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“Los hombres y mujeres de hoy esperan que manifestemos a Dios en la totalidad de nuestra vida”: Mons. Tróccoli a los sacerdotes en Misa Crismal

By 16/04/2019No Comments


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Mons. Milton Tróccoli presidió en la tarde del Martes Santo su primera Misa Crismal como Obispo de Maldonado en la que destacó que el sacerdote “es el testigo de la resurrección del Señor. Con todo lo que supone de cruz y de esperanza, de desprendimiento y pobreza, de donación y de servicio, de alegría, de fecundidad y de vida”. Les dijo, asimismo, a los sacerdotes que “es importante hacer camino con nuestras comunidades, hacer camino con el amigo”. “No basta señalar la ruta con el dedo, hay que hacerla cotidianamente con nuestros hermanos. Acercarse a ellos, descubrir sus búsquedas, su tristeza y desaliento, interpretarles la Escritura, partirles el pan”, puntualizó.

Dirigiéndose a los Diáconos Permanentes los animó a que “no se queden encerrados en los espacios conocidos o domesticados, vivan con la creatividad del Espíritu este ministerio que el Señor les ha confiado”. También tuvo palabras para la comunidad diocesana presente en la Catedral de San Fernando, instó a “comprender y amar esta hora nuestra; con sus luces y sus sombras, sus posibilidades y sus riesgos, su fecundidad y su cruz” y a “comprometer en ella nuestra fidelidad y nuestra entrega”.

Previo a la Misa Crismal, a partir del mediodía tuvo lugar la Jornada Diocesana en las que comunidades de Maldonado y Rocha se congregaron en la Casa de retiros diocesana para reflexionar sobre cómo anunciar a Jesús en nuestro tiempo orientados por los Pbros. Leonel Cassarino y Adrián Pérez de la Arquidiócesis de Montevideo.

Al inicio de su homilía, el Obispo de Maldonado compartió que celebra su primera Misa Crismal en esa Diócesis “con un corazón lleno de gratitud y de alegría, luego de haber recorrido parroquias y capillas y de haberme encontrado con hermanas y hermanos que, con dedicación y gran amor, se entregan en el servicio del Evangelio a lo largo de toda la diócesis».

“Esta Misa tiene un sentido muy especial para la diócesis. En ella agradecemos nuestro caminar diocesano y todos los ministerios que están presentes en ella”, explicó.

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Antes de dirigirse a los sacerdotes presentó a la comunidad a cuatro sacerdotes que se integran a la tarea pastoral de la Diócesis de Maldonado: el P. Antonio Maldonado, de Puebla, (México), que está en la parroquia de La Paloma (Rocha); el P. Romuald Turzynski, de Gdansk, (Polonia), que está ayudando en Pan de Azúcar; y  dos sacerdotes de la Congregación de los Padres Redentoristas: el P. Gustavo Doldán cssr, nuevo superior de la comunidad y párroco de Virgen de los Treinta y Tres (Maldonado), y el P. Jorge Díaz cssr, que ayudará en la Parroquia Ntra. Sra. de los Remedios, (Maldonado Nuevo).

“Tenemos que estar muy agradecidos por el servicio de tantos sacerdotes y consagradas, que, dejando su patria, vienen a colaborar en la evangelización de nuestra tierra”, dijo el Pastor.

Luego, dirigiéndose a sus hermanos sacerdotes Mons. Tróccoli expresó que “sabemos que el sacerdote está en el mundo, lo ama y lo padece. Lo entiende, lo asume y lo redime. Pero su corazón está consagrado totalmente a Dios por el Espíritu. Nuestra misión está dentro de la humanidad y no fuera, pero solo seremos auténticos testigos de la Pascua si somos ungidos por la fuerza del Espíritu Santo. Ni nuestra  palabra será fuego, ni nuestra presencia claridad de Dios, ni nuestros gestos comunicadores de esperanza, si el Espíritu no nos cambia interiormente en Jesucristo”.

