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Cardenal Daniel Sturla presidió Misa de exequias del P. Fernando Pigurina

By 04/02/2016febrero 12th, 2016No Comments

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“Buscar a Jesús, y dejarse encontrar por Él, fue la gran pasión de Fernando”, aseguró en su homilía el Pbro. Guillermo Buzzo, de la Diócesis de Salto, en la Misa de exequias del Pbro. Fernando Pigurina, en la Parroquia “Stella Maris” de Carrasco.

El P. Pigurina, Vicario General de la Diócesis de Salto, falleció luego de una enfermedad en la sangre que lo mantuvo internado muchos meses, el jueves 21 de enero, en Montevideo. El viernes 22, familiares, amigos, sacerdotes y laicos de Montevideo y Salto compartieron la Misa de exequias que presidió el Arzobispo de Montevideo, Cardenal Daniel Sturla.

La homilía estuvo a cargo del sacerdote Buzzo, quien  acompañó al P. Pigurina durante su larga enfermedad.

En su prédica, el joven sacerdote compartió que hace un mes y medio, el P. Pigurina comentaba que “lo único importante, al final, para un cura, es tener a Jesús, estar con Jesús y hacerlo presente en el mundo”. “Este hermano nuestro quiso siempre estar con Él; de manera especial en estos meses en que lo vimos sufrir”, destacó el P. Buzzo al tiempo que aseguró que “en esa aparente inutilidad que nosotros creemos ver en la enfermedad, Jesús obró muchísimo en cada uno de nosotros: nos fue tocando, nos fue moviendo el corazón. A través de su testimonio de aceptación nos iba moldeando el mismo Jesús que se valía incluso de esa enfermedad”.

“A muchos nos confió que estos meses había estado abrazado a Cristo en la cruz. Lo escribió más de una vez, lo dijo en persona”, confió el sacerdote que presta su ministerio en el Seminario Interdiocesano “Cristo Rey”.

“Buen amor, buen humor” fue una frase que repetía en los últimos tiempos y  era «como su muletilla», comentó el P. Buzzo recordando algunas expresiones del P. Fernando y señaló que “quien tiene buen amor, también tiene buen humor. Y hasta las últimas horas conservó ese humor típicamente pigurinesco podríamos decir… «. Ejemplificando lo precedente, el P. Buzzo narró que “¡quería ser el récord Guinness: el hombre con menos sangre, vivo! ´¡Nadie se explica cómo estoy vivo!” compartió con una de sus visitas”.  “El Señor le permitió llegar ahí, hasta el extremo´, entregar también su propia sangre en una enfermedad que le permitió vivir conscientemente hasta el final su entrega en las manos de su Creador”, manifestó.

“Hoy nuestra Iglesia y nuestro mundo contempla un lugar que queda momentáneamente vacío. Una vacante, podemos decir. Una vacante de amor que esperemos sea prontamente cubierta, llenada. Ojalá que su entrega sea semilla de muchas y santas vocaciones para nuestra patria. Lo más valioso de Fernando, lo más valioso de un cura es lo que no le pertenece: es Jesús. Gracias Fernando, por darnos a Jesús”, concluyó el Pbro. Buzzo.

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TEXTO DE LA HOMILIA DEL PBRO. GUILLERMO BUZZO

Hemos escuchado las lecturas del día de hoy, justamente porque queremos hacer en este momento un ejercicio de escucha de lo que Dios quiere decirnos.

Otra chance hubiese sido buscar, nosotros, lecturas que dijeran lo que nosotros queremos decir; pero eso que nosotros queremos decir ya lo hemos estado diciendo, ya lo hemos estado compartiendo a través de anécdotas, mensajes, mil y una imágenes, lágrimas, silencio; y también con preguntas, preguntas que nos quedan siempre resonando en el corazón, porque estamos vivos, porque no somos perfectos.

Ayer, una de las llamadas que recibí en la mañana, apenas se supo la noticia del fallecimiento de Fernando empezaba así: “Decime por favor que no es verdad”.

Nuestros ojos están fijos en el cielo. No nos resignamos tan fácilmente a dejar partir, a soltar la mano. “Nuestros ojos están fijos en el Señor, esperando su misericordia” -dice el salmo 122- esperando su consuelo, esperando un sentido. Y esta misericordia llega justamente a través de la Palabra de Dios.

