque era joven, qué sé yo, y decidí que no”, recuerda. Mudado a Córdoba, ingresó a Administración de Empresas, más que nada porque era la carrera que tanto su padre como su hermano habían seguido. Ahí conoció a un maestrillo -un jesuita en la etapa de Magisterio, tal como él hoy- que lo invitó a unirse al grupo de jóvenes de la Compañía. Y era justo lo que él buscaba. “Ahí pensé: `si volvió, es por algo`. Lo encaré más en serio. Tuve tres años y medio de discernimiento, hasta que dije `este es el momento`. Pedí para entrar y me aceptaron”.

Mujeres.

Un viejo dicho asegura que una de las tres cosas que no se saben en el cielo es cuántas congregaciones de monjas hay en el mundo. En Uruguay, por lo pronto, se contabilizan un mínimo de 57, compuestas por 409 hermanas, según datos de la Conferencia de Religiosos y Religiosas (Confru), desde donde señalan que “podrían ser muchas más”, ya que la cifra surge de una encuesta que está incompleta.

Lo cierto es que los procesos de formación son tantos como congregaciones. Los primeros pasos suelen darse en una pastoral vocacional, donde una hermana designada acompaña a la persona que se acercó para ayudarla a descubrir qué quiere para su futuro. Si desea comenzar la vida religiosa, se decide también cuál es la orden más adecuada para sus intenciones y personalidad. “Si siento inclinación a ayudar a los enfermos, no voy a elegir una congregación que esté más volcada a la educación”, ejemplifica la hermana Fátima, integrante de las Misioneras Franciscanas del Verbo Encarnado que, como psicóloga, realiza acompañamiento psicoespiritual a las jóvenes y está encargada de la formación de las “junioras”, aquellas hermanas que ya han hecho los primeros votos, pero no aún los definitivos. “Nosotras somos misioneras. Si viene alguien que me dice `Yo no quiero moverme de Montevideo`, bueno, acá no puede estar”, explica. Y para ilustrarlo cuenta que una de las 28 monjas del ala uruguaya de esta familia religiosa está hoy en República Centroafricana.

La primera etapa de formación de una monja en esta congregación es el aspirantado, que es el momento de cuestionarse, “de confrontar la pregunta y compartirla con otros”; dura de seis meses a un año. Luego viene el postulantado, en el que se trabaja el autoconocimiento. “Se propone un psicodiagnóstico y se ofrece la posibilidad de hacer terapia si la persona lo desea”, explica Fátima. Por regla, dura de seis meses a dos años. Después, se llega a noviciado, de dos años, en el que se hacen votos temporales de pobreza, castidad y obediencia, por un año. Durante al menos un lustro, esos votos se renuevan anualmente; es la etapa de las “junioras”, que puede durar hasta nueve años. Es entonces cuando llega al momento de los votos perpetuos, fase conocida como el “casamiento” o el compromiso definitivo.

La hermana Silvia, de 32 años, hizo los votos permanentes este 2013. Es argentina, pero después de un aspirantado epistolar, se trasladó a Montevideo para unirse a las misioneras franciscanas uruguayas. La historia de Silvia tiene coincidencias con las de Marcelo y Matías. Fue alrededor de los 16 años que “algo” comenzó a llamar su atención de la vida religiosa. “Pasaron años entre idas y venidas; esto es para mí, esto no es para mí”, cuenta sobre las dudas, omnipresentes en todos los procesos. Hasta que una conocida le hizo el contacto con Fátima.

Obstáculos.

¿Cómo saber cuando la elección es acertada? La hermana Fátima, psicóloga, afirma que un denominador común positivo de los aspirantes es el entusiasmo. “El sueño de una entrega, de que la vida cristiana es linda, de que seguir a Jesús es apasionante, es bueno. Si, por el contrario, la persona está apática, depresiva, paralizada, entonces no. Veamos cómo vivís la vida cristiana, qué te está llamando. De pronto, tenés que elaborar cosas de tu presente”, dice, en alusión a quienes, en medio de una crisis, se acercan confundidos con lo que quieren.

De la misma manera, para seguir la vida religiosa hacen falta más que buenas intenciones. “Si decís: `Yo cristiano no, pero me gusta lo que ustedes hacen`, tampoco. La fe tiene que estar. Como dijo el Papa Francisco, no somos una ONG. Hay muchísima gente que hace cosas buenas. Pero en la vida consagrada específicamente está el tema de la fe”. En definitiva, si lo que alguien tiene es vocación de servicio, lo puede canalizar por otro lado.

Otras veces, los obstáculos llegan a medio camino: algunos abandonan a poco de haber comenzado. Por ejemplo, ha habido junioras que decidieron no renovar sus votos. O incluso puede pasar que la institución les pide que se retiren. “Son situaciones en las que no está la base para vivir la vida religiosa, como dificultades en las relaciones o un trastorno bipolar con una inestabilidad grande del humor que impiden lo mínimo para mantener la vida cristiana y los servicios. Son casos extremos”, aclara Fátima.