“La consagración del Espíritu nos marca de un modo definitivo. Nos cambia radicalmente en Cristo, dejándonos, sin embargo, la experiencia de lo frágil y la posibilidad misma del pecado. El Espíritu nos da seguridad, pero nos deja la sensación serena de lo pequeño y de lo pobre. Nos ilumina interiormente, pero nos impone la búsqueda, el estudio y la consulta. Nos robustece con su potencia sobrehumana, pero nos hace sentir la necesidad constante de los otros”, subrayó. También, destacó que la vida del sacerdote  “tiene sentido en esta esencial relación con la consagración y misión de Jesús. Por eso Él le pide al Padre que a sus apóstoles no los saque del mundo, sino que los preserve del maligno. Sobre todo, que los consagre en la verdad”. “La fidelidad a la Palabra es la verdad. Es muy importante en nuestros tiempos saber caminar en verdad”, puntualizó.

Aseguró que a Cristo “le interesa el hombre y sus problemas, su felicidad y liberación definitiva”. “En nuestra fidelidad al Evangelio hemos de esforzarnos por entender también las exigencias nuevas que se presentan a la Iglesia y las actuales expectativas de los hombres y mujeres de hoy”, sugirió Mons. Tróccoli. No obstante, recordó que “fundamentalmente, a Cristo le interesa el Padre: su gloria y su voluntad. Jesús se mueve solo en la línea de Aquel que lo ha enviado. De aquí la importancia esencial del silencio y la oración”.

El Obispo de Maldonado les dijo a los sacerdotes de su Diócesis que “la espiritualidad sacerdotal es, de un modo muy especial, la del testigo de la Pascua. Por eso supone la cruz, la alegría y la esperanza. Por eso también la permanente comunicación del Espíritu en Pentecostés”.

Mons. Tróccoli admitió que “antes los hombres nos miraban con veneración y con respeto. Hoy nos miran con indiferencia o con lástima. Antes lo esperaban todo de nosotros. Hoy no les interesa el Cristo que le ofrecemos. Surge entonces la tentación de falsificar la Palabra de Dios, de asimilarnos a la inestabilidad del mundo, o de presentarles un Cristo a nuestra medida”. Sin embargo, “en el fondo los hombres y mujeres de hoy esperan de nosotros que seamos fieles a nuestra original vocación de testigos de lo Absoluto. Que manifestemos a Dios en la totalidad de nuestra vida. Que mostremos cómo es posible la alegría y la esperanza, la fidelidad a la palabra empeñada, la inmolación cotidiana a la voluntad del Padre y la donación generosa a los hermanos. Es decir, que mostremos cómo para ganar la vida hay que perderla, cómo para comprar el reino hay que venderlo todo, cómo para ser fecundo hay que enterrarse, cómo para entrar en la gloria hay que saborear la cruz, cómo para amar de veras hay que  aprender a dar la vida por los amigos”, subrayó.

“Por eso el sacerdote es el hombre del misterio pascual. Es el testigo de la resurrección del Señor. Con todo lo que supone de cruz y de esperanza, de desprendimiento y pobreza, de donación y de servicio, de alegría, de fecundidad y de vida. Con todo lo que la Pascua implica de serenidad interior, de coraje y de luz. Porque la Pascua adquiere su plenitud en Pentecostés, donde se nos comunica la paz, la fortaleza y la claridad del Espíritu”, enfatizó.

“La fuerza de la Pascua nos hace mensajeros del Evangelio”, destacó, al tiempo que resaltó que “es importante hacer camino con nuestras comunidades, hacer camino con el amigo. No basta señalar la ruta con el dedo, hay que hacerla cotidianamente con nuestros hermanos. Acercarse a ellos, descubrir sus búsquedas, su tristeza y desaliento, interpretarles la Escritura, partirles el pan”.


