Skip to main content

VENERABLE Jacinto Vera

 (1813 – 1881)
Primer Obispo del Uruguay

 

FECHAS CLAVES EN LA VIDA DE MONS. JACINTO VERA

3 de julio de 1813- Nació

6 de junio de 1841- se ordenó sacerdote

4 de octubre de 1859- fue nombrado Vicario Apostólico

16 de julio de 1865 fue nombrado obispo de Melgara

13 de julio de 1878 fue nombrado primer obispo de Montevideo

6 de mayo de 1881 falleció en Pan de Azúcar

 

DATOS

El 6 de mayo de 1881, en una posada del pueblo Pan de Azúcar, moría Jacinto Vera, el primer obispo uruguayo. Estaba lejos de su sede de Montevideo, en uno de sus numerosos viajes misioneros. Había nacido el 3 de julio de 1813 durante el viaje en el que sus padres, provenientes de las islas Canarias, venían como inmigrantes al Uruguay, en busca de una tierra para su familia. La de Vera fue una vida de peregrino; una peregrinación espiritual que incluyó junto a los viajes misioneros, el destierro y la marginación.

Para recordar este aniversario de la muerte de Jacinto Vera, Umbrales preguntó al obispo Rodolfo Wirz, presidente de la Comisión para la Canonización de mons. Vera, a qué punto se encuentra este trámite. El obispo de Maldonado y Rocha afirmó que hay que distinguir entre el proceso canónico y la animación pastoral promovida por la Comisión. Los dos aspectos son muy importantes.

La animación pastoral promueve celebraciones y la publicación de materiales, estampas y folletos, que puedan favorecer el conocimiento y la devoción hacia la figura del primer obispo uruguayo. «Para el próximo 6 de mayo -afirma Wirz- habrá un acto central en Pan de Azúcar (a las 16 horas) frente a la casa en la que murió hace 120 años. Pero habrá también celebraciones en Montevideo, en el Barrio Jacinto Vera.»

El proceso canónico para llegar a la declaración de Jacinto Vera como santo tiene todavía muchas etapas para recorrer. Hay algunas gracias de curación de enfermos obtenidas después de la invocación a mons. Vera, pero antes de reconocer estas gracias como milagrosas hay que preparar un estudio documental histórico para presentar a las Causas de los Santos en Roma. Este estudio, llamado «Positio», debe ser una exposición completa sobre la vida y la obra de Jacinto Vera. Sólo entonces el Papa autoriza el examen de la Causa y declara «heroicas» o ejemplares las virtudes de mons. Vera, especialmente para los sacerdotes. Estos tres últimos pasos del proceso pueden producirse rápidamente. De todas formas, lo que urge es terminar el trabajo documental histórico. Sin este requisito, el Vaticano no podrá considerar el caso de mons. Vera.

El primer obispo y padre de la Iglesia del Uruguay nació el 3 de julio de 1813 en el viaje en el que sus padres, provenientes de las islas Canarias, venían como inmigrantes al Uruguay. A los 19 años, después de una tanda de Ejercicios espirituales, sintió el llamado al sacerdocio. Luego de los estudios de Teología en el seminario de los jesuitas en Buenos Aires, en 1841 es ordenado sacerdote. De regreso a su patria, es nombrado teniente cura y después párroco de Canelones. En 1859 es designado Vicario Apostólico de Montevideo y empieza una difícil tarea de organización de la Iglesia uruguaya. En 1865 es consagrado obispo pero recién en 1878 se crea la diócesis de Montevideo y mons. Vera es nombrado su primer obispo. En 1870 participa en el Concilio Vaticano I; diez años después inaugura el primer Seminario de Montevideo. Recorrió varias veces el país con sus viajes misioneros y murió en Pan de Azúcar, el 6 de mayo de 1881.

Monseñor Jacinto Vera, Apóstol del Uruguay (1813 – 1881)

Transcribimos a continuación un fragmento del cap. 13 del libro del R. P. Francisco J. Pose SDB, Siervo del Amor para el Uruguay. Mons. Jacinto Vera, Ed. Paulinas, Montevideo, 1981.

El Siervo de Dios Mons. Jacinto Vera fue el primer Obispo del Uruguay. Con él la Banda Oriental dejó de depender en lo eclesial del Obispo de Buenos Aires. Evangelizador incansable y reorganizador de la Iglesia uruguaya tras las luchas independentistas, muerto en fama de santidad, ha sido introducida ya hace un tiempo su causa de beatificación.

LO ESENCIAL NO ES EL EXITO, SINO LA FIDELIDAD A CRISTO

Que los hombres nos tengan por servidores de Cristo y administradores de los misterios de Dios. Ahora bien, lo que se exige de los administradores es que sean fieles.