Pero algunas de las piedras más grandes, al inicio del camino, las suelen poner la familia y el entorno. “Claramente en nuestro país la vocación religiosa es un poco resistida, inclusive hasta en los mismos católicos. No es fácil de entender, eso es cierto”, concede Mauro Fernández, de 31 años, quien fue ordenado sacerdote en noviembre pasado y actualmente ejerce en la parroquia Stella Maris de Carrasco. Él cuenta que creció como un joven más, escuchando a The Doors, Bob Marley y Eduardo Mateo, que se enamoró y tuvo novias en la adolescencia, pero que a los 20 años le llegó “la crisis del `¿para quién quiero ser?`” Se refugió en la Biblia y se decidió. “Familiares, amigos y vecinos no entendían nada y decían: ¡Qué le pasó a Mauro, de nunca pisar la Iglesia a querer hacerse cura! Pero con el tiempo, la incomprensión se fue transformando en aceptación de una vocación un poco inusual en nuestro país secularizado”.

Por separado, Matías y Marcelo se ríen frente a la pregunta de cómo reaccionaron sus familias al enterarse de su decisión de hacerse sacerdotes. Fue difícil, comparten. Marcelo en particular recuerda una charla con un amigo que no dudó en sentenciarle: “¡Estás loco, dejate de joder, te llenaron la cabeza en la Iglesia!”. La hermana Fátima cuenta que ha llegado a ver padres que dejan de hablarle a sus hijas por años. “Generalmente está eso del chantaje y el saboteo”, asume. Lo sienten como una pérdida, incluso siendo católicos. Pero todos coinciden en que cuando ven que sus hijos están realmente felices, terminan apoyando la decisión.

Es que la vida religiosa parece ir a contracorriente de estos tiempos (ver recuadro).

Pero los involucrados aseguran que también les trae muchas satisfacciones. “Quien elige un tipo de vida definitivo siempre compromete mucho. No diría que es más difícil que el matrimonio, que permanecer fiel y constante ahí”, reflexiona el padre Tróccoli.

Cuando se les pregunta por qué eligieron esta vida, los conceptos se repiten: por amor a Dios, por sentir que ese es “su” lugar, por entrega.

Matías asume que hay una buena distancia entre su rutina anterior al ingreso a los jesuitas y hoy. “Y, que cambia tu vida… sí, cambia, definitivamente. Ahora, no es que vas a salir a bailar, pero tenés tu vida social, salís a comer con amigos, no tenés impedimentos para pasar bien. Solo que tal vez no como lo hacía el estudiante de Administración de Empresas”.

¿Vale la pena? En este caso, al contestar, ninguno duda.

Renuncias y resistencias

-”Una de las cosas a las que más me costó renunciar fue a tener pareja e hijos. Pero cuando experimentas el amor de Dios en tu vida ya no hay nada que tenga comparación”. Mauro Fernández, sacerdote del clero secular.

-”Una dificultad es el tema de los hijos únicos; si tengo ocho hijas y una se hace monja, bueno. Pero si mi única hija va a ser consagrada… Exige generosidad de los padres”. Hermana Fátima.

-”Muchos jóvenes tienen una imagen dura de la Iglesia. Si se acercaran, podrían cambiar esa imagen”. Marcelo de León, seminarista.

Los anacronismos y el impacto del Papa Francisco

La simpatía que ha despertado el estilo del Papa Francisco, incluso entre los no creyentes, ha llevado a que muchos depositen en su figura la esperanza de que revitalice a la Iglesia Católica y atraiga a una renovada feligresía. El padre Milton Tróccoli, quien estuvo en la Jornada Mundial de la Juventud de Río de Janeiro, comenta que registró ese sentimiento en el evento. “Se notaba fuertemente: no creyentes, gente del mundo de la cultura, intelectuales o periodistas que sentían una afinidad muy grande con la figura y la propuesta del Papa”. Y agrega que, según lo charlado con obispos de otros lugares del mundo, el fenómeno ya se está traduciendo en un acercamiento de más jóvenes a la Iglesia.

La hermana Fátima, por su parte, coincide en que la figura de Francisco es muy fuerte, pero opina que no se deben depositar todas las esperanzas de la Iglesia en una sola persona. “Río te puede entusiasmar, pero puede ser un fuego artificial. Después, es la vida cotidiana la que te sostiene las elecciones”. Para ella, lo interesante es cuestionarse por qué la Iglesia no tiene capacidad de atraer a jóvenes. ¿Es por anacronismos? Según Fátima, la vida religiosa es hoy contracultural. “Te propone la obediencia cuando el valor que está en boga es la autonomía. ¿Por qué yo voy a adherir a un grupo que me va a mandar a República Centroafricana a pasar mal si podría tener mi casita? ¿Por qué vivir la castidad si lo que promete la sexualidad hoy es fantástico y apasionante, como demuestra cualquier publicidad? ¿Por qué pensar en los otros, si `hacer la tuya` es el lema? Yo creo que todo es contracorriente”.

Asimismo, opina que “hay que ser muy valiente” para asumir la vida religiosa después de haberse habituado a la independencia y a la autonomía.

Las cifras

468

Sacerdotes que hay en Uruguay, según datos de 2011 de la Conferencia Episcopal; unos 250 residen en Montevideo y 232 son del clero secular.

245

Son las parroquias existentes en el país; 30 no tienen un sacerdote residente; nueve están a cargo de hermanas. Hay unas 800 capillas.

409

Cifra mínima de monjas que hay en Uruguay, de 57 congregaciones, según datos de la Confru; 243 residen en Montevideo y 166 en el interior.