A LOS DIÁCONOS PERMANENTES

Mons. Tróccoli tuvo también palabras para con los diáconos permanentes que sirven en su Diócesis. Luego de agradecerles su dedicación y espíritu de servicio para sus hermanos, les recordó que “su ministerio está llamado a realizarse en las ‘fronteras de la Iglesia´, en los barrios y capillas, donde desarrollan su ministerio pastoral”. En este sentido, los animó a que “no se queden encerrados en los espacios conocidos o domesticados, vivan con la creatividad del Espíritu este ministerio que el Señor les ha confiado”.


FIDELIDAD A CRISTO, A LA IGLESIA Y A LOS HOMBRES Y MUJERES 

Dirigiéndose luego a toda la comunidad, el Pastor señaló que “vivimos una hora muy rica, tan llena de búsquedas auténticas, de exigencias tan claras del Señor y de la presencia misteriosa del Espíritu. A la vez, hoy muchos se mueven en la incertidumbre, la angustia y el miedo. También nosotros padecemos esta experiencia.  Por eso esta es una hora que nos pide total generosidad, fortaleza y equilibrio. Tenemos que comprender y amar esta hora nuestra; con sus luces y sus sombras, sus posibilidades y sus riesgos, su fecundidad y su cruz. Hemos de comprometer en ella nuestra fidelidad y nuestra entrega”.

Los animó a vivir en “fidelidad a Cristo, que nos ha llamado de una manera absoluta. Fidelidad a la Iglesia, cuya comunión vivimos como instrumentos del Espíritu. Fidelidad a los hombres y mujeres, para cuya salvación integral somos constituidos humildes servidores”.

Mons. Tróccoli en su prédica invitó a sumarse a “la dulce y confortadora alegría de evangelizar”, como lo ha expresado el Papa Francisco. Y detalló que la evangelización se realiza de modos diversos, con una riqueza de formas que encontramos ya en el Nuevo Testamento: por proclamación, por convocatoria, por atracción, por irradiación y por contagio”.

El Pastor aclaró, seguidamente, que “la acción evangelizadora no se mide por el éxito” y recordó que “Jesús evangelizó igual de bien cuando, en Galilea y junto al lago de Genesaret, las muchedumbres le seguían por miles, que cuando la gente no quiso escucharlo y lo dejó de lado”.


MIRANDO HACIA ADELANTE

Terminando su homilía, el Obispo de Maldonado compartió algunas líneas para este año: el Proyecto Betania de formación de agentes pastorales; priorizar como Iglesia el servicio al que está herido al borde del camino (a través de la Pastoral Social y Cáritas); promover la pastoral vocacional y prepararse para vivir el Congreso Eucarístico Nacional del 2020, que en noviembre de este año tendrá un paso importante al consagrar todas las diócesis a la Virgen María, en la peregrinación anual a Florida.

TEXTO COMPLETO

Homilía de Mons. Milton Tróccoli en la Misa Crismal

Martes Santo, 16 de abril de 2019

Querida comunidad diocesana:

Hoy es un día de alegría y gratitud para todos nosotros.

Esta misa tiene un sentido muy especial para la diócesis. En ella agradecemos nuestro caminar diocesano y todos los ministerios que están presentes en ella.

Nos hemos encontrado en la Casa de retiros diocesana, reflexionamos sobre cómo anunciar a Jesús en nuestro tiempo y ahora celebramos juntos la Eucaristía, donde los sacerdotes y los diáconos renovarán las promesas realizadas el día de su ordenación. También bendeciremos los óleos y el santo Crisma que se utilizarán en la celebración de algunos sacramentos.

Quiero primero presentarles algunos sacerdotes, que se han integrado en este último tiempo a la tarea pastoral en nuestra diócesis.