Escuchamos recién, del evangelio de Marcos, que Jesús desde un lugar elevado llamó a doce, a la vista de todos, los convocó, los llevó consigo, los puso frente a todos, y los puso a su lado; para que estuvieran con Él, y para enviarlos a predicar.

Este fue el propósito de Fernando, y es el propósito de todo sacerdote. El sentido de la vida de un cura, “lo único importante –me decía (Fernando) hace quizá un mes y medio, mientras rezábamos preparando el corazón para recibir al Señor en la comunión, estando él internado- me decía, lo único importante, al final, para un cura, es tener a Jesús, estar con Jesús y hacerlo presente en el mundo”. Que se vea Jesús. Nada más. El resto son circunstancias, son anécdotas, son límites, son caídas y vueltas a empezar, oportunidades que pasan. Como enseñaba (Santa) Teresa a quien tanto le gustaba citar: Sólo Dios basta.

Buscar a Jesús, y dejarse encontrar por Él, fue la gran pasión de Fernando. Este hermano nuestro quiso siempre estar con Él; de manera especial en estos meses en que lo vimos sufrir, en esa aparente inutilidad que nosotros creemos ver en la enfermedad, a través de esa “inutilidad” Jesús obró muchísimo en cada uno de nosotros: nos fue tocando, nos fue moviendo el corazón. A través de su testimonio de aceptación nos iba moldeando el mismo Jesús que se valía incluso de esa enfermedad.

A muchos nos confió que estos meses había estado abrazado a Cristo en la cruz. Lo escribió más de una vez, lo dijo en persona. Así se lo vio, como dijo San Pablo:

“Pero nosotros llevamos ese tesoro en recipientes de barro, para que se vea bien que este poder extraordinario no procede de nosotros, sino de Dios. Estamos atribulados por todas partes, pero no abatidos; perplejos, pero no desesperados; perseguidos, pero no abandonados; derribados, pero no aniquilados. Siempre y a todas partes, llevamos en nuestro cuerpo los sufrimientos de la muerte de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo. Y así aunque vivimos, estamos siempre enfrentando a la muerte por causa de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestra carne mortal. De esa manera, la muerte hace su obra en nosotros, y en ustedes, la vida.” (2Co 4,7-12)

Al comenzar su ministerio sacerdotal es común que todos los sacerdotes busquemos y elijamos un lema, una frase que nos estimule, nos guíe: aquello que queremos vivir, aquel sentido profundo que queremos darle a nuestro sacerdocio, que es de Cristo. El lema de Fernando fue “Por la sangre de su cruz” como nos recordaban sus amigos de toda la vida. Y así se nos manifestó el Señor, así también dio nuestro hermano su testimonio definitivo: por la sangre redentora de su cruz, por la sangre redentora de Jesús.

Cuando se despedía de sus “compañeros de barrio” (aquellos que estuvieron internados junto con él, en el mismo pasillo) a uno le dijo: “Yo no soy un novato en esto de sufrir, pero es la primera vez que me toca sufrir físicamente de esta manera. He sufrido de otras formas. He podido experimentar ahora el sufrimiento físico en esta medida”.

El Señor lo llamó para que estuviera con Él y allí, con Él, abrazando a Cristo en la cruz, predicar su Evangelio.

“Buen amor, buen humor” decía, los últimos años. Era como un muletilla. “Buen amor, buen humor”. Quien tiene buen amor, también tiene buen humor. Y hasta las últimas horas conservó ese humor típicamente pigurinesco podríamos decir… ¡Quería ser el record Guinness: el hombre con menos sangre, vivo! “¡Nadie se explica cómo estoy vivo!” compartió con una de sus visitas.

El Señor le permitió llegar ahí, “hasta el extremo”, entregar también su propia sangre en una enfermedad que le permitió vivir conscientemente hasta el final su entrega en las manos de su Creador.

Lo más valioso de Fernando, lo más valioso de cualquier cura es al mismo tiempo lo que no le pertenece: es Jesús.

Hoy nuestra Iglesia y nuestro mundo contempla un lugar que queda momentáneamente vacío. Una vacante, podemos decir. Una vacante de amor que esperemos sea prontamente cubierta, llenada. Ojalá que su entrega sea semilla de muchas y santas vocaciones para nuestra patria.

Lo más valioso de Fernando, lo más valioso de un cura es lo que no le pertence: es Jesús. Gracias Fernando, por darnos a Jesús.