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BOLETÍN CLAM: Aviso importante para edición enero-febrero

By 13/12/2013diciembre 23rd, 2013No Comments

Por un involuntario error, en el Boletín CLAM correspondiente a los meses de enero y febrero, se reproduce el editorial del Obispo Responsable, Mons. Pablo Galimberti, de la edición anterior.

El equipo del Boletín CLAM explicita sus disculpas y ofrece el texto del Editorial correcto.

FE DE ERRATAS CLAM Nº 275 (enero-febrero 2014) 

Pedimos infinitas disculpas a todos nuestros lectores por un error grave que tuvimos en la edición del CLAM arriba mencionado. La Editorial de nuestro Obispo Responsable, Mons. Pablo Galimberti que aparece, es la del CLAM anterior (se repite) y no la que correspondería a este número, la cual transcribimos más abajo.

Ya tomamos medidas para que este tipo de errores no vuelvan a producirse.

Lamentamos mucho lo sucedido y pedimos disculpas a usted, querido lector y a nuestro obispo Responsable.

Que el Niño Dios que ya llega para hacer nuevas todas las cosas, nos ayude a mejorar cada día nuestra propuesta con el fin de alabar más dignamente a Dios a través de nuestras celebraciones.

EQUIPO DE EDICIÓN CLAM

 

EDITORIAL

CLAM Enero – Febrero 2014 

Carta a los lectores

“Dios, fuente y principio de toda bendición, derrame su gracia sobre ustedes y les conceda durante todo el año 2014 vida y salud.

Los mantenga íntegros en la fe, pacientes en la esperanza y perseverantes en la caridad.

Que disponga actividades y días en su paz, escuche ahora y siempre sus oraciones y los conduzca a la felicidad eterna. Amén.”

Nos deseamos feliz año o sencillamente felicidades. Pero como decía mi abuela, la felicidad completa nunca se da. Y aunque en estos días esta palabra va y viene en boca de todos, empiezo contándoles la sorpresa que se llevó el filósofo Julián Marías al advertir que la palabra “amor” no aparecía en una voluminosa enciclopedia. Mayor extrañeza sintió al revisarla Enciclopedia Británicay encontrar la misma ausencia.

Sucede que los temas como “amor”, “felicidad” y otros por el estilo, se refieren a realidades que no son “cosas” y hay una convicción tácita, no expresada pero muy arraigada, afirma Marías, de que la realidad son cosas. Esto es, sin duda, una forma de pensamiento arcaico, pero el arcaísmo es uno de los rasgos de nuestra época. (La felicidad humana, cap. I).

Siempre nos falta “algo más” o “más de alguien”. “Vivo sin vivir en mí, y de tal manera espero, que muero porque no muero”, exclamaba Santa Teresa. Por eso junto a las jornadas con logros alcanzados, habrá quizás días oscuros y dolorosos. Inútil esconderlos. “Si aceptamos de Dios los bienes, ¿no vamos a aceptar los males?” decía Job (2,10). El descubrir las propias miserias puede empujarnos a una súplica ardiente que trepa hasta la misericordia divina.

Aceptemos el “hoy”, el pan de cada día, con su porción de fatiga y bendición: sin nostalgias excesivas ni apuros por adelantar los relojes o arrancar páginas del almanaque.

El nuevo año, junto a los días con sueños cumplidos encierra también un margen de incertidumbres. Mi familia ¿seguirá creciendo con paz y trabajo y salud? ¿Cuál será la piedra en el zapato que se añadirá a las que intento llevar con serenidad? ¿Se plasmarán los sueños de los jóvenes? ¿Regresarán los que partieron? ¿Habrá reencuentro entre los distanciados? ¿Se afirmará la paz en nuestro país y en la región? ¿Seguirá la iglesia testimoniandola Buena Noticiade Jesús que alegra a los pobres, sana heridas y colma a los insatisfechos? ¿Será capaz de ofrecer el “vino nuevo” a las familias donde escasea el amor fuerte? Mi fe ¿será capaz de aguantar dolores, zancadillas y reconocer que el Señor navega conmigo en remansos y tormentas?

La luz del Niño de Belén que alumbró el mundo jamás se apagará. Es una reserva de esperanza que algunos piensan que quedó escondida en un rinconcito de la tierra.

Los que hemos adorado al Niño en Nochebuena continuamos sorprendidos: admirando, alabando, agradeciendo, cantando. Tanto misterio y tanto amor, en tanta estrechez. Lo más atinado es quizás estar en silencio y contemplar la escena. Ese pesebre es mi vida, mi familia, barrio o ciudad; mi iglesia, parroquia, los rincones olvidados que sólo miro de reojo. ¿En qué estrechez quiere nacer hoy el Salvador?

Nació para despabilarnos: ¡Dios no está lejos! Está en este rinconcito que es tu vida, serena o agitada, aburrida o alocada, con certezas como rocas o salpicada de espejismos. Pero siempre hambrienta de un amor fuerte y grande, que te agarre hasta los tuétanos, como nunca lo experimentaste, tal como muestran los gestos y palabras de Jesús. No es sólo un regalo para quienes entramos al templo y entonamos villancicos. Hacé la prueba, tomá una página al azar de los Evangelios y verás que “eso” es algo rebueno para tus horas tristes, tu condición de preso o consumidor de marihuana, con plata o sin un mango. La extraña dulzura de estos días está escondida en el pesebre. Y cualquier rincón, aun el más sucio por fuera y por dentro, puede recibir al que nació en un comedero de animales y es sencillo de corazón.