El P. Antonio Maldonado, de Puebla, (México), que está en la parroquia de La Paloma (Rocha). El P. Romuald Turzynski, de Gdansk, (Polonia), que está ayudando al P. Matías sac en Pan de Azúcar. Y dos sacerdotes de la Congregación de los Padres Redentoristas: el P. Gustavo Doldán cssr, nuevo superior de la comunidad y párroco de Virgen de los Treinta y Tres, (Maldonado), y el P. Jorge Díaz cssr, que ayudará al P. Erik en Ntra. Sra. de los Remedios, (Maldonado Nuevo).

Tenemos que estar muy agradecidos por el servicio de tantos sacerdotes y consagradas, que, dejando su patria, vienen a colaborar en la evangelización de nuestra tierra.

Esta es la primera vez que celebro con ustedes la misa crismal, y lo hago con un corazón lleno de gratitud y de alegría, luego de haber recorrido parroquias y capillas y de haberme encontrado con hermanas y hermanos que, con dedicación y gran amor, se entregan en el servicio del Evangelio a lo largo de toda la diócesis.

En esta celebración tan especial quiero dirigirles unas palabras a mis hermanos sacerdotes, con quienes compartimos el sacramento del orden sagrado y la fraternidad que brota de él.

Sacerdote es el ungido

El profeta Isaías y el evangelio de hoy nos hablan de la unción.

Cristo ha sido ungido sacerdote, en el seno virginal de Sta. María, por el Espíritu Santo. El Espíritu lo consagró para llevar la Buena Noticia a los pobres, para anunciar a los cautivos la liberación y devolver la vista a los ciegos, para dar la libertad a los oprimidos.

Sabemos que el sacerdote está en el mundo, lo ama y lo padece. Lo entiende, lo asume y lo redime. Pero su corazón está consagrado totalmente a Dios por el Espíritu.  Nuestra misión está dentro de la humanidad y no fuera, pero solo seremos auténticos testigos de la Pascua si somos ungidos por la fuerza del Espíritu Santo. Ni nuestra  palabra será fuego, ni nuestra presencia claridad de Dios, ni nuestros gestos comunicadores de esperanza, si el Espíritu no nos cambia interiormente en Jesucristo.

La consagración del Espíritu nos marca de un modo definitivo. Nos cambia radicalmente en Cristo, dejándonos, sin embargo, la experiencia de lo frágil y la posibilidad misma del pecado.  El Espíritu nos da seguridad, pero nos deja la sensación serena de lo pequeño y de lo pobre. Nos ilumina interiormente, pero nos impone la búsqueda, el estudio y la consulta. Nos robustece con su potencia sobrehumana, pero nos hace sentir la necesidad constante de los otros.

 De hecho, en la vida y el ministerio de Cristo todo ocurre bajo la conducción del Espíritu. Sobre todo, ocurre por obra del Espíritu Santo el misterio pascual de una sangre que se ofrece a Dios, para purificarnos y darnos nueva vida.

Nuestra vida tiene sentido en esta esencial relación con la consagración y misión de Jesús. Por eso Él le pide al Padre que a sus apóstoles no los saque del mundo, sino que los preserve del maligno. Sobre todo, que los consagre en la verdad. La fidelidad a la Palabra es la verdad. Es muy importante en nuestros tiempos saber caminar en verdad.

Cristo vino para llamar a los pecadores, para buscar la oveja perdida, por eso multiplica el pan, cura a los enfermos, resucita a los muertos. A Él le interesa el hombre y sus problemas, su felicidad y liberación definitiva. En nuestra fidelidad al Evangelio hemos de esforzarnos por entender también las exigencias nuevas que se presentan a la Iglesia y las actuales expectativas de los hombres y mujeres de hoy.

Pero, fundamentalmente, a Cristo le interesa el Padre: su gloria y su voluntad. Jesús se mueve solo en la línea de Aquel que lo ha enviado.  De aquí la importancia esencial del silencio y la oración. De aquí la libertad que tiene frente a los poderes temporales o a la interpretación injusta de sus actitudes, de aquí el valor absoluto de su cruz y de su muerte. Todo es “para que el mundo conozca que yo amo al Padre” (Jn. 14.31).