 (1 Corintios 4,1-2)

La infausta nueva del fallecimiento del Santo Obispo suscita general pesar manifestado en espontáneas demostraciones de duelo, a lo largo y ancho del país, sin distinción de ideas. Pueblo y Gobierno se apresuran a decretarle y discernirle los más altos honores fúnebres. Así es como, día y noche miles de personas —que dicen deberle algún favor— acompañan el cadáver del esclarecido Pastor desde Pan de Azúcar a Pando, de Pando a Toledo, de aquí al templo del Cordón en cuya sacristía es embalsamado el cuerpo. El corazón queda en dicha Iglesia, y el cuerpo es conducido en apoteosis a la Catedral. En el atrio rodeado del Presidente de la República, Diplomáticos, Jefes del Ejército y distinguidas personalidades del Clero y del Laicado Católico, el Dr. Juan Zorrilla de San Martín despide a Monseñor Vera en nombre del Club Católico. Sintetizando noblemente el sentir del pueblo, expresa el Poeta de la Patria:

«Señores, hermanos, pueblo uruguayo: ¡el santo ha muerto! Su espíritu invisible vaga en torno nuestro y recoge nuestras lágrimas, que, en este momento, son lluvia de la tierra al cielo.

«Ha caído, señores, como él lo presentía, como él lo anhelaba: en actitud de apóstol, andando, abrazado a su cruz en medio de nuestros campos desiertos, mártir de su deber de caminante. Se ha desplomado en nuestros brazos, como el águila herida de muerte en los aires, que deja en ellos su vuelo, que es su alma, y devuelve a la tierra lejana su cuerpo solo.

«¡El santo ha muerto!

«Ahora, inmóvil pero expresivo aún en su último lecho, que no es más duro que los que ocupaba en vida, es una sombra amiga. Vedlo: la misma muerte pierde su horror en su cara grave y apacible.

«Nació predestinado a hacer la felicidad del pueblo uruguayo, y ha cumplido la voluntad de Dios.

«Fue verdad, fue abnegación, fue consuelo, fue paz, fue ejemplo.

«El pobló de consuelo infinito la soledad del lecho de muerte de nuestros padres, de nuestros hermanos, de nuestros amigos. Su sonrisa afable y serena ahuyentaba los rencores, conciliaba las familias, desarmaba a los enemigos. Hablaba con los hombres con la misma ingenua ternura que empleaba para bendecir a los niños. Y los hombres se sentían niños cuando estaban con él. Su sola presencia era una resignación difundida; su voz curaba y alentaba; su plegaria fecundaba como un riego, coma una lluvia lenta que cae sobre el campo mientras dormimos.

«La historia de este anciano muerto, señores, es la historia íntima, amarga muchas veces, desconocida casi siempre, del espíritu de su pueblo. ¡ Oh santo mensajero! El se ha llevado en el alma el alma de nuestros dolores, el foco de las eternas redenciones; él es nuestra vida que alienta en la eternidad.

«Maestro, buen maestro: las oraciones que nos enseñaste perfumarán de incienso tu memoria, de incienso ardiente. Duerme en paz, que nosotros velaremos.

«Padre perdido para nuestra amor de la tierra: enséñanos a llenar el vacío que en nuestra alma dejas; enséñanos a llenarla con los amores del cielo.

«Amigo, santo amigo… Ayúdanos a seguir el ejemplo de tu vida, como hemos seguido, oprimidos y llorosos, el camino de tus despojos».

Celebrada la misa exequial por el Nuncio Apostólico Monseñor Matera, el cadáver queda expuesto delante del presbiterio, «para que todos los fieles puedan tener el último y triste placer de contemplar sus restos y besarle el anillo».

Antes de darle sepultura, le despide del mundo el Presbítero Dr. Mariano Soler, que, entre otras cosas, dice:

«Monseñor Vera salvó de la ruina a la Iglesia Oriental y levantó su espíritu profundamente menoscabado en el Clero y en el Pueblo. ¿Cómo? Renovando la abnegación de los tiempos apostólicos, convirtiéndose en misionero incansable y permanente de esta República y consagrando al bien espiritual de su Grey todos sus cuidados, sus insomnios, sus esfuerzos y hasta su misma vida».

«Era necesario el heroísmo evangélico para levantar de su postración el espíritu religioso, y él consagró los veintidós años de su laborioso apostolado a esa gran obra de reparación, hasta el momento en que su corazón dio el último latido y ya no pudo continuar amando.»

«Su nombre será inmortal, recuerdo eterno de sublimes virtudes: y su vida, una leyenda Santa que pasará a las generaciones, cual monumento perenne del que fue el más grande de los Prelados de la Iglesia Oriental».

Ahora descansa en el mismo lugar en que tuvo tantos años su confesionario, donde «se le había visto millares de veces con su fisonomía dulce, serena y bondadosa, apareciendo como un iris de esperanza para cuantos sufrían y se arrodillaban a sus pies».

A renglón seguido, transcribimos algo de lo mucho y bueno con que la prensa de entonces se asocia al duelo de la comunidad nacional por la muerte del abnegado Pastor.

De «EL BIEN PUBLICO»:

«Hay que bendecir al Señor,. . . pues, a causa de la misma pérdida sufrida, viene a ponerse de relieve la inmensa y profunda religiosidad de nuestro pueblo, a que tanto había contribuido el virtuoso apóstol que acaba de sucumbir. Ante tal espectáculo, ¿cómo es posible que abriguemos temores para el porvenir? Sólo nos toca pedir a Dios… que todos y en todas circunstancias procuren inspirarse en la vida ejemplar del varón justo que acabamos de perder, y no olvidar sus enseñanzas y sus consejos».

