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Mons. Galimberti: «La espera de unos 3000 niños es un grito silencioso»

By 22/07/2016No Comments

Galimberti

El Obispo de Salto, Mons. Pablo Galimberti, reivindica la capacidad de los ciudadanos de asumir iniciativas para el bien común, al tiempo que rechaza la actitud de delegarlas al “papá estado” Cuestiona, asimismo, que los procesos de adopción, luego de quedar en manos exclusivas del Estado se hayan enlentecido, mientras “la espera de unos 3.000 niños es un grito silencioso”.

“Muchas veces el `Estado paternalista´ nos acostumbró mal. Asumiendo espacios que bien podrían ser también responsabilidad de los ciudadanos”, señala el Obispo en su columna semanal en el Diario “Cambio”. Asevera que “los ciudadanos de cada ciudad, pueblo o barrio de este país, quieren y pueden ser protagonistas y concretar iniciativas para el bien común”.

El Obispo opina que en una “comunidad civil todos somos responsables, de algún modo, de todo lo que ocurre”  y por ello reivindica la capacidad de los ciudadanos de llevar delante iniciativas en bien de muchos. En este sentido, alude a las adopciones asumidas en exclusividad por el INAU y a “la internación indefinida en los centros de esa institución. “La espera de unos 3.000 niños es un grito silencioso”, afirma el Obispo de Salto. “El Código de la Niñez y la Adolescencia autoriza a la Justicia a derivar a centros del INAU a niños desamparados entre 2 y 7 años, por el menor tiempo posible. Esto no se cumple”, puntualiza.

Mons. Galimberti recuerda que “hasta el 2009 era algo diferente. Además del INAU, la organización no gubernamental `Movimiento Familiar Cristiano´ estaba habilitada para colaborar”. “Pero el recelo a todo lo privado entregó al INAU la tarea en forma exclusiva. En conclusión, los procesos de adopción se volvieron más lentos”, concluyó.

¿Espectadores o protagonistas?

Mons. Pablo Galimberti

Cuando un vecino camina por la calle y encuentra su ciudad limpia, es probable que experimente tranquilidad o seguridad. “Alguien” barrió, podó árboles, colocó luces o puso avisos que hacen a una ciudad más amable.

Pero vemos también lo contrario. Un peatón sorteando obstáculos y la gente camina apurada, esquivando miradas y con aire indiferente. Con una sombra a sus espaldas. Un atraco que puede ocurrir de improviso y en pocos segundos dejar a la víctima sin dinero, documentos o llaves.

En este escenario amable y hostil, también surgen iniciativas solidarias dignas de mención en cualquier ciudad. No solo de parte de las autoridades municipales o nacionales, sobre cuyos hombros recae la principal responsabilidad. También de vecinos o de agrupaciones diversas, a veces una comunidad cristiana. O bien de instituciones vecinales o de servicio. Dolores después del tornado es un ejemplo.

Estas iniciativas son expresión concreta y cercana de vecinos que salen del anonimato y perciben que, de algún modo, son parte de una gran “comunidad”.

Hace poco mencioné la iniciativa de alumnos salteños del CECAP que construyen una plaza en el barrio Calafí 3 con materiales descartables. Mérito de los jóvenes pero también de los docentes.

Oí decir que en otros tiempos vecinos de la plaza Artigas, en acuerdo con la Intendencia, se hacían cargo del cuidado de algunos canteros.

El año pasado la parroquia del Cerro organizó la caminata anual hacia el Cristo de la Costanera. El  eje de la reflexión fue el documento del papa Francisco sobre el medio ambiente. Me mostraron una leyenda que colocaron en un espacio donde manos anónimas arrojan basura: “Sólo después que el último árbol sea cortado, sólo después que el último río haya sido envenenado, sólo después que el último pez haya sido atrapado, sólo entonces nos daremos cuenta de que no podemos comer el dinero”.

Un periódico capitalino informó recientemente sobre la iniciativa “heladera solidaria” sostenida por gente de la comunidad católica que funciona en la Casa Diocesana. La noticia resaltaba: “ante la ineficiencia del estado”. Esto sorprendió tanto al sacerdote animador de la iniciativa como a mí.

Presupone que los ciudadanos tenemos que ser indiferentes. O delegar al “papá estado” las iniciativas de bienestar. Rechazamos esta actitud. Porque en una comunidad civil todos somos responsables, de algún modo, de todo lo que ocurre.

Muchas veces el “Estado paternalista” nos acostumbró mal. Asumiendo espacios que bien podrían ser también responsabilidad de los ciudadanos.

Un ejemplo es la lentitud de las adopciones desde que el INAU asumió la exclusividad y la internación indefinida en los centros de esa institución. La espera de unos 3.000 niños es un grito silencioso. El Código de la Niñez y la Adolescencia autoriza a la Justicia a derivar a centros del INAU a niños desamparados entre 2 y 7 años, por el menor tiempo posible. Esto no se cumple.

Hasta el 2009 era algo diferente. Además del INAU, la organización no gubernamental “Movimiento Familiar Cristiano” estaba habilitada para colaborar. Pero el recelo a todo lo privado entregó al INAU la tarea en forma exclusiva. En conclusión, los procesos de adopción se volvieron más lentos.

Volviendo a la pregunta del título: los ciudadanos de cada ciudad, pueblo o barrio de este país, quieren y pueden ser protagonistas y concretar iniciativas para el bien común.