Testigo de la Pascua

La espiritualidad sacerdotal es, de un modo muy especial, la del testigo de la Pascua. Por eso supone la cruz, la alegría y la esperanza. Por eso también la permanente comunicación del Espíritu en Pentecostés.

Antes los hombres nos miraban con veneración y con respeto. Hoy nos miran con indiferencia o con lástima. Antes lo esperaban todo de nosotros. Hoy no les interesa el Cristo que le ofrecemos. Surge entonces la tentación de falsificar la Palabra de Dios, de asimilarnos a la inestabilidad del mundo, o de presentarles un Cristo a nuestra medida.

Pero en el fondo los hombres y mujeres de hoy esperan de nosotros que seamos fieles a nuestra original vocación de testigos de lo Absoluto. Que manifestemos a Dios en la totalidad de nuestra vida. Que mostremos cómo es posible la alegría y la esperanza, la fidelidad a la palabra empeñada, la inmolación cotidiana a la voluntad del Padre y la donación generosa a los hermanos. Es decir, que mostremos cómo para ganar la vida hay que perderla, cómo para comprar el reino hay que venderlo todo, cómo para ser fecundo hay que enterrarse, cómo para entrar en la gloria hay que saborear la cruz, cómo para amar de veras hay que  aprender a dar la vida por los amigos.

Por eso el sacerdote es el hombre del misterio pascual. Es el testigo de la resurrección del Señor. Con todo lo que supone de cruz y de esperanza, de desprendimiento y pobreza, de donación y de servicio, de alegría, de fecundidad y de vida. Con todo lo que la Pascua implica de serenidad interior, de coraje y de luz. Porque la Pascua adquiere su plenitud en Pentecostés, donde se nos comunica la paz, la fortaleza y la claridad del Espíritu.

La fuerza de la Pascua nos hace mensajeros del Evangelio. Estamos invitados a renovar la caridad pastoral llevando la alegría de conocer a Jesús a todos nuestros hermanos. Invitados a renovar nuestra vocación de Iglesia misionera; tenemos que hablar de lo que hemos visto y oído.

Para esto es importante hacer camino con nuestras comunidades, hacer camino con el amigo. No basta señalar la ruta con el dedo, hay que hacerla cotidianamente con nuestros hermanos. Acercarse a ellos, descubrir sus búsquedas, su tristeza y desaliento, interpretarles la Escritura, partirles el pan.

Prolongar el misterio pascual en nuestra vida es hacer transparente y comunicativa la alegría de haber visto al Señor. “He visto al Señor y me dijo tales cosas” (Jn 20,18). “Hemos visto al Señor” (Jn 20,25).

Sabemos que el signo de una existencia cristiana verdadera es la alegría. Es también el mejor testimonio de autenticidad en la vida consagrada. Estamos llamados a formar comunidades pascuales que vivan e irradien cotidianamente la alegría. El mejor testimonio de la comunidad cristiana primitiva –unida en la Palabra, la Eucaristía y el servicio – era “la alegría y sencillez de corazón” (Hch. 2,47).

Hoy quiero decirles con las palabras del Papa Pablo VI:

“Les hablo con gran admiración y con gran afecto. Conocemos su fidelidad a Cristo y a la Iglesia. Conocemos su empeño y su fatiga. Conocemos su dedicación al ministerio y las ansias de su apostolado.

Conocemos también el respeto y reconocimiento que suscitan en tantos fieles su desinterés evangélico y su caridad apostólica. También conocemos los tesoros de su vida espiritual, de su coloquio con Dios, de su sacrificio con Cristo y sus ansias de contemplación en medio de la actividad. Nos sentimos impulsados por cada uno de ustedes a repetir las palabras del Señor en el Apocalipsis: “Conozco tus obras, tu trabajo y tu paciencia” (Ap. 2,2).

¡Qué conmoción, cuánta alegría nos proporciona esta visión; qué reconocimiento! Se lo agradecemos y los bendecimos, en el nombre de Cristo, por lo que son y por lo que hacen en la Iglesia de Dios”.