De «EL DIARIO DE COMERCIO»:

«La muerte de un hombre bueno conmueve siempre, aun a aquellos que no comparten sus creencias, y esa es la causa porque hoy Montevideo todo demuestra su pesar por el fallecimiento de Monseñor Vera, hombre lleno de virtudes y por ellas justamente apreciado».

De «LA DEMOCRACIA»:

«La sociedad está vivamente conmovida. La muerte acaba de herirla en una de sus personalidades más eminentes. No brilló por las letras ni por las armas, ni deslumbró con las dotes del genio. Pero era un alma elegida que rebosaba de bondad y de piedad, y que esparcía, en la atmósfera que la rodeaba, el perfume de todas las virtudes. Era un gran corazón, en el que repercutían todos los dolores ajenos. Era un espíritu sano y noble, que sabía practicar la verdad y el bien, suavizando el rigor de sus convicciones con la dulzura de que estaba impregnado.

«Fue el padre de todos los desgraciados. Setenta años de vida no costaron una lágrima a la humanidad. Supo enjugar por el contrario, las que arrancaba el infortunio a todos los que buscaban el refugio de su bondad inagotable y consoladora. Los pobres excitaban en él una simpatia profunda y le inspiraban un interés particular. Hizo de la caridad una obra viva. Sus bienes eran el patrimonio de los menesterosos. Su palabra era siempre animada y alentadora, y parecía buscar en la intimidad de todo hombre alguna cualidad generosa que pudiese amar, para hacerla destacar a sus propios ojos.

«Su vida era de una simplicidad heroica. De una naturaleza tan suave como enérgica, poseía el valor del guerrero con la mansedumbre evangélica.

«Pocas existencias habrán dejado una huella más profunda y habrán ejercido una influencia más benéfica en la sociedad. Pocas serán más intensa y verdaderamente lloradas al desaparecer de la inmensidad. Don Jacinto Vera pertenecía a la estirpe de que se forman los santos y los mártires».

(Cf. Lorenzo A. Pons, Biografia).

 

Oración por la Beatificación de Monseñor Jacinto Vera

Bondadosísimo Dios, te rogamos en el nombre de tu amado Hijo Jesucristo,

y por la intercesión de la Inmaculada Madre María, te glorifiques en tu siervo Jacinto,

y le concedas pronto el honor de los altares, para alabanza de tu gracia y edificación del pueblo cristiano.

 Amén

 

Oración pidiendo la intercesión de Jacinto Vera

 

Dios, Padre nuestro,

que ungiste con el Espíritu Santo a tu Siervo JACINTO,

eligiéndolo como primer Obispo del Uruguay,

para que, como instrumento de Cristo, Buen Pastor,

llevara a todos los rincones de nuestra Patria

el Evangelio de tu Amor

y los Sacramentos de la Salvación:

Guía a nuestros obispos y sacerdotes.

Envía abundantes y santas vocaciones sacerdotales y religiosas.

Une a nuestras familias en la verdad y en el amor.

Otorga a tus fieles santidad de vida y fortaleza

para ser testigos del Evangelio de Cristo.

Haz que vivamos según tus mandamientos,

caminando bajo la luz de la fe,

con la esperanza puesta en Ti,

amándote con todo el corazón

y amando al prójimo por amor a Ti.

Glorifica tu Nombre en tu Siervo JACINTO

y concédele ser reconocido entre tus santos,

para alabanza de tu gloria

y edificación de tu Iglesia.

Dame, Señor, por su intercesión,

la gracia que humilde y devotamente

te pido (breve silencio para que cada uno

pida la gracia deseada)

y ayúdame a conformar mi vida con tu voluntad.

Por Jesucristo, nuestro Señor.

Amén.

Galería de imágenes


Himno a Mons. Jacinto Vera
Letra y música: P. Jorge Martínez Lena sdb
Acompañamiento piano: Carlos Medina Linares

>> LETRA

1. La memoria
A un barrio le dio nombre tu memoria.
Jacinto Vera, “el hombre más amado
del Uruguay del siglo diecinueve”:
honrado por sus mismos adversarios.

2. El misionero
Tu corazón, latiendo por tu gente,
iba creciendo en sueños misioneros:
recorriste a caballo nuestra patria,
llevando el evangelio a los pequeños.

ESTRIBILLO – La figura
Jacinto, cura gaucho, tú confiaste
la palma de tu triunfo a María.
Llegaste a ser nuestro primer obispo,
de la Iglesia uruguaya padre y guía.

3. El cura
Tu presencia sencilla y bondadosa
trajo consuelo al pobre y al enfermo.
Luchaste por la paz, y al pecador
regalaste el perdón en sacramento.

4. El obispo
Para tus sacerdotes, fiel amigo.
Sembraste el Uruguay de religiosos.
Como pastor cercano y siempre alegre,
defendiste la fe y amaste a todos.

 

>> PARTITURA

PARTITURA HIMNO A JACINTO VERA