¿Qué celebramos el primer día del año?

No es fácil encontrar el foco de la liturgia de este día, donde convergen 5 motivos diferentes: a) la octava dela Navidad, que es prolongación dela Solemnidaddel 25 de diciembre y por tanto no debe apartar la atención del carácter central del Verbo encarnado. b) el octavo día, cuando Cristo fue circuncidado (a esto se refiere directamente el Evangelio del día). c) es el día en que al recién nacido Hijo de Dios se le impuso el nombre de “Jesús-salvador. d) es el primer día del año civil que nos ocupa buen rato en el intercambio de felicitaciones, aspecto al que hace referencia la primera lectura del día (Núm 6, 22-27) traduciendo las felicitaciones profanas en bendiciones sagradas. e) finalmente el Papa Pablo VI hizo de este día la “Jornada mundial de la paz”; “ocasión propicia para renovar la adoración al recién nacido Príncipe de la paz, para escuchar de nuevo el jubiloso anuncio angélico (cf Lc 2,14), para implorar de Dios, por mediación dela Reinade la paz, el don supremo de la paz”. (Pablo VI, MC 5).

Pero por encima de estos motivos, en la renovada liturgia del 1 de enero debe sobresalir el tema de la maternidad divina y virginal de  María. Si no queremos atomizar esta celebración con tantas propuestas celebrativas que provocan dispersión en el celebrante y los fieles, y si se quiere ser coherente al mensaje fundamental de la liturgia del día, deberíamos centrarnos única o preferentemente en este tema central de la celebración.

Los textos propios de la fiesta litúrgica nos ayudan. La oración colecta apunta claramente a la “maternidad virginal de María, de quien hemos recibido… al autor de la vida”. La lectura evangélica (Lc 2, 16-21) evidencia no sólo el privilegio de María, sino también su actitud existencial y contemplativa, destacando ese aspecto que el Papa Francisco tanto subraya, al decir que María es la “memoriosa”, ya que “conservaba estas cosas y las meditaba en su corazón” (Lc 2,19). (Cfr. Nuevo Diccionario de Mariología. Voz: Madre de Dios).

Contemplamos al mismo tiempo la maternidad de María y la divinidad del hijo que en ella toma nuestra “carne”, nuestro “ser para la muerte”, dirían los pensadores existencialistas. Es la mejor manera de empezar el nuevo año. Con una Madre que es también nuestra, y con su Hijo que vino para asumir el peso y destino de nuestra condición humana frágil, derribando los muros visibles e invisibles del odio, crímenes que salen en los diarios y los que se concretan con una pastilla o en un quirófano. “En sus bracitos lleva una cruz” dice la canción. Desde niño empezó a cargar mi vida zigzagueante, mis mentiras y huecas ideologías, mis promesas incumplidas y nuestra fe vacilante. Esta vida quizás honesta pero hambrienta del fuego del Espíritu para anunciarla Buena Noticia: existe un Amor fuerte y duradero que late en el Hijo de Dios, nacido de María Virgen.

En el Evangelio de este primer día del año, Lucas pone de relieve la función de la Theo-tókos (=Madre de Dios), más aún, María no sólo aparece aquí como la madre que presenta el hijo a los pastores, sino que es figurada en una relación más estrecha con Jesús, que va más allá del dato físico. En efecto, sólo de ella se dice que “conservaba todas estas cosas meditándolas en su corazón” (v.19). Es la actitud típica de la verdadera fe. María se hace más madre creyendo. La suya fue una maternidad en el sentido más completo, por el hecho de que fue también una prestación total, disponibilidad y cooperación sin reservas. Decían justamente los primeros padres de la Iglesia que “María concibió al Hijo primero en su corazón que en su cuerpo”. Aquí está la grandeza de la maternidad divina de María: al hecho físico se une una gran participación interior. Su singularidad viene más de su actitud espiritual de fidelidad consciente, y por tanto meritoria, a la misión divina que de su condición de afortunada generadora del mesías prometido. (Nuevo Diccionario de Mariología, 1197).

Cristo, como en tantas imágenes y devociones que conocemos y conservamos con cariño, viene a cada uno de la mano y en brazos de su Madre. Es a través de su intercesión y dolores maternales, que su Hijo sigue “alumbrando” nuestras vidas, la Iglesia y el mundo. Para ser discípulos de Jesús tenemos que apegarnos a su Madre, reconocer la relación vital y providencial que une la Virgen a Jesús y que nos abre el camino que nos conduce a El. “Hagan todo lo que El le diga” (Jn 2,5).

Madre fuerte y sabia, que sabe descubrir y “adelantar” con delicada ternura la obediencia a la hora del Padre, la hora de la entrega y del sacrificio supremo enla Cruz, para la cual vino su Hijo a este mundo. Jamás podremos estar mejor cuidados y en el genuino camino de la felicidad, que siguiendo las huellas y escuchado el latir de aquella Mujer aclamada por Isabel con las palabras: “Feliz de ti por haber creído  que se cumplirá lo que te fue anunciado de parte del Señor”.

+Pablo Galimberti di Vietri
Responsable Dpto. Liturgia C.E.U.