Diáconos permanentes

Una palabra para ustedes queridos diáconos, que trabajan con dedicación y espíritu de servicio para sus hermanos. Para ustedes también mi gratitud, al igual que para sus familias. Sabemos lo importante que es que las familias acompañen a los diáconos en su servicio, y lo que resignan para que se pueda cumplir este ministerio.

En ustedes se ha derramado el don del Espíritu, para colaborar en la formación y animación de las comunidades. Su ministerio está llamado a realizarse en las “fronteras de la Iglesia”, en los barrios y capillas, donde desarrollan su ministerio pastoral. No se queden encerrados en los espacios conocidos o domesticados, vivan con la creatividad del Espíritu este ministerio que el Señor les ha confiado.

Los óleos

Queridas hermanas y hermanos: celebramos hoy la consagración del crisma, mediante el cual la Iglesia quiere renovar el signo de la fuerza del Espíritu que ha recibido de su Redentor y Esposo.

De esta fuerza de la Pascua participan los creyentes mediante los sacramentos de la fe. Así se construye continuamente el Pueblo de Dios.

Con el óleo santo serán ungidos los catecúmenos durante el bautismo, para poder ser ungidos después con el santo crisma. Recibirán esta unción por segunda vez en el sacramento de la confirmación. La recibirán también —si fueren llamados a esto—. durante la ordenación. En el sacramento de la unción de los enfermos, los que estén afligidos por algún quebranto físico o espiritual, recibirán la unción que los fortalece y conforta.

Queremos preparar hoy a la Iglesia para este nuevo año de gracia, para la administración de los sacramentos de la fe, que tienen su centro en la Eucaristía. Todos los sacramentos, los que tienen el signo de la unción, y los que se administran sin este signo, como la penitencia y el matrimonio, significan una participación eficaz en la fuerza de Aquel a quien el mismo Padre ungió y envió al mundo.

De hecho, Jesús, a través de su abandono en el Padre, a través de la obediencia hasta la muerte, nos ha hecho a todos «profetas, sacerdotes y reyes» (cfr. Ap1, 6).

Iglesia misionera

Vivimos una hora muy rica, tan llena de búsquedas auténticas, de exigencias tan claras del Señor y de la presencia misteriosa del Espíritu.

A la vez, hoy muchos se mueven en la incertidumbre, la angustia y el miedo. También nosotros padecemos esta experiencia.  Por eso esta es una hora que nos pide total generosidad, fortaleza y equilibrio. Tenemos que comprender y amar esta hora nuestra; con sus luces y sus sombras, sus posibilidades y sus riesgos, su fecundidad y su cruz. Hemos de comprometer en ella nuestra fidelidad y nuestra entrega.

Fidelidad a Cristo, que nos ha llamado de una manera absoluta. Fidelidad a la Iglesia, cuya comunión vivimos como instrumentos del Espíritu. Fidelidad a los hombres y mujeres, para cuya salvación integral somos constituidos humildes servidores.

Nos encontramos en nuestra misión evangelizadora con distintas fronteras: fronteras de la espiritualidad, (espiritualidad de otras religiones, nuevas formas de oración), fronteras de la marginación y del sufrimiento (encarcelados, quienes sufren su enfermedad en soledad, fieles perseguidos); fronteras de la ciencia y de la cultura (investigación científica, tareas y rol de los cristianos, responsabilidad sobre la tierra, ideologías políticas); las fronteras que representan los extremos de la vida, (nacimiento y muerte), con todos los desafíos éticos, bioéticos y pastorales conexos; la frontera de la criminalidad, de la droga, de las distintas adicciones.

Podríamos mencionar unas cuantas más, pero este discernimiento se los dejo a ustedes por razones de tiempo. Lo que debe mantenernos despiertos, atentos, vigilantes, es el hecho que la complejidad social y cultural en que vivimos transforma las fronteras de hoy en una realidad móvil, continuamente cambiante, que hay que replantear sin cesar.

Por eso la evangelización se realiza de modos diversos, con una riqueza de formas que encontramos ya en el Nuevo Testamento.

Un primer modo es la evangelización por proclamación. Jesús se dirige a Galilea para predicar el Evangelio de Dios y decir: “Se ha cumplido el tiempo, ya llega el Reino de Dios” (Mc. 1, 15) Esta proclamación ocurre unas veces en público, otras en un diálogo fraterno, como, por ejemplo, en el diálogo de Jesús con la Samaritana o los discípulos de Emaús.
Una segunda forma de evangelización es por convocatoria. Consiste en ir llamando a todos al banquete, como hacen los siervos de la parábola (Mt. 22, 1) Tenemos experiencia de estas convocatorias en nuestras comunidades.
Está también la evangelización por atracción. La primera comunidad de Jerusalén no enviaba misioneros, pero la muchedumbre concurría de las ciudades vecinas sintiéndose atraída.
Otro modo es la evangelización por irradiación, al estilo de la lámpara encima del candelero o de la ciudad sobre el monte: “Para que vean el bien que hacen y glorifiquen al Padre del cielo” (Mt. 5, 16). Se evangeliza a través de las buenas obras.
Se puede evangelizar también por contagio, como una sonrisa provoca otra sonrisa. Jesús dice: “He venido a traer fuego a la tierra”, un fuego que enciende otro fuego. Es un contagio sin palabras.

La acción evangelizadora no se mide por el éxito. Jesús evangelizó igual de bien cuando, en Galilea y junto al lago de Genesaret, las muchedumbres le seguían por miles, que cuando la gente no quiso escucharlo y lo dejó de lado.

Estamos invitados a lo que el Papa Francisco gusta de llamar: la dulce y confortadora alegría de evangelizar.

Mirando hacia adelante

Quiero compartir con ustedes algunas líneas que seguiremos durante este año:

El Proyecto Betania de formación de agentes pastorales.
Para que todos nos renovemos en la fe, esta fe que queremos vivir cada día con más intensidad y anunciar a nuestros hermanos.

Queremos tener la espiritualidad del Buen Samaritano. Priorizar como Iglesia el servicio al que está herido al borde del camino. Por eso es muy importante renovar la vitalidad de la pastoral social y Caritas en nuestra diócesis. Valorando el trabajo que se realiza, elaborar otros proyectos lúcidos, que respondan a las necesidades de hoy.
La pastoral vocacional.
No es salir a pescar. Es tomar conciencia que todos tenemos un llamado del Señor en nuestra vida. Sea al matrimonio, a la vida consagrada o al sacerdocio. Por eso es una tarea de toda la comunidad. Se trata de crear una “cultura vocacional”, donde por medio de la oración comunitaria, la reflexión y el discernimiento, generemos el clima apropiado para que todo joven se plantee con honestidad y seriedad: ¿qué quiere Jesús de mí?

Estamos en camino hacia el Congreso Eucarístico Nacional del 2020. Queremos preparar el corazón y todas nuestras comunidades, para vivir este año de gracia y bendición en torno a Jesús Eucaristía. Un paso importante lo tendremos en noviembre, cuando consagremos todas las diócesis a la Virgen María, en la peregrinación anual a Florida.
La hora sacerdotal de Cristo está marcada por una singular presencia del Espíritu Santo y de María Santísima. También la nuestra. También nosotros hemos sido ungidos en el bautismo. En la pobreza y en la fe de María, nuestra Madre, encontraremos siempre el camino de la sencilla disponibilidad para ser fieles. Comprenderemos, sobre todo, que el único verdaderamente fiel es el Señor.

Señor, Buen Pastor, que nos has llamado a ser instrumentos de tu misericordia, haznos testigos de tu esperanza, misioneros de tu amor y renueva en nosotros la alegría de servirte. Amén.